En un país donde la cultura es, no ya arremetida, tampoco atacada, si no ignorada, soslayada e injuriada; ni un equipo de sabihondos técnicos en economía van a lograr estabilizar la situación.
En efecto, es fama que la U.R.S.S., de tiempos de Stalin, del Ejército Rojo; contaba con vastos elementos científicos, con vasta riqueza y extensión territorial, pero no tenía en los escenarios políticos, la libertad de espíritu, pereció.
“Lo que vale, porque triunfa de la muerte, es el espíritu. Todo lo demás, riqueza material, poderío militar, opulencia suntuaria, lo carcome el tiempo. Fenicia y Cártago nada han dejado para bien de los hombres. Nada les debemos. Con su riqueza se perdieron. Con su opulencia los olvidamos”, escribía Carlos Medinaceli.
Tal sentencia, no se refiere pues, según interpreto, a la eternidad, ni a la “vida ultraterrena”, si no, al espíritu labrado que, una vez extinta la existencia “mucho tiempo después de haber dejado de respirar, continúan, fecundos e inquietantes, colocando el mundo ante nuevos problemas, prosiguen viviendo en la transformación de sus figuras e ideas, como si se transformasen ellos mismos”, según Emil Ludwig.
La realidad boliviana de hogaño, muestra en sus apariencias una elemental característica: La decadencia, espiritual, cultural o filosófica en los niveles oficiales, y su consecuencia eventual: el espectacular caos en que día a día, la tierra de Medinaceli se sumerge.
En vano se va a revolver el ámbito crematístico y legal, si, en lugar de libertar y descubrir la política boliviana en su autenticidad, se continúa con los “calcos” insidiosos de la propagandería mentirosa, el despilfarro contundente de la economía en bonos potencialmente nocivos para la niñez, y, pegando papelitos de propaganda oficialista incluso en la Biblioteca y Archivo Histórico del Congreso Nacional.
Cayó también la “radicalidad” castrista en Cuba, en una dilatada agonía de medio siglo, que se parece cada vez más a los días que vivimos. Las filas para suministrar la “canasta familiar”, fue síntoma allí, aquí.
El irrespeto por lugar tan benemérito como la Biblioteca del Congreso en Bolivia, colocando “stickers” de propaganda -en un monitor-, patentiza la morfología de los eventuales administradores en ese centro, y, por consiguiente, de la Vicepresidencia de la República, Presidencia del Honorable Congreso Nacional (así reza en las boletas de préstamo). ¿Se puede aguardar algo propicio de esas maneras? No.
Así, se puede bosquejar la realidad institucional boliviana, la administración del Estado, en una sucesión de irrespeto, vulgaridad y caos, alentado por ingentes coetáneos, donde la Política no está.
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