La protesta social que emerge de manera constante por la ausencia de azúcar, arroz y otros alimentos en los mercados de todo el país, se ha convertido en la primera experiencia de todos los días que sufre el ciudadano común y refleja la profunda crisis de producción del modelo económico propuesto por el Gobierno con el nombre de “comunitario” y que, supuestamente, ha logrado despegar en Bolivia. Esta política, con un año de vigencia, provoca severas reacciones en la crítica especializada, además de mantenerse como un fenómeno confuso que no termina de salir de la línea central del denominado “consenso de Washington”, ni elimina el célebre D.S. 21060, que es esencia y base de la aplicación del “neoliberalismo”.
Las extensas colas, la conmoción social y su reacción violenta en el conjunto de la sociedad que vive más en incertidumbre respecto al futuro de la familia, demanda alimentos y, por lo menos, un control más coherente en la aplicación de los precios de la canasta básica. Este cuadro de coyuntura, está generando una crisis irreversible o por la vigencia de un estado caótico de la política o por la ineficiencia e ineficacia del nuevo modelo económico. Pero también, podrían estar presentes los efectos de “la cola de la aguda crisis del modelo neoliberal” que, en octubre de 2003, arrasó a sus más connotados representantes ante el fracaso de las llamadas reformas estructurales y que, en el presente, arrastra todavía la actual administración del Estado.
Una muestra de este fracaso, se expresa en los niveles de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) que, durante sus cinco años de vigencia gubernamental, no pudo superar el nivel del 4% promedio - año, en similar ritmo alcanzado por el régimen neoliberal impuesto en 1985 y que sustituyó al viejo régimen del “Capitalismo de Estado”, vigente desde la Revolución Nacional producida en 1952. En ambos casos, se observa incapacidad e ineficiencia para reactivar la economía y promover el crecimiento nacional.
El resultado, lamentablemente, es el mismo. Se produce un vacío de liderazgo que promueva el proceso de acumulación de capital y una inevitable contracción en la demanda agregada, lo cual refleja que ni el Estado, ni la empresa privada, tanto nacional como extranjera, asumen el papel principal en la economía boliviana. Esta dicotomía está generando el natural proceso de desequilibrio que, asimismo, agudiza las tensiones sociales. En criterio de varios economistas, ambas etapas en la historia de Bolivia, dejan en claro que “no ofrecen potencialidades para promover el crecimiento y, menos generar las condiciones necesarias para reactivar el aparato productivo”.
Un proceso de reactivación, como afirmamos en una anterior oportunidad, es determinante para el incremento de la producción, la generación de empleo y un mejor nivel de ingresos, cuyo resultado inmediato exigirá la necesaria ampliación de la capacidad instalada. Lo contrario significa que en el país, rige un modelo recesivo e inflacionario, que no responde ni a las fórmulas planteadas por el Fondo Monetario Internacional, ni a los ideales del “Socialismo del Siglo XXI”, que proponen eliminar los obstáculos estructurales referidos al crecimiento del país.
Un elemento que ha exacerbado el nivel inflacionario que viene acumulándose desde hace varios años, ha sido el “gasolinazo navideño”. A partir de aquel momento, se agudizan las presiones económicas y, un mes después, no puede controlarse el ascenso ostensible de los precios de los productos de la canasta básica, en el mercado nacional, y se convierte en un fenómeno propio de la expansión monetaria que, a finales de diciembre último, alcanzó un 30 por ciento. “Ésta constituye una tasa muy grande que explica, de por sí, el nivel inflacionario”, en criterio del economista, Armando Méndez.
Como agravante que estimula la crisis, se registra un ostensible descenso en la producción que genera limitaciones en la oferta, como es el caso del azúcar. Alta demanda más baja oferta, se obtiene como resultado, un incremento descontrolado de precios, explica Méndez para cerrar la ecuación. Pero también, en esta cascada de problemas, el país se ha convertido en un importador de niveles inflacionarios, al considerar que la solución a los conflictos de suministro es la compra de alimentos en el exterior o en países vecinos, como ocurre con las verduras procedentes del Perú o las frutas de Chile.
El modelo económico comunitario “chocó contra el muro de la globalización” al pretender que su visión endógena podría aislar a Bolivia del mundo globalizado, como una fórmula para la lucha contra el imperialismo. El resultado de su fracaso, es similar a la coyuntura planteada por el ex dictador Luis García Meza, cuando decidió sustituir “la quinua por el pan o la cañahua por el arroz”, sin considerar que ambos casos sólo significaban sueños o utopías del momento.
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