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Domingo 09 de enero de 2011

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Cultural El Duende

Códigos de clase

09 ene 2011

Fuente: LA PATRIA

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¿Para qué intentar reconstituir un código cultural si la regla de orden de la que depende es sólo una perspectiva (como decía Poussin)? Sin embargo, el espacio de los códigos de una época forma una especie de vulgata científica que un día tal vez valga la pena describir. ¿qué sabemos “naturalmente” del arte? –es una “coacción”, ¿de la juventud?–, “es turbulenta”, etc. Si se reúnen todos esos saberes, todos esos vulgarismos, se forma un monstruo, y ese monstruo es la ideología. Como fragmente de ideología, el código de cultura invierte su origen de clase (escolar y social) en referencia natural, en comprobación proverbial. Como el lenguaje didáctico, como el lenguaje político, que no sospechan tampoco nunca la repetición de sus enunciados (su esencia estereotípica), el proverbio cultural disgusta y provoca intolerancia a la lectura, el texto balzaciano –por ejemplo– está totalmente impregnado de este proverbio cultural: es por sus códigos culturales por lo que se pudre, se pasa de moda y se excluye de la escritura (que es un trabajo siempre contemporáneo); es la quintaesencia, el condensado resigual de los que no puede ser rescrito. Este vómito del estereotipo está apenas conjurado por la ironía, pues, como se ha visto, está sólo puede agregar un nuevo código (un nuevo estereotipo) a los códigos, a los estereotipos que pretende exorcizar. El único poder que tiene el escritor sobre el vértigo estereotípico (vértigo que es también el de la “estupidez”, la “vulgaridad”) es el de penetrar en él sin comillas, operando un texto y no una parodia. Es lo que hizo Flaubert en Bouvard et Pécuchet: los dos copitas son copiadores de códigos (son, si se quiere, estúpidos), pero como ellos mismos están enfrentados a la estupidez de clase que los rodea, el texto que los pone en escena abre una circularidad donde nadie (ni siquiera el autor) domina sobre nadie, y ésta es precisamente la función de la escritura: hacer irrisorio, anular el poder (la intimidación) de un lenguaje sobre otro, disolver, apenas constituido, todo metalenguaje.

Roland Barthes. El texto forma parte de “S/Z” – análisis de la novela Sarrasine de Balzac.

Fuente: LA PATRIA
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