Alfredo Gangotena. Ecuador, 1904-1944. Poeta e ingeniero de minas ecuatoriano. Durante su estadía en Francia, Jules Supervielle, Max Jacob y Jean Cocteau propiciaron la publicación de sus primeros poemas. Publicó Origénie (1928) de inclinación vanguardista. Gran amigo de Henri Michaux, viajó con él por los Andes y la Amazonía, experiencia que dio origen a Ecuador (1929). También publicó Absence (1932), Yocaste y Tempestad secreta (1940)
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Bebida turbia
A Henry Michaux
Escucho tus ondas, inefable noche, tu soplo,
oh reina del sueño, en mi urbe.
La oda comienza: que muja en mí la imprenta.
¡Funde este orden, ácido rojo del estío!
Y que yo palpe las verdes ancas de la pradera.
La imagen del Espíritu Santo
se inflama detrás de las vidrieras;
Sus bordadas alas de amor
penden de las extremidades del dintel,
Y las umbelíferas sombras de miel
se abrasan y me penetran,
Sus sombras ardientes y jadeantes en torno de las flores: pentecostés de mis padres.
¡Rocas, como esos frutos
Madurad, rocas bajo la luna,
En las salivas del año!
Ah los paisajes de mi grandeza.
Y más blancas que todas las nieves,
Que el iris del moribundo,
En los hontanares del limpio cielo, mis sienes palpitan.
Sudor de las lacas, plenitud de los poros.
Estoy prendido a los muros del antro
como las lágrimas de las madréporas.
Semejante al gallo en su demencia planetaria,
Estoy poseído por la sibilina diestra de yeso.
¡Oh palabra en el olvido,
Astro del desierto, alumbra mi desnudez!
Deja al agua celeste de tus ramas extenderse y fulgurar
Sobre el paisaje de un solitario.
El verde grito del sapo se torna líquido en mi alma.
Y como el topo
Que mira las bóvedas de la tierra,
La frase, urgente misiva, desgarra su envoltura.
Ambulo ciego y busco los treinta y tres clavos sobre el piso;
El alfabeto del bosque me restituye las palabras sonoras,
ya pronunciadas.
¡Os ruego!
Miembros de la aventura,
modelad el limo de nuestro semblante.
Los párpados se ahuyentan, el cielo se construye.
Súbita virgen, ¿eres tú como el océano
Que resplandece de pronto en este abismo de ceguera?
En tanto que se eternizan,
en la encarnada espera de mi sangre,
El clamor, el estrépito y la velada voraz de las chinches,
¡Levantaos, espadas, en la plata de vuestra fuerza,
Y arrancadme de este horno!
¡Desgarradme, uñas,
esta corteza y estas membranas tan pesadas de sueño!
Las aristas del sílex, la cal y el follaje de las rocas
Se enarbolan en mis ojos.
Bajo el peso y el sonido de tu presencia,
Los muros de mi guarida
se yerguen en las raíces de la tormenta,
¡Fértil estrato de la noche!
Y mi sombra se regodea en la soledad de tus muros.
Se ciñen las llamas de las cortinas
a las cañas de mis arterias;
¡No es el nimbo sino la huella del duro casco!
Aprestaos a descender, tan lúcidos como el aire del cielo,
a mecerme, pájaros;
A fin de que mi corazón en gozo
recuerde la frescura de las aguas.
Pero, oh Lázaro, ¿quién mojará mis labios en estos parajes?
¡Quién de este mundo podrá morder
la maleza de mi exilio?
El infortunio toma en mí las formas del continente;
¡Y el alma siniestra de fango
Macula el templo y las sedas eucarísticas de su asilo!
Versión de Gonzalo Escudero
Los amotinados
¡Ah, risa loca!
¿Henos aquí tus compañeros
Ilustres en la ciudad de los políperos?
¡Dispara y modela la línea de nuestra muerte!
Anda, corre y toma entre los astros tu noble impulso.
¡La tierra para nosotros! ¡Y en nuestra angustia
Más bien el cieno de los cerdos
Que el hueso que flota
Como leño podrido del alud!
Escucha cómo, avarienta, la oreja ronca,
Encenegada, después de los calados.
Pero cuídate, sostén de nuestro amor:
Los perros que te rodean
Sabremos allanar los caos y los letargos.
¡Ya la uña se aguza en el viento de altamar!
El cinto y el carbúnculo en la muchedumbre,
¡El anillo constrictor para extenuarte!
Basta de palabras de embrujo
Y del filtro que extraemos de nosotros mismos.
¡Ah! ¡Qué bien se vacía el odre de la sierpe
En el artificio de tus canciones!
Versión de Tolomeo Samaniego
Oh aleteo de esos labios que imploran clemencia...
A Gonzalo Zaldumbide
Oh aleteo de esos labios que imploran clemencia:
Dama admirable,
ceded a mi alma el esplendor de Vuestra Magnificencia.
Gritos velados de mis dientes, estertores salvajes del parto,
Dictadme la orden en los dédalos de mi canto.
Resortes y fuerzas martillados
en los cráteres del sedimento;
Puertas omnímodas
extraviadas en los palacios de diamante;
Y vosotros, senos del éter,
donde se desmayan las fuentes del año,
Lactad, íntimos,
las vías frugales que se derraman en mi pensamiento.
Bocas amasadas en el éxtasis y en la plenitud del sueño,
Anunciad al fiel para que escuche el follaje del espíritu.
El émulo del arquero, por la ruta alisia, apacigua las selvas:
Id a debatiros en la onda de sus plumas,
En el instante capital en el que evoco
los encantos del mundo.
El acicate de su inmensa empresa y su gloria de doble filo
Que yo clame sin par, ¡Oh Legiones!
la epopeya del Gran Navegante.
Versión de Tolomeo Samaniego
Fuente: LA PATRIA
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