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Beligerancia autóctona en 1781 - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
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Jueves 10 de febrero de 2011

Portada Principal
Jueves 10 de febrero de 2011
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Aniversario de la gesta redentora del 10 de Febrero de 1781:
Oruro: 230 años de trabajo tesonero
Pág 1 
Sebastián Pagador:
¡Sacrifiquemos gustosos nuestras vidas en defensa de la libertad!
Pág 2 
Las rebeliones de 1781 y de 1810 moldearon el espíritu orureñista
Pág 3 
La Fortaleza, escenario del inicio de la gesta libertaria del 10 de Febrero
Pág 6 
“Pututus y wiphalas en la rebelión india”: 1780-1781
Pág 7 
La iniciativa orureña, escrita por Adolfo Mier
Revolución del 10 de Febrero de 1781, clara evidencia del amor por la Patria
Pág 10 
Hace 230 años
Los Rodríguez, protagonistas de la Revolución del 10 de Febrero de 1781
Pág 11 
Acerca del 10 de Febrero de 1781
Pág 12 
Aportes históricos de la tierra del gran Pagador a Bolivia
Oruro fue, es y será el crisol rebelde de la bolivianidad
Pág 14 
Oruro: Paisaje y gente
Pág 16 
¿Qué palabra debe acompañar al 10 de Febrero de 1781?
Pág 17 
A 230 años de la revolución
Oruro: Ejemplo de trabajo, amor, dedicación y de conquistas con audacia y sabiduría
Pág 18 
Juan de Dios Rodríguez de Herrera:
El padre de los pobres de la Villa de Oruro
Pág 20 
Testimonios del 10 de Febrero de 1781
Muerte a los chapetones y traición de los indios
Pág 22 
Beligerancia autóctona en 1781
Pág 25 
A pesar de no haber sido la cabeza de la insurgencia
Proclama de Sebastián Pagador inició la Rebelión del 10 de Febrero de 1781
Pág 26 
La batalla por el desarrollo:
“…Todo el mundo de pie te saluda…”
Pág 27 
PACTOS CRIOLLO, MESTIZOS, ORIGINARIOS
RELACIÓN ENTRE LOS VILLEROS Y LOS ORIGINARIOS EN LA REVOLUCIÓN DEL 10 DE FEBRERO DE 1781
Pág 30 
Separata 10 de Febrero

Beligerancia autóctona en 1781

10 feb 2011

Fuente: LA PATRIA

Por: Dr. Alfonso Gamarra Durana - Miembro de la Sociedad Boliviana de Historia, y de la Sociedad Geográfica y de Historia“Sucre”

No es fácil encontrar entre las historias parciales del mundo, un motín semejante al del 10 de febrero de 1781 en Oruro. Se unieron en esa eventualidad los tres estamentos de una sociedad civil, aparentemente menospreciados, por los privilegiados de las Cortes de España. No era posible comprender que se pudiera dar una situación generalizada que obligara a los criollos, nacidos en América pero hijos de españoles, los mestizos y los indígenas a juntarse para luchar contra los españoles, los conquistadores del Nuevo Mundo.

En varias oportunidades hemos escrito acerca de esta relación forzada. Queremos añadir ahora unas consideraciones a un capítulo que se juzgaba que era adyacente al suceso primordial de la rebelión en la Villa de Oruro. Actualmente las interpretaciones históricas se van acomodando a las concepciones pensantes del momento, ya no se puede aceptar la apartada opinión que salga de un solo criterio integralista; también se cae en el discernimiento opuesto de crear nuevas tendencias de análisis para llegar a un resultado como si tuviera que modificarse el contenido de la historia.

El sometimiento del indígena tenía dos facetas; una era la obligada por las normas vigentes para la explotación de las minas de plata, que tenía el nombre de mita. La otra era la mano de obra (obrajes) que traducía los tributos que se debía pagar al Estado y a la Iglesia, o sea la sobra de las ganancias a entregarse como diezmos. En 1781 los núcleos de población orureña se alistaban en el segundo tipo de recaudaciones, porque la cantidad de individuos que intervenían en las minas había descendido en comparación con otros años.

El sistema de repartir obligadamente las mercancías a los naturales, que no las necesitaban, estaba establecido en todas las colonias, y era el factor más agresivo y voraz que empleaban los españoles. A tal punto que cualquier reclamación de los comunarios ocupaba la parte central. Los de Oruro, que se habían dado cuenta por las frecuentes insinuaciones desde Tomás Catari y de Túpac Amaru, no se cansaban de repetir que estos impuestos y contribuciones, afectaban su bienestar modesto. También pensaron que criollos y mestizos tenían libre ingreso a sus poblaciones, pero ellos estaban prohibidos de transitar en las villas. Por eso, algunos se atrevieron a pensar en la propiedad de las tierras desde los límites de sus caseríos.

Una gran mayoría de los atropados nativos durante el levantamiento de Febrero, obedecieron a las órdenes o pedidos de los hermanos Rodríguez de Herrera, otros criollos y sobre todo de curas que cumplían sus funciones en las regiones aledañas. Pasada la efervescencia de los primeros días, los indígenas se dispusieron a secundar a los blancos para, de esa manera, desterrar o eliminar la función, y con ella los abusos, del corregidor, que se constituía en el principal depredador de los indígenas porque contaba con todo el apoyo legitimado de la Corona; los cabildantes, que querían resarcir la compra de sus cargos; y las autoridades indígenas que se prestaban al juego exaccionador de los foráneos, denunciando entre ellas a los encargados de cobrar el reparto y el tributo a los sujetos de su propia raza.

El atroz alzamiento de los días sucesivos condujo a las mayores tropelías, que eran la manifestación de un anti europeísmo creciente. Los criollos y los mestizos, los curas y algunos caciques involucrados, percibieron que la tendencia social combativa se podía agrandar y dar lugar a sucesos inesperados en contra de sus propios intereses. Reaccionaron para reinstalar los puntos de apoyo de la estructura colonial. La intención de buscar autonomía de los estratos superiores con su actitud rebelde, desapareció, con el aumento de la beligerancia campesina, que mostraba sorpresivamente un fin regional y americanista. La intervención de los pueblos fue para liberarse de las imposiciones económicas, eliminar a los mandones políticos, y pensaron en hacer una unión de todos los nacidos en estas tierras para expulsar el reino ibérico y revalorizar la cultura incaica.

Los tres niveles sociales tenían sus escrúpulos, sus quejas y, finalmente, sus intenciones de revancha. Los criollos, desde un medio siglo, fueron distanciándose de los españoles, y llegado el momento quisieron doblegar el poder del corregidor. Cuando estaban acuarteladas las tropas, los criollos temían que los europeos movilizarían a estas contra ellos, la consigna era doblegar a los chapetones definitivamente. En cambio los partidarios europeos que, días antes habían retomado el poder político con la elección de alcaldes de su bando, veían que venían trifulcas con la coalición presentida de mestizos y criollos. Los objetivos de esos días demuestran claramente que los conflictos entre los acuartelados y las noticias de la inquietud indígena, fueron las causas de la “hecatombe” que sobrevendría en los días de febrero de 1781. Por otra parte, los europeos no consideraban a los criollos como hispanos nacidos en América, sino que los adherían a la clase mestiza, empleando el término despectivo de cholos. Éstos bien sabían que aquéllos eran advenedizos, que aprovechaban del apoyo real para disfrutar del poder económico y la posesión territorial.

El motín fue considerado único en la historia, porque tres castas, si se quiere, tres estamentos diferentes, con distintos argumentos y objetivos, se alinearon frente al poder. El fin, impensado inicialmente, pero después, amasado correctamente, fue la sublevación orureña. La villa había recibido en cierto grado de beneplácito las doctrinas de Túpac Amaru de expulsar a los europeos; lo que se fue sumando al resentimiento del plano mestizo y de la base ya completamente desilusionada de los criollos.

Las vacilaciones de los caciques indígenas se manifestaron desde los primeros días de la expulsión de sus contingentes, y fueron creciendo aún más cuando resolvieron invadir la villa, para hacer desaparecer toda autoridad civil y religiosa, corrigiendo la traición que habían sufrido. Las invasiones se produjeron el 9 y el 18 de marzo y a principios de abril de 1781 buscando la supresión de todas las pensiones y tributos, y la apropiación de las tierras y las minas; pero no existía una mancomunidad de ideas para la estrategia, y se descubría un distanciamiento fatal entre las comunidades y doctrinas del norte y del sur de la altiplanicie orureña. Estas circunstancias las habían creado López Chungara y los principales de Challapata, que mostraban una línea moderada, y alguna mínima ligazón con los criollos; por su parte, los moradores de Challacollo y Sillota, en el norte, eran radicales en sus acciones torpes e inmediatistas. Más tarde se vería que los comunarios de Lequepalca entregaron a Andrés Colque, como también que Mateo Guaca fue el incomprendido de Challacollo. Los sucesos mostraron que, ante la fuerza, las comunidades fueron capitulando paulatinamente: entregaron a sus cabecillas y cambiaron de residencia para no soportar la acritud de los vecinos.

LLEGAR A LA INDAGACIÓN DEL COLECTIVO

Una corriente crítica dentro de la disciplina histórica en general hace que se busque en las corporaciones las inducciones generales para entender los movimientos de la pluralidad. La historiografía no puede ser individual; se debe arribar a la indagación del colectivo. En los últimos años esta tendencia ha adquirido una creciente relevancia gracias a sus innovaciones sistémicas, y mediante las cuales se busca el significado socio-histórico o los hilos que animaron verídicamente a los sucesos.

Así se quiere pesquisar el devenir indígena en los territorios virreinales, donde los factores dominantes eran prevalentes en grados superlativos, tanto extranjeros, realistas, como oriundos, porque existían caudillos circunstanciales, locales étnicos, si no impuestos por el grande de Tungasuca. Hasta muy avanzado el imperio, durante la Audiencia de Charcas las relaciones de los comunarios con los españoles eran aisladas y se buscaba acceder a espacios infecundos hasta ese momento, para hallar una mayor relación superando el pensamiento fundacional.

Si bien los grupos indígenas se manifestaban homogéneamente en el continente, cada zona social tenía sus reclamaciones particulares, y exponían los mismos elementos para la insurgencia de los conglomerados desde Tomás Catari. Se podría anotar una estadística global de las protestas y de muchos lustros; al mismo tiempo que adquirir un repaso sobre los conceptos extendidos de la política colonial; y un cuestionamiento de la psicología del indígena si había una auto-reflexión y cómo se revelaba durante los alzamientos.

Se puede considerar que a fines del siglo XVIII las poblaciones de autóctonos gozaban de cierto grado de autonomía; estaban reducidos a sus parcelas y a sus obrajes; contaban con la solidaridad de otros ayllus y del acercamiento de los españoles que los buscaban a cambio de paga ínfima por el empleo de mano de obra.

Hoy se debe abandonar la historiografía de otros tiempos en que se quejaba de la marginalidad de grupos, de las violencias injustas y de las minorías desorientadas. Evitar la rigidez en las percepciones, interrogar la relación entre los poderes, democratizar las disciplinas que la historia utiliza para observar cualquier tipo grupal del continente. Sin duda que la complejidad de lo analizado minuciosamente consentirá que la España de América, imaginada como feroz y sanguinaria, o, en el otro extremo, una nación de leyes vinculadoras de los países, dejará delinear correctamente las pautas de las críticas.

Por otra parte, la comparación con las revoluciones francesa o estadounidense es un referente indeterminado y aleatorio, que no aproxima sus significados con los de la América hispana, pues la relación de subordinación y dominación es completamente incoherente porque los niveles sociales eran marcadamente desiguales.

En el alzamiento de Oruro existen prácticamente tres capítulos desiguales: a) Noticias de la invasión campesina y acuartelamiento; b) Motín urbano, y c) Advenimiento de masas indígenas. En este último, la introducción de nuevos criterios y métodos para desarrollar la teoría en la historia, ha generado nuevos matices historiográficos. Cuando las tensiones fueron aumentando con Túpac Amaru, primero, y después con las intenciones regionales, tuvo que haber variaciones en la incursión del estado colonial en su cotidianidad. Se supone que el resentimiento tuvo que sentirse en la villa, de ahí que se produjeron los preparativos de defensa con formación de milicias, previendo choques y tensiones en la esfera antes experimentada por los iberos. En el otro bando tuvieron que presentarse los eventos no solamente como elementos vernáculos sino por efecto de los hechos ocurridos y la idea que generalmente no ha permanecido en ningún lugar como propio pero que aparece cuando los individuos proceden en agrupamiento. En el levantamiento indigenal aparecen ambivalencias, el uso de la fuerza y los fenómenos trágicos en cuanto se usan, y, opuestamente, la turbación predominando en el ánimo conciliatorio. En estos fenómenos de sublevación no podía llegar la hegemonización de posturas con las recomendadas por Túpac Amaru, ni a la larga ni a la corta, porque las identidades actuaban huérfanas de activistas disciplinados.

En general, el caudillo altiplánico tenía un proceder que no era indiferente porque conservaba un sentido para normas y valores comunitarios; sabiendo que el acatamiento acarreaba a los suyos más perjuicios que beneficios, intentaba actuar como si lo estimulara una idea sin dependencia, se liberaba espontáneamente de ilusiones y de complejos; nunca perseguía su propia ventaja, tampoco fingía el deseo de reconocimiento por parte de sus iguales, porque sus costumbres ancestrales tenían normas estrictas de respeto; en su condición natural estaba el adecuarse a toda realidad, y, por lo tanto, la condescendencia de los españoles no podía ser aceptada y, por el contrario, la tomaba como posición egoísta disimulada.

No obstante que las intervenciones tenían que ser conscientes porque ya Túpac Amaru había dado el ejemplo ─más que en el movimiento de sus tropas, en la disciplina formal del envío de mensajes─ hubo algo de pasividad y aquiescencia de los indígenas al ser expulsados de la villa. Las diferentes comunidades tenían autonomía, que se había traducido en la calidad de resistencia a las distintas presiones de las autoridades, como fueron también varios los propósitos a la llegada desde sus comarcas. Las presencias personales de caudillos se debían haber considerado como un proyecto que se inició tentativamente, pero que después sedimentaron como un hervidero de incertidumbres. Las tendencias que surgieron entonces como combativas debieron haber ocasionado reacciones más fuertes.

LOS MATICES DE LA INSUBORDINACIÓN

¿Cuáles fueron los matices generales de la insubordinación? No podemos desenrollar el hecho sin conocer el motivo y la causa de la revuelta. Habría que hacer una imagen de las necesidades de los pueblos, las tipificaciones de las costumbres y sus necesidades, calar en las sensibilidades sino de todos por lo menos de muchos de los habitantes. De hecho, no se puede, en el caso de los sucesos febrerinos de 1781, pensar en poner a los grupos oriundos en la centralidad, porque aparecieron en una compaginación terciaria, después que los partidarios de la familia Rodríguez de Herrera empezaron el conato. Aunque se constituyan los días siguientes en los legítimos personajes, carecían de la orientación para fraguar el enderezamiento de la línea elitista europeocentrista.

El nacimiento de la iniciativa, vino de una insatisfacción y desilusión de cómo los españoles se habían conducido hasta ese momento, incluso la presencia de numerosísimos curas había significado la falla de las promesas hechas por la religión. Aquellos que habían creído en los valores foráneos desdeñaron sus equivocaciones por la falta de progreso en los pueblos naturales y la observación de que muchos mestizos mejoraban por amistarse con los criollos. Se proyecta ahora hacerlos sujetos de su propia historia, ingresando en su consciencia, a fin de verificar la relación de dominación y subordinación. Y acercarse a las tendencias del pensamiento indígena, los conceptos reinantes en el pueblo, realizar un análisis desde el interior, desnudar la influencia colonial de los conquistadores y de aquellos que escribieron los libros de historia en los años iniciales de la República.

Probablemente no había entre ellos términos de etnias, divisiones de clases claramente delimitadas, categorías etáreas, parentescos, preferencia de ocupación, deserciones de mitimaes, etc. No se reparaba en historias parciales de nativos dominantes, no se recordaban las brechas, lapsos y obstáculos de su existencia, no incumbían la conducta y los atuendos como elementos de diferenciación. Si socialmente ganaron mucho, en plena sublevación, haciendo cambiar la vestimenta de los criollos, de persistir ésta hubiera expresado la consciencia positiva, porque era rarísimo que un natural adoptara la vestimenta de los españoles, como lo hacían tan libremente los mestizos.

Puede ser que vayan apareciendo más maniobras en el rastreo cognitivo de los actores de las regiones involucradas en los alzamientos porque ahora sólo existe la explicación de un cambio plural y explosivo, quizá deficientemente preparado, que llevó a una revuelta enorme en la que los insubordinados aplicaron como actos de reclamación, destruir o alterar los símbolos del poder, utilizando una gama funcional que iba desde la insurrección al crimen. Tenía que emerger la experiencia de la resistencia al colonialismo. Con el transcurso de las décadas, de alguna forma, y se quiera o no, los jóvenes de los pueblos fueron imaginando o fueron entendiendo los roles de los colonizadores, y después, con los cabecillas indígenas de las guerrillas, lograron ganar madurez, y sus seguidores aprendieron que la evolución era la confianza en ellos.

Los documentos judiciales no son pruebas fehacientes para ver la contextura subversora porque los naturales fueron juzgados con leyes y reglamentos europeos, y lo que es más perjudicial, asentados en los libros con el color del lente del conquistador. Se les había negado una posición de diálogo, o compelido a bajar las cervices en los tribunales. Al leer los juicios a los reos orureños de 1781 entran las ganas de interrogar a los interrogadores.

Debemos validar al sublevado del campo como un sujeto activo histórico bosquejándolo individuo consciente que verificaba sus propios eventos y organizaba su política para manejar su administración, reconociendo los prejuicios que originaron fábulas en los recuentos regionales. Introducir formas para articular el significado personal de los que formaron voluntariamente las filas de los guerrilleros de la independencia, y ya no sólo de conglomerados sino de naciones, culturas y proyecciones en la sociedad altoperuana.

La historiografía permitió, con el tiempo, la construcción de trayectorias más comprensibles, suscitando, con los estudios de documentos, un desplazamiento de la atención hacia el comportamiento de este estrato, para que se sienta pluralidad.

Fuente: LA PATRIA
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