Muchos analistas expresan que existe la posibilidad de que el gas boliviano que se transporta a Brasil, vía gasoducto construido a mediados de los noventa, va a alimentar un futuro -¿próximo?- complejo petroquímico industrial en el lado brasilero que produzca valor agregado al gas.
Puede ser verdad. Por ello siempre hemos insistido en la urgencia de establecer una relación de complementariedad energética con Brasil, que además tiene importantes anuncios de descubrimientos de gas y petróleo off shore -el "presal"- y que puestos en ejecución van a generar nuevas dinámicas de desarrollo económico al interior del gigante latinoamericano y proyectar, adicionalmente, sobre el Cono Sur.
La "independencia" brasilera en energía no será inmediata. Tampoco ese mercado se cerrará para el gas boliviano, al margen de que ya estén importando LNG -liquid natural gas- porque la complementariedad con Bolivia estriba precisamente en que los estados del oeste de Brasil van a seguir requiriendo ora materia prima ora valor agregado boliviano.
La gran ciudad de San Pablo se mueve, en buena parte, con el gas boliviano que sale del Chaco. Y ello no va a variar mucho en los próximos años.
Las lecciones aprendidas en ésta decena de años son que Bolivia tiene desordenado su escenario político, altamente confrontado internamente y en lo económico no reordenó su sistema energético y de hidrocarburos de manera tal que pueda ser atractivo para inversiones en diversas áreas de la cadena.
El potencial tan importante de venta de gas –y derivados de alto valor agregado-, que pueden ser generados en Bolivia bien podrían ser encarados desde la visión de la complementariedad: capitales brasileños en industrialización de ciertos productos de valor agregado al gas boliviano en territorio nacional. Por ello urge la agenda en donde se establezcan los marcos adecuados a la inversión, a la complementariedad y a los procesos económicos que abrirán mercados.
En todo caso, para tranquilidad boliviana, los procesos financieros, de ingeniería civil, infraestructura, ambiental y de ejecución de más proyectos de LNG para Brasil o de la apertura del Presal van a tomar cierto tiempo y mucho más capital que hacer alianzas estratégicas, ganar-ganar con Bolivia y, por un lado, generar procesos de exploración de nuevas áreas de gas y petróleo, mejor nivel de producción y finalmente industrialización a escala de productos específicos: quizá diesel sintético (o GTL gas a líquidos) para los emergentes nuevos mercados del oeste brasileño: estados con potencial industrial muy amplio.
En ello pueden ir proyectos de GTL, de termoeléctricas compartidas y de petroquímica de fertilizantes para iniciarse entre ambos países. Entre ambos países existen, antes que brechas, oportunidades y puentes comerciales.
Es una nueva oportunidad boliviana y brasileña para generar marcos de complementariedad en vez de competencia.
No conviene a Bolivia "competir" con Brasil, como tampoco conviene a Brasil -y a sus estados del oeste- ser abandonados del gas y del valor agregado bolivianos.
Ciertamente, hay varios proyectos en mesa y mucho por discutir, quizá la nueva dirigencia política brasileña tenga un nuevo enfoque con sus pares bolivianos, para un tema recurrente: gas para la integración energética. Conviene dar el paso inicial: fomentar la industrialización en territorio boliviano de excedentes de gas para productos de valor agregado. Estos nuevos conceptos deben estar en el marco, definitivamente, de una nueva Ley de Hidrocarburos.
Reflexiones como ésta, están en carpeta desde 2006, al igual que las preocupaciones de analistas que ven -con buen sentido- que no es justo que el gas boliviano siga siendo materia prima en vez de ser procesado como valor agregado, teoría a la que nos hemos adscrito desde siempre.
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