Jueves 24 de febrero de 2011
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Se dice que los abogados atienden -entre otras causas- los excesos verbales de la gente; si hubiera un poco de templanza en el decir, talvez no sería necesario acudir a los servicios de un jurista. Las enfermedades tienen sin duda diverso origen, pero una buena parte proviene de ingerir comida en exceso. La sobriedad en el beber y en el comer es la regla de oro para preservar la buena salud, dicen los médicos.
Y los extremos, ni qué decir, son definitivamente malos. Tan malos son los extremistas de derecha como los de izquierda. La diferencia sólo está en el signo; por su naturaleza, sus métodos y sus fines son harina del mismo costal: ¡Fanáticos y violentos! Desde el Palacio Quemado, los terroristas de izquierda combaten con saña a los terroristas de derecha. Y a la inversa, siempre con la ley del Talión: “Ojo por ojo, diente por diente”. Si estamos viendo ahora, ni hacen falta más pruebas sobre su evidencia.
Y como afirman doctores graves, la excesiva lucidez mental también es mala. “¡Ah, la inteligencia es el mal!...Comprender es entristecerse; observar es sentirse vivir…Y sentirse vivir es sentir la muerte, es sentir la inexorable marcha de todo nuestro ser y de las cosas que nos rodean hacia el océano misterioso de la Nada” (Azorín). Por lo que en todo hay, pues, el riesgo de caer en excesos. Incluso lo bueno, todo lo bueno, si se exagera, también puede convertirse en malo. Pero sucede que no todos están advertidos de estas cosas; la mayoría camina a ciegas o a tropezones con los excesos. Un ejemplo ilustrativo tomado al azar, helo aquí: