Aceptar al Dios cristiano, cuyo origen se remonta con certidumbre histórica a un periodo anclado en hace más de 2000 años, no implica necesariamente un reconocimiento físico, ni siquiera intelectual sino místico. La idea grandiosa de “un ser superior” no es real. Simplemente su presencia subyugante nos ayuda a explicar los miedos del ser humano, los hechos aparentemente sobrenaturales basados en la falta de conocimiento científico: Los rayos y los fuegos, los terremotos y erupciones volcánicas, los maremotos y la caída de cometas, asteroides y meteoritos sobre la superficie terrestre y acuática del planeta que nos cobija tan amablemente. Hoy la ciencia ya está en condiciones de racionalizar todo eso y más aún, encontrando pruebas irrebatibles de la realidad material.
No obstante, en el pasado remoto y aún hoy en tiempo presente, dichos fenómenos se justificaron a partir de una teoría deísta imaginaria, pero muy necesaria en un contexto de violencia sistemática que acompaña desde su origen a la Humanidad en la idea cierta del “eslabón perdido” con una edad de aproximadamente 5 a 6 millones de años en los vestigios geológicos de Etiopía, Kenia y Tanzania, países que forman parte del continente que nos permitió evolucionar definitivamente: África.
La historia reproduce perfidias con nombre y apellido, vilezas incontables antes que logros, los que de todas maneras, estos últimos se han producido con abundancia. En una suerte de evolución dialéctica con forma de espiral volviendo al mismo punto evolutivo pero en un nivel superior. Hegel y Marx la fundamentaron en su filosofía reveladora.
Los seres humanos, descendientes del “homo habilis” y del “homo erectus” para devenir en el “homo sapiens”, nuestra especie irredenta, hasta donde sabemos son capaces de los peores crímenes y solamente Dios representa un freno a sus atrevimientos bárbaros. ¡Si con el Supremo hacedor cometen las peores barbaridades, qué sería sin su figura!
Podríamos investigar profundamente, pero solamente llegaríamos a una conclusión: Dios y el Demonio perviven en nuestra psiquis. Los hemos construido en la mente y no existen independientemente de nosotros. Dios es imprescindible para poner alto a los arrebatos totalitarios, tan frecuentes hoy como en el pasado. Su existencia tiene que ver radical y conciencialmente con la bondad humana, con ese “yo” que nos obliga a ser nobles. La verdad divina será necesaria por mucho tiempo más hasta que la especie humana cambie profundamente, desterrando sus egoísmos tan arraigados en su mentalidad.
Cuando llegue el tiempo de la racionalidad plena y entera, entonces no será necesario Dios. Pero mientras tanto “alabada sea su presencia espiritual para forjar al hombre y mujer nuevos”.
(*) Politólogo
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