El actual proceso político está agotado. Los dioses, o la suma del tiempo, o los errores que se vienen, o sólo una selección de los más garrafales, dirán cuándo cae el telón. Hay un Esquilo que, sin que nosotros lo sepamos, ha puesto fin a esta obra de teatro. Y está escribiendo otra, sobre lo que vendrá.
Antes de entrar en ese ejercicio, de hacer proyecciones para el futuro, es bueno recordar cómo comenzó este proceso. Cómo llegamos a este episodio de la larga pesadilla que vive Bolivia.
Fue en el gobierno de Hugo Banzer que surgió la optimista idea de eliminar todos los cocales del Chapare. Se estaba poniendo fin a una hipocresía: La de llamar “excedentarios” a los cocales ilegales, porque “exceden” lo legal, lo autorizado. Todos los cocales del Chapare son ilegales y hay que eliminarlos, decía la orden de mando de ese momento.
Los ahora valientes dirigentes cocaleros estaban asustados. Uno de ellos, el principal, llegó a decir por esos días, cuando sólo quedaban 600 hectáreas para erradicar, que se les permita mantener esa superficie, con el compromiso de que no aumentarían ni en un metro cuadrado. Por favor, jefazo, le decían a Banzer, déjennos estas pocas hectáreas.
Tan fuerte estaba el gobierno, o se creía, que dijo no. Los cocaleros, a la cabeza de su principal dirigente, estaban derrotados. Se ocupaban de hacer marchas para mostrar que, a pesar de las erradicaciones, todavía existían plantas de coca en el Chapare.
La suerte estaba sellada para la coca del Chapare.
Fue cuando el capitalismo le jugó una mala pasada al proyecto boliviano de liberarse de su conexión con los ingresos del narcotráfico. La crisis financiera nacida en el Asia trajo un tsunami de precios bajos para todas las materias primas.
La economía minera estaba en crisis por las cotizaciones internacionales y la economía cruceña estaba sintiendo la escasez de recursos provocada por la decisión de un banco español de retirarse de Bolivia.
Lo que los cocaleros derrotados no hacían, algunos empresarios cruceños comenzaron a hacer. Se habían quedado sin recursos. Pedían reuniones de emergencia y hasta se sugirió un referéndum para destituir a Banzer.
En los intestinos del país se comenzó a sentir la falta de los narcodólares. Así como ahora sobran esos recursos, en esos días escaseaban.
Y al gobierno de Banzer se le ocurrió aplicar en ese momento de angustia otra medida más: cortar el contrabando. Más todavía: luego vendría un gobierno que quiso aplicar nuevos impuestos. Era el colmo.
La Bolivia anarquista, la que niega al Estado, comenzando por las organizaciones más fuertes, que son los comerciantes, por supuesto, dijo basta.
Hay quienes quieren dar un carácter épico a esas jornadas, como aquellos que llamaron “guerra del agua” a un movimiento digitado por los dueños de los carros cisterna que venden agua en Cochabamba.
Eran demasiados los golpes y todo ese ejercicio tuvo que sucumbir. Entonces fue que algunos electores bolivianos dijeron que habría que probar poniendo al problema en el gobierno. A los bloqueadores.
Y así les ha ido.
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