La Educación con nueva Ley y la impostura de siempre
02 feb 2011
Por: Fernando Valdivia Delgado
El primer día de labores escolares en medio de la tensa situación creada por la llamada “Ley Elizardo Pérez - Avelino Siñani” que, dicho sea de paso, se estrena como “parte de la política del cambio”, ha colocado en el debate público la estructura de esa norma y la conclusión sigue siendo, como hace cien años: “La elocuencia histriónica, la exageración maniquea y la impostura, que son todavía convenientes artilugios para crear verdades aceptadas por la forma y no por el contenido”.
Tanto esta nueva Ley como aquella que impuso la “Reforma Educacional”, más conocida con el mote de “neoliberal”, no tienen diferencias sustanciales porque, según las autoridades del área, “tiene que haber una base sobre la cual debe trabajarse cualquier política”, así sea, las que se proyectan dentro del actual “proceso de cambio”. Podemos reflexionar sobre el tema, rememorando el pensamiento de Don Franz Tamayo, quien sostenía hace cien años que “el régimen extranjerizante de la educación se mantiene” y con “similares conceptos en la estructura, las nuevas ideas propuestas tienen más de afuera que de adentro, de lo profundo de lo nacional”.
Tal como ocurrió durante el proceso de “reforma educacional” de los noventa, la nueva “Ley Pérez - Siñani”, ha sido planteada a espaldas de los maestros, de los profesores que llevan sobre sus hombros la responsabilidad de la más alta función del Estado y, si hubo alguna muestra en el debate, ésta es considerada por el conjunto del magisterio, como una “representación de quienes portan el carné político del régimen gobernante”. De hecho, tal presencia no ha borrado el “carácter dogmático” del instrumento y, menos, la esencia extranjerizante que hoy se propone imponer el socialismo del siglo XXI. En ambos casos, predomina el interés particular del sistema vigente.
Ninguna de las reformas impuestas a partir de comienzos de los 50, revisando algunos de los preceptos que tomaron vigencia, ha hecho hincapié en la posibilidad de devolver al país, su derecho a pensar como boliviano o avanzar como país en la construcción del hombre en función a los intereses colectivos. “La educación de hoy nació liberal, se mantiene liberal y extranjerizante”, decía Don Franz Tamayo, en sus escritos difundidos entre el 3 de julio al 22 de septiembre de 1910, en tenaz lucha contra la imposición del “Bovarysmo Francés”. Ya en ese entonces, el pensador boliviano exigía que el sistema educacional debiera ser boliviano, para los bolivianos y, los liberales de ese tiempo, no le tomaron en cuenta.
Desde el momento en que las letras están bajo un liderazgo no científico, con la sola pretensión de asignar mayor importancia a la educación, la voluntad de los políticos y las determinaciones gubernamentales muestran que no hay ni liderazgo, ni voluntad política que demuestre que el área es la principal preocupación del Gobierno. Basta saber que el presupuesto asignado al tema, es el más bajo en el programa financiero nacional y que las asignaciones a los municipios, encargados hoy de inmuebles y muebles, sufren severos recortes presupuestarios. No se ha logrado estructurar una visión de sistema propio, nacional que tome en cuenta más lo que tenemos, nuestra tradición y nuestro pasado.
Insistimos: Cien años después de la creación de Escuela de Maestros y Preceptores de Bolivia en Sucre, a manos del pedagogo belga, Georges Rouma, (1909) y de aquella crítica desplegada por Franz Tamayo, la educación boliviana no ha logrado ofrecer a sus hijos un proceso de transformación en la forma de pensar del hombre boliviano y de crear una identidad nacional en base a la educación. Pareciera que lo descrito por Tamayo se actualiza y actualiza la sofística que reproduce en las políticas gubernamentales, las prácticas de los sofistas que mercadeaban con la palabra y la educación.
Bolivia mantiene un régimen que subyuga al boliviano y, de esta manera, se evita la construcción de una conciencia nacional que proponga la construcción de Bolivia, con la dignidad y todos los atributos que permite cultivar el principio de identidad y patriotismo a toda prueba, como lo hacen nuestros vecinos.
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