Lunes 07 de febrero de 2011
ver hoy
La gravedad de la crisis del sistema-Vida y del sistema-Tierra es de tal magnitud que ya no bastan las iniciativas de los Estados, generalmente tardías y poco eficaces. La humanidad entera, todos los saberes, las instancias sociales y las personas individuales, deben dar su contribución y tomar el destino común en sus manos. En caso contrario, difícilmente sobreviviremos colectivamente.
Christian de Duve, premio Nóbel de Fisiología 1974, nos advierte en su conocido libro Polvo Vital: la vida como imperativo cósmico (1997) que “nuestro tiempo recuerda una de aquellas importantes rupturas en la evolución, caracterizadas por extinciones en masa”. Efectivamente, el ser humano se ha vuelto una fuerza geofísica destructora. Tiempo atrás eran los meteoros rasantes los que amenazaban la Tierra, hoy el meteoro rasante devastador se llama ser humano sapiens y demens, doblemente demens.
De ahí la importancia de mostrar que la tragedia no es fatal. Podemos realizar los cambios que van desde la organización de centenas de cursos de educación ambiental y capacitación, pasando por el afloramiento de una conciencia colectiva de corresponsabilidad y cuidado por el ambiente, la gestión compartida de las cuencas hidrográficas, el incentivo a la agricultura familiar, la creación de un refugio biológico de especies regionales, de corredores de biodiversidad uniendo varias reservas forestales, la recuperación de los ríos, el cultivo de plantas medicinales, la generación de energía mediante los deshechos de cerdos y aves, hasta la creación de un Centro Tecnológico, del Centro de Saberes y Cuidados Ambientales y de la Universidad de la Integración Latinoamericana, entre otras que no citamos. Así lo demuestra el proyecto Cultivando Agua Buena.