Si se menciona temor puede resultar poco realista, si se habla de terror resultaría exagerado, pero es evidente que miles de contribuyentes en todas partes del mundo tienen miedo al sistema de impuestos, sean como sean y de la manera en que se apliquen, en algunos lugares sin excepciones para nadie, en otras con ciertas contemplaciones, no faltan países y ciudades donde el caso de los impuestos abre historias de los más variados argumentos y hasta tales referencias sirven para “guionizar” películas o telenovelas de moda.
El caso de los impuestos tiene sus bemoles, suena bonito para unos, estridente para otros, molestoso para la mayoría y de ritmo variado para que bailen todos los que se introducen en el sistema por la necesidad de legalizar sus negocios y afiliarse al equipo de “los buenos contribuyentes”, mientras otros pocos, hacen de la vista gorda las disposiciones y prefieren buscar regímenes muy especiales sólo para disimular la condición de trabajo y comercio que les otorga sustento, pero a costa de una evasión impositiva poco disimulada, pero efectiva.
Ahora bien, en el Servicio de Impuestos Nacionales (SIN), se están haciendo los mayores esfuerzos por “universalizar” el sistema impositivo de manera que la gran mayoría ciudadana se convierta en contribuyente, justificando de ese modo la percepción de ciertos ingresos, sean por la vía de las rentas, el envío de remesas, utilidades de cualquier tipo de negocio y por el concepto de tener un salario fijo o temporal, en todos los casos hay que tributar.
Pero he ahí que surgen los problemas, ya que el gran universo de futuros contribuyentes, una mayoría comerciantes que se abigarran en las calles y mercados, no está de acuerdo en pagar impuestos, aduciendo algunas razones que deben ser tomadas en cuenta para cambiar la estrategia de motivación del SIN en su afán de captar más tributantes concientes de su deber.
Resulta que la gran duda ciudadana, aunque lo nieguen ciertas autoridades, es el destino de los impuestos que pagan los contribuyentes y que no sienten de manera directa el beneficio de que sus impuestos retornen en obras. El problema es más serio en el ámbito impositivo nacional, no tanto en el caso de los impuestos municipales que de algún modo, se convierten en calles más o menos arregladas, puntos de alumbrado público, con suerte servicios básicos como agua y alcantarillado y el infaltable maquillaje en plazas y parques, con lo que el vecino, ve parte de sus impuestos.
En el plano nacional, el asunto es muy difícil, pues las condiciones macro políticas, más que las estructuralmente diseñadas para el desarrollo se desvanecen en ajetreos que la ciudadanía no desea, pero que el gobierno cree que son necesidades urgentes, entonces la primera pregunta que surge antes de tomar la decisión de sumarse al SIN es: ¿Dónde van mis impuestos?
Pero el asunto se complica mucho más ahora cuando, sin explicaciones muy claras y argumentos contundentes, se conmina a los contribuyentes sumarse –obligadamente– a un sistema moderno de pago electrónico a través del Internet y con el uso de una tarjeta electrónica y personalizada… el miedo surge de manera general, inclusive entre los que poseen un equipo de computación y saben manejar el sistema, pero hay que imaginarse lo que pasa con quienes, y hay que decirlo claro, ni siquiera saben encender un computador.
Parece que el avance tecnológico, no sirve para modernizar un sistema que debería ser optativo, si se trata de captar más contribuyentes y no ahuyentarlos sólo con el anuncio de enfrentarse al sistema cibernético, para contribuir al Estado con un modesto o importante aporte económico. Hay miedo en los contribuyentes, que justificadamente también desconfían del sistema que como saben en el SIN, no ofrece todas las seguridades deseables.
Fuente: LA PATRIA
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