Todo parece indicar que el nuevo período constitucional de Don Evo Morales, que arrancó el pasado 22 enero del 2010 marca el inicio de una caída, no sólo de la popularidad que abarca a todo el equipo gobernante, y se inicia una época de difícil gobernabilidad. Durante el anterior ejercicio gubernamental (2006-2010) las cosas le fueron muy bien a Don Evo y a sus íntimos, en cuanto pudieron explayarse prodigando discursos y promesas, en desarticular las instituciones del Estado “ancien régime” e imponer el nuevo modelo plurinacional: Se esmeraron en premiar a sus correligionarios sin demasiadas exigencias de aptitud profesional. Tuvieron suerte, gracias a los buenos precios internacionales de las materias primas, lo que permitió derrochar sin las necesarias previsiones para los tiempos de las vacas flacas que, por cierto ya han llegado. Así mismo, tuvieron suerte los que han ingresado en la “nueva clase” emergente. La que “vive bien” y va ocupando espacios en la envidiada zona sur de La Paz y en otras similares de diversas ciudades.
Pero en enero de este año llegó el gasolinazo y, enseguida, la subsiguiente abrogación del decreto maldito. El guión venezolano había fracasado. Y encima, el “azucarazo” y otros mazazos sobre los sueldos y salarios, nunca suficientes para las legítimas aspiraciones de los que trabajan. Esta gente ingresó en la indignación y en la protesta callejera. Y esto, en el marco de un gobierno populista que, hasta ahora, se preciaba de tener a su favor a los movimientos sociales y la Central Obrera Boliviana. Esta arrogancia ha dejado de justificarse por sí misma, porque la gran parte del pueblo que somos todos, respira por el bolsillo. Y si tanto le aprietan, respira por el hígado y segrega amarga bilis. El final de este trayecto que se inicia lo llaman ingobernabilidad.
La confusión general aumenta en la medida que el gran montaje cubano-venezolano- boliviano va revelando las complicidades del propio Gobierno plurinacional con aventureros seudo terroristas, dos de los cuales, incluido el jefe, son ejecutados fríamente por un grupo de élite de la policía. El culebrón se enrosca en el cuerpo de la ciudadanía decepcionada de los actuales gobernantes.
Todavía más. Nos habían hecho creer que el tráfico de droga está controlado, incluso sin la cooperación norteamericana. Y que, si había algunos resquicios por los que se colaban los mafiosos, eran sólo ocasionales. Pocos ciudadanos sabían o intuían que detrás del optimismo oficial (que ni el propio Gobierno lo creía) se han organizado en Bolivia unas mafias cada vez más poderosas, incrustadas en algunos círculos oficiales. Estos narcotraficantes utilizan los sistemas financieros legales para realizar operaciones criminales. Sé que a muchos parecerá exagerado decir que Bolivia está en camino de sufrir los graves males de Colombia o de México. Y sin embargo, ésta es la verdad. Lo dicho hasta aquí me ayuda a llegar a estas primeras conclusiones: 1. El pueblo, de cualquier color, se rebela contra la escasez y la carestía de los productos de la canasta familiar. 2. El culebrón de Rósza, Núñez del Prado, El Viejo y compañía es una vergüenza para el Gobierno del MAS. 3. Las mafias del narcotráfico y del contrabando –“todos unidos, jamás serán vencidos…”– ya están en casa. Sólo el Gobierno se hace el ciego y el sordo.
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