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Domingo 23 de enero de 2011

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Cultural El Duende

Alfonso Gamarra Durana

El padecimiento ocular de Nietzsche

23 ene 2011

Fuente: LA PATRIA

Historia de la medicina

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Segunda de tres partes

La principal hipótesis era que las cefaleas intensas, de presentación violenta y paroxismal constituían la causa de afecciones en los centros nerviosos, y se manifestaron como síntomas de una enfermedad cerebral y sus envolturas; o tal vez, los trastornos de la visión produjeron una lesión en el aparato visual, que determinaba la cefalea y sus periódicas exacerbaciones, como apariciones de excitación secundaria. La exploración de los ojos indica que una muy avanzada miopía tiene que dejar cambios en la estructura del fondo de ojo, de tal manera que el dolor de cabeza puede ser explicado por los cambios patológicos del ojo, en el sentido de que, si disminuyen los signos de incurabilidad cerebral, los resultados referente a los ojos se hacen más desesperados. En el ojo derecho, con el cual el enfermo sólo captaba siluetas desfiguradas y contrahechas, y deformados los signos de la escritura, hasta el grado de no ser reconocidos, pueden estar producidos por una inflamación crónica de arterias y la retina (chorioretinitis centralis) y una extensión de la enfermedad a los elementos nerviosos del fondo de ojo. Los exudados se diseminan en todo el territorio de la mácula lútea, es decir invadiendo claramente las partes importantes de la retina. Si bien en las acentuadas miopías pueden mantenerse los cuadros o figuras normales, en el ojo izquierdo de este enfermo se extendía ligeramente. La reparación, que se puede esperar en algunas circunstancias, aparecería a la expiración del proceso de inflamación crónica.

Este informe exhaustivo debemos a la preocupación de Richard Wagner, que con ayuda de un amigo común, buscaron el examen general de los ojos del intelectual alemán(5). El estado descrito fue corroborado por los expedientes de la Nervenklinik de Basilea en 1889, en la que se diagnosticó fuerte miopía, anisocoria con perezosa reacción pupilar a la luz. En el primer diagnóstico no hay duda. Se debe mencionar en esta comprobación la mención de la anisocoria, que se sabe es un acompañante de la gravedad diferenciada de la miopía. En las fotografías de Nietzsche, se ve el ojo derecho sobresaliendo, más grande que el izquierdo y mostrando la pupila dilatada. Esto puede ser consecuencia de los diferentes grados de la miopía, pero puede ser también la expresión de un trastorno congénito en la inervación de la pupila, en forma del complejo sintomático de Horner. También permanece dudosa la relación de la cefalea con el padecimiento ocular; se recordará que el mismo autor pensaba que eran ataques de migraña. Lecturas o trabajo de escritura muy prolongados favorecieron la aparición de aquéllos. Él afirmaba que si pasaba de los veinte minutos diarios de lectura, empezaba a sentir la molestia.

Se debe recordar que en el verano de 1856, a la edad de doce años, recibió unas vacaciones en el Gimnasio de Naumburg debido a “persistente dolor de cabeza con sufrimiento de los ojos”. Posteriormente, en los cuadernos de reporte de enfermedad, que se anotaban en los colegios, se encontraron esos síntomas como ocasionados por “resfríos y reumatismos”, y ya se anotaba la mirada fija o huraña del paciente. Su escritura fue siempre mala, porque él estaba obligado a acercar demasiado su cabeza al leer o escribir en el papel. A todo esto se sumó que la miopía severa ocasionó el adelgazamiento de las capas oculares y la carencia de sus pigmentos, lo que le hizo extraordinariamente sensible a la luz. Fue una característica el efecto intenso de la luz que le hacía cambiar sus tareas de acuerdo con las estaciones del año y los lugares de residencia. En verano toleraba solamente la “homogénea luz del cielo de Sils–María con su cielo carente de nubes” y tenía que retornar frecuentemente al bosque donde se ubicaba su sombreada habitación. Con toda precisión diferenciaba Nietzsche la influencia de la luz en distintos lugares de la Riviera; podía soportar la claridad reinante en el invierno o prefería la cambiante luz de los siguientes meses del año. El cambio frecuente de sus lugares de trabajo, que era presionado por el clima y el brillo de la refracción, le señalaban los períodos interrumpidos de trabajo, lo que le desesperaba por la falta de tiempo para sus escritos, esto determinó modificaciones de la configuración formal de aquellos trabajos que se publicaron como una colección de Aforismos. Sin embargo, actuaba positivamente la estancia en Engadin o en la Riviera.

Le escribió a Malvida von Meysenbug en febrero de 1884 contándole que Nizza era el primer lugar en el que se sentía bien de la cabeza e incluso de los ojos, “lo que yo necesito en todo caso es la serenidad del cielo y la iluminación solar sin nubecillas”. Al profesor Overbeck en 1883: “Dependo de la luz; es lo único que no me puede faltar, y no sé cómo sustituir o reemplazarla”. En 1886: “Permaneceré aquí hasta abril; mis ojos no me permiten más tiempo”.

Estos son los pareceres de dos sensaciones contrarias de Nietzsche en referencia a la luz. Son comprensibles si se piensa lo siguiente: Unas veces es mucha luz para el altamente ojo miope el penetrante sol de verano, que enceguece, que no se puede soportar. Por otra parte se sabe, por la investigación de Hollwich(6), que la luz de la retina no sólo actúa ópticamente sino que se acepta como portadora de energía y que es un estímulo sobre el metabolismo y las glándulas endocrinas a través del sistema neurohormonal. Por eso no se podía encontrar segmentos de la retina, del ojo de Nietzsche, suficientes para reaccionar en determinadas regiones y épocas del año. Los datos inicialmente contradictorios aparecen como argumento para entender que la luz actuaba en los sentidos, perjudicial o favorablemente, y en las condiciones corporales y anímicas de este enfermo. Y más importante será este conocimiento cuando se recuerde que Nietzsche consideraba la causa de los trastornos permanentes de su bienestar solo y exclusivamente a su discapacidad visual y a su padecimiento cerebral, como él mismo calificaba. Prescindiendo de sus obras que agitaron al mundo de las ideas, ésta era también la causa para su oralidad y escritura en cartas, de expresiones progresivamente más fuertes y su soledad sentida como cruel. Su innata agresividad hizo el resto.

Continuará

Fuente: LA PATRIA
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