La invasión chilena del 14 de febrero de 1879 al puerto boliviano de Antofagasta, es la afrenta más espeluznante y descarada de la historia de América.
Los agresores lo han justificado en el supuesto incumplimiento del art. IV del Tratado de 6 de agosto de 1874, argumento que fue manejado hábilmente por el gobierno chileno como pretexto para consumar su plan de apropiarse de los ricos territorios bolivianos que a la sazón estaba explotando una compañía anglochilena después de haber obtenido graciosas concesiones en la época de Melgarejo.
Sobre este aspecto hemos expuesto reiteradamente que tal incumplimiento fue una patraña y que la irresponsabilidad e incompetencia del gobierno de Daza y los siguientes dejaron impunes sin examinar como correspondía la impostura. Si la Cía. de Salitre y Ferrocarril Antofagasta obtuvo en el contrato transaccional de 27 de noviembre de 1873, la explotación de salitre libre de impuestos de exportación; la aprobación legislativa del contrato a condición de pagar 10 centavos por quintal de salitre exportado, no incrementó ningún impuesto vigente, sino, estableció el gravamen que el tratado preveía existir. ¡Entonces, no hubo incumplimiento del art. IV del Tratado de 1874!
Pero con este argumento falaz de incumplimiento, la Cancillería chilena elucubró la tesis embustera de la resolución del Tratado de 1874 que no cabía e inventó la reivindicación del territorio entre los paralelos 23 y 24, con la cantaleta de que fue entregado a Bolivia, con la condición de no incrementar impuestos a los chilenos, lo que es más falso todavía; porque es bien sabido que fue Bolivia quien renunció a territorios hasta el Paposo. El gobierno de Chile manejó todas estas argucias astutamente, con el pecado de los bolivianos que con tales embustes se dejaron arrollar, sin oponer nunca la verdad.
Entonces, vemos con qué artificio y mixtificación Chile embaucó a sus víctimas y a todo el mundo, con la muletilla de que Bolivia incumplió la cláusula IV del Tratado de 1874, lo que es una verdadera superchería, una falsedad; lo que evidencia también, que Bolivia no provocó el casus belli para la llamada Guerra del Pacífico, que es una sucesión de invasiones injustificadas, tanto a territorio boliviano como al peruano, empujado por la codicia del Gobierno de aquel país.
Sin embargo, aún en el supuesto de que tal incumplimiento fuera verdadero, ningún país respetuoso acude a las armas en un pleito enteramente privado, sin antes agotar la vía del procedimiento judicial que rige en todos los Estados y aún del arbitraje a que ambos estados estaban sometidos. Pero el Estado chileno incurre en delitos flagrantes de intervenir con su poder y su fuerza para proteger asuntos privados de sus jerarcas incrustados en el Gobierno que fungían como accionistas de la Cia. de Salitre y Ferrocarril de Antofagasta. Delitos de concusión y uso indebido de influencias que están tipificados en todas las legislaciones penales del mundo. Todo esto configura la ignominia del atropello del 14 de febrero de 1879.
Lo que es inadmisible, es que la clase pensante boliviana también se paralogizó y enredó en la rebuscada estrategia de ese engaño maquiavélico. De esta forma, con la tergiversación de los hechos, se arrastró a tres países a la guerra más terrible en América que por sus efectos y consecuencias no termina aún.
Lo más inadmisible todavía es que, después de tanto descalabro que produjo en Bolivia la guerra sin causa justa; en más de cien años de esta apocalíptica tragedia, no hemos aprendido a aceptar aquella derrota con la altivez y con el alma robustecida, cuando el descomunal desastre, debió enseñarnos a labrar nuestra propia fortaleza y no aceptar nada del atrevido “vencedor”, más bien nos hemos convertido, insensibles, a ser los financiadores de los territorios despojados, cayendo una y otra vez, ingenuos y candorosos, en las continuas tretas distraccionistas que nos someten al usurpador. En esto tampoco hay dignidad.
La otra disculpa está en que la población mayoritaria de Antofagasta era chilena, realidad que obligaba a respetar la hospitalidad que recibía del país anfitrión que les dio trabajo, sustento y riqueza que no tenían en su Patria. No se puede asestar el cuchillo asesino a quien le da acogida.
Otro argumento manejado hasta la exageración es que Chile al inicio de la guerra carecía de fuerza armada, lo que también es mentira. El asalto se produjo con fuerzas veteranas que hicieron la guerra de genocidio a los mapuches del sur. Allí combatieron y se foguearon los Saavedra, Ramírez, Lagos, Gorostiaga y otros que se ensañaron con los perubolivianos en la llamada Guerra del Pacífico. ¿Y los dos acorazados con que realizaron el asalto no son parte de una preparación antelada?
Concluimos con lo que ya dijimos: El recuerdo de tan aciago atropello debe servir para reflexionar con dignidad acerca del más abominable y desgraciado acontecimiento que le cupo confrontar a Bolivia con tanta impunidad.
(*) bdlarltd@hotmail.com
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