El Siglo XX boliviano ha sido especialmente importante, en cuanto a la formación espiritual e institucional del país. Después de la independencia, la desgracia de 1879 y la hegemonía conservadora -estructural para la nación-; este pedazo de tierra iba descubriéndose en su estrafalaria complejidad.
La situación rural y autóctona, es, pues, centro de la polémica; fuerza es recordar que hubo momentos diversos en cuanto a la situación de dichos estamentos. Por ejemplo, ya en el siglo de la Independencia, “…en 1847 las comunidades indígenas con tenencia de tierras y auto-gobierno eran más grandes en número que los colonos y pongos sin tierra que vivían como siervos, pues llegaban a 478.000 fuertemente organizados en más de 11.000 comunidades libres…”, según refiere el historiador norteamericano Herbert S. Klein. Tomando en cuenta el número poblacional para ese año, la situación mostrábase bastante promisoria en cuanto a los compatriotas del campo.
Tal característica en la sociedad boliviana fue susceptible, después, de notorios cambios, pero es honradez significar que, ciertamente no es verdad que antes -incluso en el Siglo XIX-, la situación fue siempre absolutamente execrable. Ello, sin referir aún, los harto importantes lances que ya se daban en el país, proclamando, probando, y, a veces muy provechosamente, las ideas políticas; verbigracia liberales, conservadoras o republicanas.
Llegó, empero el Siglo XX, patentizábase más el problema relacionado a sectores indígenas, el pongueaje tenía vigencia.
Leí en el periódico “El hombre libre”, de 1920; un aviso donde figuraba una oferta, así: “Pongo”. El historiador Alcides Arguedas refería ya en 1909: “llámase pongo al colono de una hacienda que va a servir por una semana a la casa del patrón en la ciudad… El servicio del pongueaje es gratuito y también el aprovisionamiento y el traslado de la taquia. Cuando un patrón tiene dos o más pongos, se queda con uno y arrienda los restantes…”1.
Ese servicio había sido proscrito formalmente en 1945, por el régimen de Gualberto Villarroel. Sin embargo, “estuvo vigente otros siete años -dice James Dunkerley- en que muchos hacendados incluían un número disponible de pongos en los avisos de venta de sus propiedades”.
Con la irrupción movimientista de 1952 y la Reforma Agraria, se decretó asegurar la total abolición del pongueaje.
Entonces, ese nomenclátor pasó al desconocimiento y extrañeza de las nuevas generaciones. Pero, ¿No es una forma de servidumbre obligar constitucionalmente a los “indígena originario campesinos”, servir en las instituciones del país?
La Constitución Política en vigencia, prescribe que, por ejemplo en el Tribunal Supremo Electoral, de sus 7 miembros; “al menos dos de los cuales serán de origen indígena originario campesino”. Y también “obliga”, en los Tribunales Departamentales.
Trátase de una imposición “avasalladora”, sí, obligar por la Ley y en función de etnias, a realizar cualquier trabajo. Lejos está así la actual Constitución, de constituir inclusión para nuestros coetáneos indígenas. Huelga decir liberación.
El 24 de este mes, pobladores de Sur Carangas visitaron en Palacio al Presidente Evo Morales, se escucharon discursos (filípicas) indignas de ese nombre, hacia ellos. Mejor harían en salir de la necedad que atrofia, que encubre a la política nacional, y reflexionar, por ejemplo sobre la famosa esclavitud.
¡Claro!, como no va estar ignorado en tiempos de “reivindicación indígena” el poeta, filósofo, escritor, parlamentario, orador, libelista, periodista, político promisorio, Franz Tamayo, quien fuera elegido Presidente de la República en plena guerra con Paraguay, y que al estilo boliviano, fuera impedido de ejercer la primera magistratura por una asonada de los militares negligentes que comandaron el episodio del Chaco. Quitarle tropas al frente de batalla para rodear el alojamiento y desconocer a Salamanca el 27 de noviembre de 1934, así los muestra.
Individuos como Tamayo, que abordó la cuestión de indio en Bolivia y que declaraba ese término con su radical orgullo -pues sólo los papanatas todavía tienen prejuicios respecto a esa palabra-, incurría de manera individual en las características de la “raza”. Debo a sus escritos, una clara perspectiva y orgullo de nuestros antepasados, no de todos, no únicamente por raza.
Quiero significar la negación y el tarambanismo que se comete otra vez, y que bien pudiera conmover a más de un incauto con palabras y motivos “inclusionistas”.
1952 fue, ya una revolución, con sus logros, taras e injusticias que pudieron manifestar. No se trata, pues de utilizar a las gentes, con resultados que pueden observarse en la C.P.E., como el ya señalado.
Respecto al pensador de los Andes, una indigencia respecto de su vida y obra, a pesar de haber fatigado horas y semanas en su comprensión, me impiden hablar más de él, sumado a que este no es un ensayo consagrado a Tamayo.
Comprendo cada vez más, que para lograr establecer la política en Bolivia, es preciso tratar del pasado, la Historia de esta turbulenta nación. De manera que, para no ser falsamente deslumbrado, conviene entrar en ella como el “impar narrador”, Augusto Céspedes, dijera refiriéndose a la obra escrita y hablada del libelista ya citado: “Ingresemos a ella, como los mineros, dispuestos al encantamiento y dispuestos al desencanto”.
1 Referido en “Yo fui el orgullo, Vida y pensamiento de Franz Tamayo”, M.B.G. Ed. Los amigos del libro. La Paz, 1983.P. 152.
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