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“Pututus y wiphalas en la rebelión india”: 1780-1781
10 feb 2011
Fuente: LA PATRIA
(Amarus y Cataris)
• Por: Prof. Dr. Antonio Revollo Fernández - Presidente de la Sociedad de Historia y Geografía de Oruro
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I. LAS CAUSAS INSURRECCIONALES DE AYMARAS Y QUECHUAS
La vorágine de acontecimientos durante la epopeya de la rebelión de pututos y wiphalas de 1780-1781, encabezados por indígenas, debe buscar sus orígenes, a factores de recomposición socio-económicos de los nativos que, paulatinamente, fueron recortados y anulados en sus derechos usurpados por los peninsulares. Uno de los factores, de la rebelión india fue la sobreexplotación y la extorsión de innumerables tributos y alcabalas, como los famosos repartos de carácter obligatorio objetos de ninguna utilidad para los nativos que significa a la postre una deuda impagable, por otra, el sistema de trabajo más odiado como “la mita”, pero, también, el “derecho de pernada”, tributo a la virginidad de las núbiles futuras esposas de la servidumbre en manos de sus patrones.
II. LOS LINAJES DINÁSTICOS QUECHUA-AYMARAS
Existieron otros componentes de desajustes socio-económicos como el del linaje reclamado, como los “indígenas de alcurnia”, como indica, José Luis Roca: “los caciques y otros indios que reclamaban prosapia incaica muchas veces constituyeron uniones legitimas, con mujeres españolas, estaban en la capacidad de exigir a la corona el reconocimiento de títulos nobiliarios antiguos, o concesión de otros nuevos, eso sin contar los linajes que ellos habían heredado de sus propios antepasados cuyos nexos, también, se reputaban nobiliarios” -prosigue - “Cacicazgos como los establecidos en los antiguos señores aimaras de Pacajes, Omasuyus, Larecaja, Sica Sica, que desarrollaban la actividad en activo comercio de coca y ají, maíz, vinos, chuño y papa con las provincias peruanas de Moquegua, Puno y Arequipa…”
El cacicazgo, sector poderoso e influyente con muchos privilegios en el periodo colonial frente a sus inter-pares nativos fueron castas dinásticas que mantuvieron su influencia y poderío frente a los peninsulares como “los Siñani, Fernández, Guarachi, Cusicanqui, Quirquincha, Limachi, Tituatahuachi y tantos otros, eran indígenas ricos, dueños de tierra, ganados y mulas, que quienes por lo general tenían pocas quejas de la política de Madrid…”, pero, frente a ese sector poderoso con muchas canonjías, también, existían otros sectores que mantenían una condición excluyente y depauperada como los Amaru y los Katari, por ejemplo, que se constituyeron en el detonante en la gran insurrección en el área pan andina boliviana y peruana, que reclamaban con vehemencia sus títulos y prerrogativas ancestrales heredadas de sus antepasados, eclosión que se desataría con toda su virulencia entre los años 1780 y 1781.
Dicha asimetría al interior de la estirpe indígena entre ricos y pobres que estos últimos al rebelarse, contra el orden colonial imperante chocaron no sólo en los intereses de los chapetones, “sino, de los nobles indios, que se les conocía como “curacas”. En esta la línea de la cadena expoliadora colonial. En el otro extremo estaban los mitayos, yanaconas, hutawuahuas, los forasteros, y otros considerados”. Por tanto, las desigualdades sociales eran nítidamente diferentes entre los peninsulares españoles que gozaban de todos los privilegios, los criollos que pugnaban igualarse, los mestizos, con menos jerarquía y los indios ricos y pobres de menor estatus social.
II. LA ANTINOMIA RELIGIOSA ENTRE LOS SUBLEVADOS
Durante el periodo insurreccional en muchas poblaciones se quemaron iglesias, frecuentes asesinatos de sacerdotes, quema de utensilios de los conventos y templos, acciones que fueron consideradas como actos sacrílegos, tal es el caso de Oruro, en las jornadas sangrientas de febrero de 1781, que al buscar chapetones saqueaban las iglesias que “fue considerada como una apostasía flagrante y, que sin embargo, dicha actitud irreligiosa de irrespeto no era general, entre todos los sublevados. En las anotaciones de los Diarios de Diez de Medina, con referencia las insurrecciones en La Paz, indica “…que no era así ya que se trataría, por supuesto de una religiosidad sui géneris en que se mezclaban los ritos, se saqueaban las iglesias, se cometían sacrilegios, pero, en cambio se perdonaba la vida a la mayor parte de los sacerdotes prisioneros. Se solicitaba la presencia de capellanes, se saqueaban las iglesias, pero, para transportar las imágenes al Alto, donde se les seguía invocando se celebraban procesiones fiestas de santos, ceremonia de Semana Santa como el lavado de los pies efectuado por “Túpac Katari” se escuchaba misa, se hacía rezar a los sacerdotes, con fe. En este aspecto los indios siguieron siendo consecuentes con su actitud de aceptación del cristianismo el que, como antes siguió estando profundamente mezclando con los ritos ancestrales de sus tradiciones autóctonas”. (Del Valle, María Eugenia, “Testimonio del cerco de La Paz”. El campo contra la ciudad 1781).
Por lo transcrito en supra cabe preguntarse: ¿se trataba de un sincretismo religioso entre la religiosidad andina y la religión católica, que caló profundamente en la conciencia de los nativos? ¿O sólo constituía una superposición cultural de enmascaramiento religioso para mantener sus propios valores culturales que direccionaba la acción de los sublevados?
Si bien, Túpac Amaru paraba sus tropas a menudo a oír misa y Túpac Catari utilizó el catolicismo para promover su propia imagen semidivina, no es menos cierto que otros rebeldes optaron para atacar repetidamente las iglesias, ordenando la ejecución de sacerdotes y llegando a erigir una pira con los propios objetos robados” (Robins, pág. 167). En el fondo muchas de estas acciones buscaban la reimplantación del culto a las wacas sagradas ancestrales, en un movimiento cultural religioso denominado el “Taki onkoy”, erradicando todo culto católico español, destruyendo iglesias e inclusive imágenes, precisamente, para reimponer el orden antiguo de sus deidades tutelares, ”apus”, y, “achachilas” que, lamentablemente, fracasaron, porque, la profilaxis litúrgica fue profunda que convivieron entre la religiosidad popular y la religión católica en una especie de connubio o sincretismo religioso, situación que persiste, inclusive, hasta el presente.
Fuente: LA PATRIA
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