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Domingo 30 de enero de 2011

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Revista Dominical

Peregrinando al Santuario de la Virgen del Socavón

30 ene 2011

Fuente: LA PATRIA

Por: Jairo de Jesús Salazar Correa - Sacerdote de los Siervos de María

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En el calendario litúrgico católico, la fecha magna, la solemnidad de solemnidades es la Pascua de Resurrección, la noche santa, la noche luminosa cuando el Hijo de Dios y de María venció el pecado y la muerte y se constituyó, por querer del Padre y poder del Espíritu, en Señor del cosmos, de la vida y de la historia. El Resucitado, es el mismo que fue crucificado, el mismo que nació en un pesebre y que cuarenta días después de nacido fue llevado por sus padres al templo de Jerusalén para ser presentado ante Dios, cumpliendo así lo mandado por la ley de Moisés de consagrar al Señor todo primogénito. (Lv 12, 2-8).

La solemnidad del 2 de febrero, oficialmente llamada fiesta de la Presentación del Señor, es una de las más significativas del calendario, pues cierra el ciclo de Navidad que comienza con el Adviento, poco antes del 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción de María, porque la venida de Dios al mundo está marcada por la especial cooperación de María de Nazareth, mujer de nuestra raza, quien con su colaboración hizo posible que “el Verbo de Dios se hiciera carne y viniera a morar entre nosotros” (Jn 1, 14).

José y María, pareja de pobres y humildes, van al templo para consagrar a Jesús y allí, el Niño es reconocido por el profeta Simeón como “Luz del mundo” (cf Lc 2, 22-39). La joven pareja con toda su confianza puesta en el Padre del cielo, al ofrecer al recién nacido, inicia sin saberlo la primera Eucaristía que culminará en el monte Calvario: alianza definitiva y eterna del Dios-Hombre para la salvación de la humanidad. Simeón se refiere a María y le profetiza que una espada atravesará su alma y que su Hijo será signo de contradicción para muchos. El destino de la Madre y del Hijo indefectiblemente ligados en la obra redentora. Se abre para la Madre un panorama para nada alentador, marcado por el dolor, la incomprensión y el desprecio que le llevará hasta el sumun del dolor en la cumbre del Gólgota.

Camino de María marcado, como el de todos nosotros, por el misterio del dolor, camino que Ella realiza creciendo en la fe y en la confianza en el Dios de los humildes y los pobres, en el Dios que a todos ama con infinita misericordia, y que desembocará en la luz radiante de la Pascua de Resurrección, en el gozo de la gloria eterna donde la unión con la inefable Trinidad premiará eternamente la fidelidad de quienes han elegido ser discípulos y discípulas del Redentor y que le han seguido abrazados a la cruz cotidiana, sin desánimos ni aspavientos, firmes en la fe, alegres en la esperanza, generosos en el amor.

Camino de María y camino nuestro en pos del Salvador, nuestras existencias marcadas por la búsqueda de la verdad y de la plenitud en inquietud constante de realizar nuestros sueños y alcanzar nuestras aspiraciones de un mundo mejor a impulsos del Espíritu que alienta en nuestros corazones y nos capacita para amarnos como hermanos; es por eso que peregrinamos hacía el Santuario, siguiendo las huellas de nuestros antepasados que, desde hace más de cuatrocientos años en un interminable desfile, generación tras generación llegaban hasta las faldas del cerro Pie de Gallo, a la humilde Ermita, para rendirle honor y alabanza y presentar su amor hecho plegaria y canto a la Madre del amor hermoso, Causa de nuestra alegría, Refugio de pecadores, Salud de los enfermos, Consuelo de los afligidos y Puerta del cielo. Ella, madre de Jesús y madre nuestra, les acogía con su tierno y dulce mirar, iluminándoles en su peregrinar de fe y entregándoles a su Hijo, el que es la Luz del Mundo.

Ya en el Santuario, en la celebración eucarística, el sacerdote bendecía las candelas, velas de distintos colores, las blancas para los momentos de gozo, las amarillas empleadas para alumbrar a los moribundos durante el sacramento de la santa Unción y encenderlas en los funerales. De regreso a casa, no las utilizaban cotidianamente sino que las reservaban para momentos especiales de la vida familiar.

Que nuestra peregrinación hacía el Santuario de la Ck’achamoza Mamitay esté marcada, hoy como ayer, por la devoción sincera, la fe y el ardor de plenitud de amor. Que al encontrarla a Ella, encontremos a su Hijo Jesús y nos dejemos transformar por su Palabra viva y vivificante. Iluminados por el que es la Luz del mundo, podamos crecer en fe, esperanza y caridad, para construir juntos, aquí y ahora, un mundo mejor en el amor. Dentro de algunos días, cuando repitamos danzando la fiesta en su honor en el Sábado de Peregrinación antes del domingo de carnaval, le mostremos al mundo en sobriedad y belleza, como es capaz de amar el Orureño, inspirado por la Mamita del Socavón, Patrona de los Mineros y Reina coronada del Folklore Nacional.

Fuente: LA PATRIA
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