La Iglesia de Cristo es una, santa, católica y apostólica, lo subraya el Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica. Esas cuatro improntas, se llaman notas.
San Pío X catequizaba personalmente a grupos de niños romanos, siendo ya Papa. Se cuenta que en una de esas catequesis preguntó el Pontífice si alguno de los presentes podía identificar otra característica eclesial más evidente, además de las cuatro ya señaladas. Los niños quedaron perplejos. Pero el santo “con visible emoción, susurró: Iglesia mártir”.
Siempre la Iglesia de Cristo, tuvo que hacer frente a sus enemigos, que desde las esferas del poder temporal han buscado su aniquilación. Las persecuciones son una constante en la historia de la Cristiandad. Éstas se originan cuando se busca responsables a las desgracias de la época, calumnias que dan lugar a motines y represiones en contra de los cristianos; “para calmar entonces el furor popular, las autoridades pronuncian condenas en contra de los supuestos culpables”.
Es «el misterio de la iniquidad» (2Tes 2, 7), explica San Pablo, que sirviéndose normalmente del «impío», es decir, de aquellos hombres que se prestan a ser sus secuaces e instrumentos de su acción en la historia, y que opera a la sombra, para obstruir o destruir, la obra del Señor.
Ya en la Iglesia primitiva circularon calumnias anticatólicas, práctica, que siglos más tarde, Voltaire acuñó en su célebre frase “Miente, miente que algo queda”, y, que posteriormente Goebbels, Ministro de Propaganda de Hitler, hizo también suya, con el mismo propósito.
“La Iglesia es intolerante en los principios porque cree; pero es tolerante en la práctica porque ama. Los enemigos de la Iglesia son tolerantes en los principios porque no creen; pero son intolerantes en la práctica porque no aman” (P. Reginald Garrigou-Lagrange, O. P.).
Pero las persecuciones y el martirio, son un bien para la Iglesia, siendo por lo tanto éstas, una nota o característica de su autenticidad. Siempre ha salido purificada la Iglesia de las persecuciones de todos los tiempos. Son clásicas las palabras de Tertuliano: «Aunque sea refinada, vuestra crueldad no sirve de nada; más aún, para nuestra comunidad constituye una invitación. Después de cada uno de vuestros golpes de hacha, nos hacemos más numerosos: la sangre de los cristianos es semilla eficaz (semen est sanguis christianorum)» (Apologético 50, 13). Al final el martirio y el sufrimiento por la verdad salen victoriosos, y son más eficaces que la crueldad y la violencia de los regímenes totalitarios.
El martirio es el sello de autenticidad y una prueba de la veracidad del cristianismo. Millares de mártires se cuentan de las persecuciones de Nerón el año 64 y las de Diocleciano y Juliano el apóstata, a las que siguieron las persecuciones del humanismo, de la rebelión protestante, el iluminismo, la revolución francesa… y las persecuciones del siglo XX en Méjico; Rusia y sus satélites; Cuba, España, China, Vietnam, Corea, etc.
Pero no todas las persecuciones han sido cruentas. Juliano el apóstata, en el siglo VI, desplegó una persecución cristianofóbica para anular moral y culturalmente a los cristianos. Su efectiva táctica consistió en excluir a los discípulos de Cristo de los puestos públicos, les prohibió tener escuelas, confiscó sus templos convirtiéndolos en lugares de culto idolátrico, empujó la herejía arriana adentro de la Iglesia para dividir y discordar a los fieles, los cristianos se vieron aún imposibilitados de acudir a los tribunales, debido a que cada litigante debería ofrecer sacrificios a los dioses paganos del Imperio.
Hoy en día la tesis gramsciana, disfrazada de democracia progresa en muchos sitios y amenaza a todo el mundo libre. En China por ejemplo, la Iglesia ha resistido indomable, ha triunfado hasta el punto de que el comunismo ha dejado de matar, porque no tiene que haber mártires. Es político matar unos pocos, ordinariamente esto asusta y produce la aquiescencia de muchos. Pero no es político seguir haciendo mártires, porque inmediatamente se apodera del pueblo un espíritu martirial, y, entonces, ya puede marcharse la tiranía.
Muchos dicen que la Iglesia está pasando por un invierno muy largo y muy frío. Nos enfrentamos ante un poderoso Goliat constituido por quienes tratan incansablemente de llevar a la Religión Cristiana a una religión sin Dios, por una furiosa persecución islámica, y de una manera más soterrada pero efectiva, a una persecución mediática y laicista especialmente anticatólica.
Pero podemos estar seguros de que si el peligro fuera tan grande, y si todo concurso humano fallara, entonces Dios, se declararía con señales inequívocas y restauraría la posición de su Iglesia. Ahí tenemos muchos hechos históricos de esta afirmación. Juliano el apóstata, sobrino de Constantino el Grande inició su reinado “como un declarado y entusiástico pagano”, con actitud viciosa atacó y persiguió el cristianismo, y como parte de su plan, quiso restaurar el Templo de Jerusalén, como un “proyecto de primer orden del Imperio”, y por supuesto, empujaron a los judíos a un entusiasmo fanático para la reconstrucción. Lo atestigua Ammianus Marcellinus, historiador oficial del reino e íntimo amigo del Emperador.
Cuando se iniciaron los trabajos de reconstrucción del Templo, escribe el Beato John Henry Newman: “Las tareas fueron ininterrumpidas por un ciclón tan violento, que se perdieron cantidades gigantes de cal, arena y otros materiales. Siguió una tormenta de truenos y relámpagos. Dice Sócrates que llovió fuego del cielo, y las herramientas de los albañiles, azadas, hachas y serruchos se derritieron. Luego un terremoto levantó las piedras de las cimientos del Templo (afirma Sócrates), llenando las excavaciones (dice Theodoret) que se habían hecho para los nuevos cimientos, y (como añade Rufinus), destruyó los edificios vecinos, especialmente los pórticos públicos, donde una cantidad de judíos ayudaban, y que fueron enterrados en las ruinas. Cuando concluyó el cismo, los obreros retornaron a sus faenas, dice Ammianus que salía fuego por debajo, el que se reiniciaba cada vez que ellos trataban a su vez de reiniciar el trabajo. El fuego corrió por las calles durante horas. San Gregorio añade que las prendas y los cuerpos de las personas fueron marcados con cruces, luminosas por la noche, y oscuras a la luz, mismas que permanecieron definitivamente”. Jesús y sus profetas tuvieron la palabra final, en efecto, se sabe por la historia que mientras Juliano el apóstata moría, gritó: “Venciste Galileo” el 26 de junio de 363.
Dios se declaró y dio la solución con una especial intervención suya.
(*) Director Nacional Pioneros de Abstinencia Total
Para tus amigos:
¡Oferta!
Solicita tu membresía Premium y disfruta estos beneficios adicionales:
- Edición diaria disponible desde las 5:00 am.
- Periódico del día en PDF descargable.
- Fotografías en alta resolución.
- Acceso a ediciones pasadas digitales desde 2010.