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Domingo 20 de febrero de 2011

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Cultural El Duende

Cuando la ancestralidad se vuelve magia y compromiso con los hombres de hoy

20 feb 2011

Fuente: LA PATRIA

Presentación del poemario “El cazador de sueños” escrito por Homero Carvalho Oliva por el académico Arnaldo Lijerón Casanovas en adhesión al Bicentenario de Trinidad de Mojos

No encuentro otras palabras para llamar a este nuevo y vibrante poemario en prosa de nuestro amigo Homero, El cazador de sueños, en cuyas páginas hallamos todas las tonalidades esmeraldas que irradia por doquiera esta tierra de nuestras raíces étnicas y culturales.

En el dilatado y legendario universo del Gran Mojos, hubo un tiempo muy lejano en que las inundaciones fueron consideradas bendiciones del cielo. Fue un tiempo en que la imaginación humana fue capaz de levantar una formidable civilización que hizo de las aguas el principal elemento de su vida, de sus trabajos y de sus grandes transformaciones en el paisaje.

Homero, este incansable cazador de sueños, nos describe con elegantes y embrujadas metáforas en su anterior libro de Los reinos dorados aquel escenario cuando la vida se iba haciendo vida con el transcurso de los días, cuando las cosas que configuran este escenario panteísta de Moxitania iban emergiendo en el pensamiento y tomaban formas y sentido cuando los hombres las iban nombrando.

¡Qué irresistible encantamiento produjeron entonces las páginas de Los reinos dorados, porque ahí conocimos cómo aparecían aquellas magníficas leyendas que escucharon y buscaron con ansiedad los hombres barbados, que un día llegaron de allende los mares, cuando sus carabelas extraviaron su rumbo hacia el país de las especias y los sedas polícromas!

¡Qué leyendas se habían tejido entonces! El Gran Mojos, el Gran Paitití, Eldorado, el Imperio de Enín, Candyre, las Islas de la Canela, entre otras, que después y ahora siguen siendo buscadas en pequeñas manchas urbanas en la llanura o entre aquellos parajes cuando las montañas se van transformado en selvas y biodiversidad, al conjuro de las lluvias.

¿Qué nos traen ahora las páginas del poemario en prosa titulado El Cazador de sueños, de nuestro feliz autor movima?

Mal grado de lo que pudieran pensar algunos, para nosotros es imposible estar al margen de nuestras culturas indígenas ancestrales. Nacimos y crecimos entre sus flautas, pífanos y paichachises que saturaban de melodías y coreografías nuestras festividades patronales. Nacimos y crecimos entre el embrujo de sus lenguas y palabras, aunque desconocidas en sus sentidos, fueron haciéndose eco cotidiano en las ventrículas y aurículas de nuestros sentimientos. Imposible permanecer indiferentes ante la existencia de los pueblos indígenas, en las diversas regiones del departamento, cuando cada quien lleva en el fondo del baúl un retazo de tipoy o de camijeta, configurando el indiscutible sincretismo del mestizaje.

Es más, en no pocos casos, este mestizaje biológico es superado con el ardiente sentimiento hacia las expresiones culturales autóctonas, reflejadas en la diversidad de circunstancias, cuando estamos de mantel largo en nuestras tradiciones religiosas y folklóricas.

En cuanto al poemario que motiva esta velada cultural, hay en sus páginas miradas renovadas en la perspectiva de una valoración integral de las culturas indígenas, pero de modo concreto, de la cultura indígena movima, en cuyo regazo antropológico se inspira la magia y el compromiso de la ancestralidad de Homero, o si no, les invito a escuchar el primer verso del poemario en prosa:

“Aya Alla: Kwa, ¿cómo están, hermanos? Yo soy Kawmol, que en mowi: maj, la lengua de los míos, quiere decir “el que lo sabe”, desciendo de los Yalauma, guerreros de la lluvia, capaces de desaparecer en las tormentas y caer sigilosos sobre el enemigo. Vengo de la bama’yas, un lugar en el que el mundo parecía haber nacido. Soy el paketpa de mi pueblo, el contador de historias, siembro las palabras semillas en la memoria de mi gente, para que no olviden lo que fuimos y sus pensamientos propaguen las metáforas que fabulan nuestro origen y destino, haciendo florecer sus diálogos.

Pero algo más escuchemos de la estirpe antropológica de los personajes principales de esta obra:

“Los paketpas también somos beysikwampas, soñadores. Ensueño nos permite entrar en el bawrawa:wa, el alma de la gente, que es una parte pequeñita del alma de los pueblos. Desde niños fuimos entrenados para llamar a los sueños y para interpretarlos. Los sueños se dominan con palabras y por eso somos grandes cazadores de palabras, porque debemos tener sabiduría al hablar, así como los cazadores la tienen al saber elegir al animal que irán a cazar. Las palabras convocan y vienen con el sueño, el beysi bienhechor, donde nos llegan como lluvia de imágenes. En los mismos sueños debemos reconocer cuáles son las apropiadas para contar las historias que habrán de narrarnos parta siempre. Al despertar, las palabras ya forman parte de nuestro vocabulario.

“Los paketpas somos uno, somos almaro:ni, inseparables desde el primero hasta el último, que soy yo. Hablo, narro, ajlomachet y, a través de mí, lo hacen todos los que fuimos. Todos somos alla:kwa, hermanos en el tiempo. Siempre fue así y así será. Somos los guardianes de las tradiciones y los sueños y cuando alguien sueña tiene que ajsi:kwa, contarnos su sueño para que interpretemos el lenguaje de las bestias, los ríos y los árboles”.

Si acaso en Los reinos dorados Homero invoca el espíritu de Toñito, su amado progenitor y nuestro entrañable amigo contador de sueños, reflejando con ello no sólo el amor filial sino la honestidad y enaltecimiento intelectual hacia su ilustre padre, en El cazador de sueños, Homero profundiza en los sueños y forma parte de aquella necesaria labor que los pueblos han asignado a sus historiadores.

Leal, orgulloso y comprometido con sus ancestros, tanto es así que Homero está en franco aprendizaje del eufónico idioma movima, nuestro feliz autor de esta noche, va más allá del planteamiento que hace el genial autor de El Hablador, el ya anunciado Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, pues la crítica especializada ha visto absorta en esa narrativa su inclinación hacia la irremediable asimilación al mundo del progreso y la posmodernidad de las poblaciones indígenas del Perú amazónico, en este caso de los Machiguengas, en una pérdida progresiva de sus atributos identitarios.

Nuestro paketpa camba, a partir de las cualidades esenciales de la antropología profunda de los movimas, aquella que trasciende los simples matices folklóricos que vemos en las fiestas patronales, Homero accede al microcosmos de sus ancestros y revela con cariño, con respeto, con entusiasmo, con admiración, con esperanzas, con sentido vital, todo lo que le es intrínsecamente primordial en sus vidas y su futuro, para seguir siendo pueblos que supieron ensamblarse en cada elemento de esta naturaleza repleta de verde, sobre todo en esta cósmica urdimbre de ríos, de pampas, de bosques y de cielos azules y abiertos al porvenir.

¡Quién lo creyera, amigas y amigos, quién lo creyera que por esta maravillosa cuenca atraviesan y bañan con sus aguas dulces una sorprendente cantidad de ríos navegables, tantos ríos, arroyos, lagunas y humedales, que sería difícil encontrar otra región fluvial en el planeta, como la del Gran Mojos!

Pero en El cazador de sueños, también podemos encontrar una diferencia notable con Cien años de soledad, la extraordinaria novela colombiana que creó el realismo mágico en la literatura universal. Macondo es y pudiera ser cualquiera de nuestras pequeñas comunidades perdidas en la inmensidad de nuestros acostumbrados aislamientos y abandonos. Gabriel García Márquez tuvo el genial talento de hacer de su historia, una historia universal, no por el imaginario en el cual se mueven sus personajes, sino por la deslumbrante narrativa de cosas y vidas cotidianas.

Salvando las honorables distancias que ya existen desde el género y el tratamiento literario, en El cazador de sueños Homero hace de esta abandonada amazonía boliviana, y dentro de ella la de la etnia movima, un canto de afirmación y esperanza del cosmos ancestral de esta cultura, nos descubre a través de un diálogo y búsqueda sicoanalítica y poética la autoctonía profunda, que no es resabio de algo que fue sino vida plena proactiva y asertiva en creciente recuperación.

Este proceso humanizante arrancó con la Marcha Indígena por el Territorio y la Dignidad de 1990, cuando Mojos-Beni recorre los caminos de la patria, en ascenso desde los 155 metros sobre el nivel del mar, hasta tramontar la cumbre andina, para golpear con firmeza y convicción los gruesos y oxidados aldabones del epicentro burocrático nacional. Mojos-Beni despertó la aurora de la pluriculturalidad e interculturalidad que sigue iluminando el horizonte de nuestra historia contemporánea, pero lo hizo sin exabruptos racistas ni poses contradictorias y desconcertantes como viene aconteciendo.

Termino mi comentario compartiendo uno de los últimos versos de este palpitante poemario en prosa de Homero, publicado por el Grupo Editorial La Hoguera de Santa Cruz de la Sierra. He aquí la cita:

Ha llegado la noche y mis palabras se han detenido en la penumbra esperando a una visitante. La mujer viene de mi pueblo y trae una buena noticia. ¡Alegrémonos todos! Sus palabras y su sonrisa afirman que no soy el último guardián. Ojalá, law sha’Allah. Dice que hay un recién nacido a orillas del río Yacuma que ha sido soñado por el pueblo como el nuevo paketpa. Dicen que los anu metsi metseke, los arcilleros del pueblo, ya preparan el barro que habrá de moldearlo como un recipiente de palabras e imágenes para, cuando yo muera, convertirlo en un paketpa y beysikwampa.

Felicidades, amigo Homero. Felicitémonos también nosotros porque obras como ésta insuflan aliento y marcan el derrotero y el porvenir de nuestros pueblos.

Fuente: LA PATRIA
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