Hay tantos besos como intenciones. Cada persona puede armar su propia clasificación. Durante mucho tiempo los que llegaban a inquietarme eran los que aparecían en el cine.
Se dice que los hay apasionados, manipuladores, seductores, amistosos, traidores, entregados, tristes, resignados y divertidos. Podían querer decir hola o adiós, ya veremos, o para siempre. Son besos generosos y exigentes, dependientes y autónomos, abren negociaciones o cierran tratos.
Los únicos besos que son fáciles de identificar son los primeros. Son los besos que nos dan la bienvenida a un mundo hostil y maravilloso. Son los besos inocentes, fraternales. Los besos de mamá cuando íbamos al frío y a la escuela.
Los besos de papá, pocos pero sinceros. Los besos familiares. Los besos entre amigos, esos besos del afecto. Besos que se dan dos personas que no saben si van a volver a encontrarse.
Y hay besos espantosos. Una caricia no querida nos produce el disgusto de un beso que abruma. Existen besos que son insoportables. Los niños lo saben y rechazan los besos de niñas, tías y extraños.
El primer beso en la boca es un sello indeleble. Puede ser amargo, dulce, inocente, procaz, apasionado o fugaz. Ese beso permite descubrir que la lengua no tiene como único destino agitar las palabras.
Siempre hay alguien en la vida que te enseña a besar. El resto se aprende con el tiempo y por añadidura. Pero la primera vez siempre es complicada.
Cómo elegir el beso preciso, el más precioso.
He aquí la cuestión ¿lengua o labio? Están también los besos que no nos atrevimos a dar. Los besos que perdimos por pudor o falta de coraje. Esos gestos que no sabremos a qué sitio del amor podrían habernos conducido.
Nunca hay que anunciar un beso. Hay cosas que se dicen y cosas que se hacen. En la desafortunada frase tengo ganas de besarte se puede perder la partida.
Durante mucho tiempo, utilicé unos versos para llegar a los labios de algunas damas sensibles: “Boca que arrastra mi boca/ boca que me has arrastrado/ boca que vienes de lejos/ a iluminarme de rayos./ Alba que das a mis noches un resplandor rojo y blanco/ boca poblada de bocas/ pájaro lleno de pájaros”.
No hay peor ayuno que la falta de besos. Los labios se agrietan, el alma se encoge y la muerte encuentra campo propicio para sus soplidos siniestros.
Hay que besarse mientras quede aliento. Pero cuidado: Nunca digas esta boca es mía.
Fuente: enplenitud
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