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Domingo 09 de enero de 2011

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Cultural El Duende

La resurrección de Albert Camus

09 ene 2011

Fuente: LA PATRIA

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Cuando Albert Camus murió en un accidente carretero en Francia, el día 4 de enero de 1960 a los 46 años, su reputación literaria e intelectual había descendido considerablemente. Al embarcarse en especulaciones filosóficas para las cuales no estaba bien preparado, el novelista y dramaturgo franco-argelino se expuso a devastadoras críticas que aún persisten en torno a obras como El mito de Sísifo o El hombre rebelde, libros que hoy parecen casi infantiles en comparación con sus obras de ficción. La polémica con Sartre, quien arrasó con las pretensiones metafísicas del autor de La peste , lo alieno para siempre de la izquierda intelectual francesa y dañó irrevocablemente su autoestima.

Pero el rol de Camus como la voz moral de la postguerra francesa y el prestigio adquirido en su papel del intelectual más famoso de ese tiempo, también se vieron seriamente limitados. Sus artículos editoriales en Combate , periódico que él mismo creara, las disputas con los comunistas y, muy especialmente, su posición frente a la guerra de Argelia, lo transformaron en una figura demasiado individualista y solitaria en una época de compromisos absolutos. Habiendo nacido en Argelia en el seno de una paupérrima familia, Camus no lograba imaginar a su país sin europeos y no simpatizaba tampoco con el Frente de Liberación Nacional, por lo que su proposición de una salida liberal mientras el conflicto recrudecía pareció fútil e inconsecuente. La obtención del Premio Nobel en ese clima político no fue celebrada por la crítica francesa de derecha o izquierda y se llegó incluso a afirmar que la Academia Sueca, creyendo escogen a un escritor joven –Camus tenía a la sazón cuarenta y tres años– había consagrado un caso de “esclerosis prematura”.

Con posteridad a su muerte, el renombre de Camus en tanto figura pública continuó disminuyendo. Mientras sus grandes creaciones de la década de 1940 –El extranjero, Calígula, Los justos– se convirtieron en clásicos, la política revolucionaria de los años 60 y 70 y la creciente radicalización de la generación joven hicieron que su imagen cayera en la condescendencia y hasta en el olvido. Según las palabras de un crítico reciente, en el mundo de Barthes, Robee-Grillet, Lévi-Strauss y Foucault, el autor argelino había pasado de moda. Y pasar de moda en Francia es peor que un crimen de lesa humanidad.

El asombroso éxito que ha tenido El primer hombre, novela póstuma cuyo manuscrito fue encontrado entre los restos del auto estrellado, no deja de tener aristas chocantes. Publicada treinta y cinco años después de la desaparición de Camus, lleva cerca de medio millón de ejemplares vendidos en Francia y ha sido aclamada por la crítica mundial como una obra maestra. Sin embargo, los encomios a la evidente calidad literaria de esta narración inconclusa terminan siempre dando paso a la añoranza por la clara voz moral de Camus en medio de la corrupción de la etapa final del gobierno de Mitterrand o, peor, todavía, se echa de menos a Camus, el Justo, como el testigo más noble de una época innoble y se invoca su honestidad frente a los actuales intelectuales que se autopromueven para sus vacuos espectadores electrónicos. Quienes escriben así, no hay que olvdarlo, pertenencen a las mismas instituciones y medios que enterraron a Camus no hace tanto tiempo y quienes hoy deliran frente a un manuscrito bastante imperfecto, representan a los mismos sectores que ayer condenaban al gran prosista franco-argelino al desprecio y la estigmatización política.

Argelia

Para leer El primer hombre hay que tener presente que los herederos y editores de Camus no hicieron ningún esfuerzo por finalizar el manuscrito y que uno se encontrará, por consiguiente, con una obra inconclusa, repleta de anotaciones, interpolaciones, palabras y pasajes ilegibles o sin terminar.

Esta narración iba a ser la primera parte de una trilogía autobiográfica del escritor en torno a la vida y época en que le tocó vivir. El mundo ya extinto de la Argelia francesa ocupa el corazón de la novela de un modo que no se advierte en sus creaciones anteriores, con toda la grandeza geográfica del país africano en sus colores, su música y la magnificencia de la costa mediterránea, descritos en las aventuras del protagonista Jacques Cormery, alter ego de Camus, junto a sus amigos en correrías y aventuras por calles, puertos y platas. Los árabes, un pueblo “atractivo y perturbador, cercano y lejano a la vez”, aparecen y desaparecen repentinamente en los capítulos de la niñez, como elementos del paisaje callejero de una comunidad mixta que, premonitoriamente, se nos señala, está destinada al enfrentameinto. Pero Argelia también es un territorio de profundas dudas, de problemas inconmensurables y, en palabras del autor, su significado es el de “la terre d’oubli oú chacun était le premier homme”.

La búsqueda del padre muerto al inicarse la obra conforma su primera parte, en tanto la relación con Catherine, la madre, es el nudo dominante de la otra mitad de la historia. El primer hombre está conmovedoramente dedicado “A ti, que nunca podrás leer este libro”, o sea, a la propia madre del autor: Catherine Camus fue, como su homóloga Cormery, analfabeta, parcialmente sorda y apenas hablaba. Este silencio y la incapacidad de expresión de la mujer produjeron en el hijo, que la amaba a toda costa, una inenarrable confusión. Más tarde, cuando entra al colegio, el niño sentirá “vergüenza y vergüenza de sentir vergüenza” al declarar la profesión de la madre: empleada doméstica. Pero más adelante estos sentimientos darán paso a la admiración e incluso la veneración por un ser humano que enfrenta con silencio semejante adversidad.

Redención

Por sobre todos los demás temas del libro, el de la pobreza predomina incontrarrestablemente entre los otros, produciendo algunas de las más agudas meditaciones de Camus. El niño sin padre, hijo de un hombre también huérfano que murió durante la Primera Guerra, se criará entre mujeres silenciosas que sólo conocen una interminable y desesperanzadora miseria. Los pobres, estando demasiado ocupados por sobrevivir el presente, no tiene pasado y es imposible que Jacques Cormery encuentre sus raíces en la familia, ya que los pobres sin historia tampoco aprecen poseer familia: provienen de cualquier parte y no viven en ningún lugar. El verdadero objetivo de la novela, según las notas del autor, fue “arrancar a esta pobrísima familia del destino de los pobres y los sin voz, que es desaparecer de la historia sin dejar huellas”.

La salvación de Cormery/Camus fue la educación. El libro no sólo es un homenaje a la familia del gran escritor, sino un explícito y apasionado elogio del sistema educacional francés de enseñanaza gratuita que redimió a incontables niñas y niños de un destino sin futuro.

El primer hombre posee muchos pasajes admirables y resalta especialmente el uso de la tercera persona en lugar del más arrogante “yo” que suele emplearse en las autobiografías. Pese a esa aparente objetividad, la inmediatez e intimidad, similar a las que se logran en las demás obras de Camus, producen una identidad absoluta entre autor, lector y texto y generan esa sensación de autenticidad que pocos o nadie como este autor han producido en la literatura contemporánea. Sin ser una obra maestra o sin poder equipararse a lo mejor que el prosista había creado, esta novela de publicación tan retardada merecía haberse leído mucho antes.

Camilo Marks. Crítico literario.

El texto está incluido en “La crítica:

el género de los géneros”.

Fuente: LA PATRIA
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