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Warning: session_start(): Cannot start session when headers already sent in /home/lapatri2/public_html/impresa/index.php on line 8 Oruro: Paisaje y gente - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
Por: Glenda Peláez Mamayeff - Licenciada en Ciencias de la Comunicación Social - Coordinadora General del periódico mensual “Nace la Luz” - Oruro
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Es imposible pensar a Oruro sin evocar sus montañas.
Esas montañas que son presencia perenne, en oposición a nuestra efímera existencia, están ahí desde siempre; y digo siempre porque acaso no puedo precisar su edad, mas su estampa de tan soberbia se hace endiosada.
A veces se me antojan mansas y discretas; y en su reposo descansan pequeñas casitas amontonadas. Son un puñado de construcciones de las más elementales, que exhiben piezas de barro, de barro cocido, rocas y láminas de cinc acaneladas por herrumbre.
Otras elevaciones asemejan un grupo de mujeres aimaras, morenas, robustas, de mejillas ásperas y coloradas, de manos gruesas; y en cuyo abrazo se desenvuelve la vida dinámica de gentes afanosas.
Estas lomas parecerían, no estar de pie, sino sentadas, sosteniendo conversación amable con la brisa, mirando a sus hijos con ojos blandos, con total ternura maternal.
Las montañas de Oruro significan realidad y sueño, sueño y recuerdo; y recuerdo de los propios recuerdos. En su seno todo está celosamente guardado. Oculto estaba también el precioso mineral: La plata, el estaño y el oro. Las montañas de Oruro son verdaderos símbolos de vitalidad, sus vientres espléndidos fueron tan fértiles que de fértiles nutrieron a propios y a extraños.
Cuando uno está en tránsito de viaje, aletargado por el suave bamboleo del bus que se contonea ora aquí, ora allá; es posible otear, desde una minúscula ventana, un gran e inolvidable espectáculo: Un sol sempiterno tuesta, desde su alzado sitial, a los picos erguidos de esas figuras inmutables que ansían besar el cielo. Después, esos mismos rayos broncean la piel de los habitantes, oriundos cobrizos con un resplandecimiento en el rostro cual si se tratara del lustre de una moneda pulida.
Las más altas cumbres de Oruro son de belleza sin par, su majestuosidad tiene la virtud de opacar la gloria de cualquier fenómeno natural. Permanecen inhabitadas, solitarias, abrigadas con un manto albo de nieve que hacia sus faldas, se desvanece; cediendo paso a la aparición de sucesivas manchas cromáticas, entre las que señorean las de colores terrosos, pardos, azulencos y los lilas difuminados.
Las montañas de Oruro cuentan la historia de la naturaleza y del hombre. De una naturaleza trastocada por el gesto humano, y la del hombre definida por la geografía y la superficie terrestre. (Simbiosis continua).
Los cerros de Oruro son protagonistas en la evolución de la economía nacional. La fortuna que su interior obsequió, a manos llenas, ha sido sustento de la Patria toda. Pero, además, su influencia no sólo puede ser económica, sino también, y en primer lugar, sociológica, ya que afecta la vida del montañés en todas sus formas. Se puede decir que ellos determinan la existencia del minero, síntesis, en carne y hueso, de valor, de lucha, de resistencia.
René Zavaleta Mercado se refirió al proletariado minero como “la clase que contiene a la nación”. Y Raúl Prada Alcoreza, tras digerir el pensamiento de Zavaleta Mercado, concluye: “El proletariado minero resume en su cuerpo social, en su memoria colectiva, en su experiencia de lucha, en su intelecto general, las múltiples memorias, las múltiples experiencias, los múltiples saberes”.
Pero Oruro es más que sus sublimes cúspides y más que las inagotables minas que le acarrearon fama.
Es, también, la inquietante y extensa sabana. Mágico y pálido llano que atrae hacia sí al mortal. El magnetismo que ejerce acelera la sinfonía cardiaca; y clama el retorno del niño, del joven y del anciano, a la tierra. El regreso, siempre el regreso...
Y el habitante de Oruro sueña con ella, la añora como sólo es posible extrañar el nido matricial.
La altipampa desnuda, monocromática, infinita… pernocta esperando a que el viento le despierte. Cuando éste llega, toca suavemente su dermis para después alzarse con ímpetu y convertido en crestas de aire, trota en vertiginosa carrera, trepa riscos, zigzaguea entre las colinas y revienta contra formidables peñascos.
La extensa pampa, abierta como una ancha sonrisa, lanza carcajadas de eco profundo. Es un trozo de suelo calvo, en el que, no obstante, airosas emergen th’olas, yaretas y paja brava, minúscula vida vegetal vencedora del cansancio terrestre.
El frío, característica de nuestro clima, castiga la sensible piel del rostro, agrieta la de las manos, y se filtra hasta las simientes óseas; pero no logra congelar la sangre, esa sangre que circula trasladando, a un tiempo, el fuego denso de vida y oxígeno al cerebro creativo.
Montesquieu deja leer en el libro XVII de El espíritu de las leyes, “…en los climas fríos se da una fuerza, corporal y espiritual, que hace a los hombres capaces de realizar acciones prolongadas, penosas, grandes y audaces”.
Precisamente, tal es el empeño de la mujer y el hombre orureños, que tras jornadas extenuantes, son todavía aptos de emprender nuevos trabajos, colmados aún de sano vigor.
El cielo centinela de Oruro es, por generalidad, de un azul intenso, azul carente de mácula; excepto en tiempo de verano, cuando se impregna de nubes viajeras que comienzan por agruparse como un rebaño medroso. Se agolpan, se aprietan, se multiplican hasta repintar el firmamento de un grisáceo con vetas blancas; queda consumado el marmolado superior, predecesor de la tempestad.
Nada me es más grato que contemplar el atardecer en nuestro Oruro. A lo lejos, un puño invisible sostiene, a espaldas de las colinas, una gigantesca lámpara encendida, cuya luz escarlata bordea la cadena de montículos negros que permanecen agazapados.
Si en la noche repaso el cosmos, y veo las estrellas, suspiro cavilando ¡qué distantes están y, sin embargo, qué inmediatas!
Oruro es paisaje, y es, asimismo, su bizarra gente.
Estoy persuadida, al igual que Montesquieu, de que acaso “…la animosidad de los pueblos de climas fríos sea la causa del mantenimiento de su libertad”.
Oruro, soy un átomo tuyo, un átomo que te respira, que camina tu suelo, que admira tu paisaje sin paralelo, que vive feliz de saberse parte del ayllu que te puebla, un átomo, como tantos otros.
Oruro es paisaje, y es, asimismo, su bizarra gente…
Fuente: LA PATRIA
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