Para nadie es extraño que nuestro país no fue remanso de paz, concordia y fraternidad entre todos; lo ocurrido por causas políticas, económicas y sociales es mucho; pero, hay que convenir, sin ambages de ninguna clase, que en 185 años de historia hubo diversidad de situaciones que tuvieron que sobrellevarse y cada generación se hizo cargo de su parte. Hay que convenir, sin embargo, que los procesos de “cambio” –como llaman los autonombrados “revolucionarios”, que no revolucionan nada porque ellos mismos no pueden cambiar–, han implicado diferencias muy grandes para los bolivianos.
En enero de 2006, al iniciarse el gobierno de “cambio”, se creyó que, finalmente, a nivel de un partido político se haya tomado conciencia de lo que es el país, de la necesidad de vivir realidades y alejarse de utopías y fantasías; de entender que no podemos seguir indefinidamente por las sendas que nos hacen mendicantes y dependientes de los limosneros cual son los países ricos y desarrollados que, nos ayudan, nos socorren y hasta “nos comprenden” a la menor insinuación de nuestros gobiernos.
Pero, triste es decirlo, no hubo los cambios esperados y, si los hubo, fue a favor de pocos –como siempre en la historia– y bajo las mismas reglas impuestas por el poder absoluto: Primero es el partido, luego el partido; luego los áulicos y los que dicen a todo “está muy bien” y para los que se sienten obligados a aportar lo que saben o no, lo que pueden y no, lo que piensan y no piensan pero lo hacen obsecuentes y seguros de que su obsecuencia será siempre bien compensada.
El país, consciente de estas realidades, vive la esperanza que realmente hayan cambios pero para bien general; que lo prometido en campañas electoralistas se cumpla y que se gobierne tomando conciencia de que Bolivia es Patria de todos los bolivianos; es preciso, por todo ello, desterrar odios y rencores, complejos que sólo ven lo malo en los otros sin tomar en cuenta que se tiene mucho de malo dentro de casa.
Hay urgencias que el país reclama y una de ellas es fundamental: La unidad nacional, el entender que es tiempo de vencer nuestras propias limitaciones y ponernos en concordia con lo que son y viven los demás países, incluidos los que son vecinos. Urgencia de entender que debemos integrarnos desterrando regionalismos y divisiones que sólo agravan nuestros males. Es preciso, para el Gobierno, entender que nadie busca su fracaso sino que toda la comunidad nacional es consciente de que ese fracaso sería de todos y lo que se quiere, urgentemente, es que se gane, se triunfe pero con acciones positivas, con trabajo consciente y responsable, con eficacia y responsabilidad.
El pueblo busca que el Gobierno actúe en consonancia con lo que el pueblo hace: Se sacrifica, trabaja, vive con lo que poco que gana y en casos, existe simplemente porque no posee ni lo más necesario. Ese pueblo es austero y condena el despilfarro, el gasto oneroso, el malgasto irresponsable. Ese pueblo no vive de la política sino de su trabajo, sus ilusiones y esperanzas; vive la urgencia de cambiar pero viendo primero que quienes buscan “cambios” cambien en bien de la comunidad nacional, dejando de lado las conveniencias de su partido y su entorno. El mensaje diario del pueblo es de armonía, unidad y respeto entre todos porque sabe que son valores que redundarán en bien del país.
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