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Warning: session_start(): Cannot start session when headers already sent in /home/lapatri2/public_html/impresa/index.php on line 8 Escritor y decadencia - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
En los momentos de grandeza que conoce la Historia, la civilización; han existido como extraños e incomprendidos seres, -cuando no “locos” o “enfermos”- según denomina la crítica ignara; solitarias existencias a quienes Emil Ludwig llamaría “los que marcan rumbos”. Parece que invariablemente cada uno de esos espíritus selectos ha tenido que enfrentar la estulticia y rapacidad de ingentes coetáneos.
“La avaricia, en el sentido propio y en el figurado le es extraña a la grandeza”, acertaba Ludwig. Ellos, empero han sido quienes con su vastedad han legado a este mundo caminos distintos a la corrupción humana. No todos tienen el privilegio de conocerlos a través de su obra, de su acción; los que llegan a hacerlo, son, también disidentes del cretinismo voluntario. Quienes llegan a fuerza de limpidez a encontrar su palabra, su obra y sus actos aún pretéritos, con frecuencia son también derrelinquidos por el Estado, huelga decir por la sociedad.
Ocurre que al buscar esas figuras se incurre en acción descubridora, claridad de la Historia. Mal grado los pseudo apologistas.
Algunos de aquellos personajes han actuado en política, desde la Hélade, verbigracia, en el Imperio Romano, en la Inglaterra Parlamentarista que tanto añoraba Voltaire, acosado por la necedad de “su” Francia. Y Voltaire, radical defensor de las libertades individuales, tenía que haber visto gran institución en la tierra de Shakespeare para evocarla con tanta fruición (evocación referida en su biografía elaborada por André Maurois).
Mariano Baptista Gumucio, en su extraordinario trabajo: “Yo fui el orgullo/ Vida y Pensamiento de Franz Tamayo”, con su forma harto peculiar y decente que encuéntrase en sus escritos, dice refiriéndose al biografiado: “Él que soñaba en la Hélade y creía que el Parlamento de Disraeli y Lord Palmerston podía transplantarse a 4.000 metros de altura y de encuevamiento”. En efecto, Tamayo era un gran parlamentario, ingente como actuaba él, desbordante, duro, escritor.
Radical -tal era el nombre de su Partido- censor de las tropelías a que suelen llevar las aventuras populistas, demagógicas; consciente de la importancia fundamental que tiene un Parlamento para el desarrollo nacional, hacía honor a su curul. Se opuso incluso al Referéndum, en la Asamblea de 1931, según refiere Baptista. Intervención que, como ya en otros momentos le valió agrias polémicas. Éstas, empero no eran fútiles como en 2010 o 2011 donde impera el pongueaje político que el autor de “Proverbios” había denunciado evocando la figura del ex Presidente y gran orador en el siglo XIX, Baptista.
Cita don Mariano en su libro, un artículo de Tamayo publicado en “El Fígaro”, Marzo de 1917; escrito que constituye un valioso tratado de esa endemia que tanto ha dañado a la política, hasta llegar al año 2011 en que su sola pronunciación pareciera una blasfemia. Refiere Tamayo:
“Baptista, la última figura del último tercio del siglo XIX boliviano, Baptista que había vivido mucho y había visto más; Baptista, cuya enorme gloria sólo es comparable en sus enormes responsabilidades históricas, Baptista cuya potencia intelectual y cuya insondable conciencia hacían de él un espécimen soberbio de ciertos hombres que vio florecer el pasado siglo como hechos a la talla de tinieblas y de fulgores, que se nombraron De Maistre en Francia, Pio IX en Italia, Menéndez y Pelayo en España, hombres que llevaron en los ojos la mirada aquilina de Pablo y la satánica de Alba; Baptista, que si volviese hoy día sería un adversario digno de nosotros los radicales honrados, Baptista, escarbando el fondo de nuestra historia y el corazón de la raza, había encontrado allí un sedimento secular, especie de lodo del alma y fango de la vida, que subía rápidamente a la superficie de la historia, por poco que se agiten las aguas. Ese sedimento depositado allí por las sangres prehistóricas, por los regímenes abyectores y encanalladores de la Colonia, por las prostituciones orgiásticas de la república, en los tiempos de Baptista volvía a aparecer a flor de agua y tomaba las formas proteicas de la vileza y de la infamia humanas. Era la tendencia a la servidumbre, era el voluntario renunciamiento a la autonomía y la libertad de acción, era el morboso placer de arrastrarse y de envilecerse, era la fruición de la prostituta que no se prostituye por hambre, sino por el deleite de prostituirse, era la vieja pasta humana de la que se ha hecho siempre toda suerte de parias y de tohandalas, de hilotas y despecheros y que aparecen en la historia como una antinomia a la divina arcilla de que se hacen el héroe y el apóstol. Y ese elemento humano, reverso de toda medalla humana, Baptista lo encontraba también en su país y en su historia y para llegar a clasificarlo en los catálogos de la experiencia política, recurrió a la lengua autóctona, grande espejo de raza donde se reflejan los siglos y buscó en ella la palabra precisa y genial, la palabra que no miente y es final: Nos habló a los bolivianos por primera vez del pongueaje político”.
En efecto, la Política en contemporaneidad está ausente, la institucionalidad que ha quedado para ejercerla, viciada, infestada del mal que señalaba con tanta excelencia Tamayo y Baptista. Verbigracia, el Parlamento boliviano, escenario de tiempos gloriosos, siquiera dignos de Política, donde Baptista Caserta pronunciaba discursos solemnes, donde Daniel Salamanca ejercía el título de Honorable, quien, a decir de un ex Radical y valeroso discípulo de Tamayo, don Joaquín Espada Antezana, entrevistado por Mariano Baptista en “Última Hora”: “-según Montes- había gobernado al país hasta esa fecha (1920), desde su curul parlamentario”. El Parlamento, digo, donde Tamayo impelía su vasta palabra, su cultura de escritor. El “Congreso Extraordinario”, del que Franz fue Presidente en 1931. Cuando “Medinaceli escribía en periódicos de Potosí y tenía por entonces 32 años. Céspedes, 4 años menor, era redactor de la Cámara de Diputados y estuvo entre los funcionarios que arrebatados de entusiasmo por la elocuencia de Tamayo en su intervención contra el Referéndum, arrojaron las plumas al aire y aplaudieron al tribuno, al igual que los diputados…”, declaración que pertenece al biógrafo de Tamayo en el trabajo ya citado y que por ende, tiene autoridad.
El Parlamento constituye la estructura de un Estado, de una nación civilizada, donde se ejerza la libertad política e individual, es el “hilo conductor” de la institucionalidad nacional, de la verdadera Política, por eso, habiendo escuchado y observado a sus integrantes mayoritarios en el último quinquenio, no debe sorprender el espectacular caos en que se encuentra Bolivia, la crisis incluso alimentaria, política, la corrupción y la falsedad imperan, la decadencia tiene, pues, su representación irrefutable en el Parlamento. La oposición de Tamayo, en 1931 al Referéndum interpreto como clara visión, propia del pensador auténtico, del desorden malsano que significa la demagogia, “gobernar obedeciendo al pueblo” es, ante todo una cacofonía; para algo -noble- hay Parlamento, v.g. La Política es una filosofía, así ha crecido, madurado con Aristóteles, después con otros espíritus libres. La Política, como Filosofía significa la patentización de esa disciplina que ha provocado la ira fecunda de Tamayo.
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