Domingo 09 de enero de 2011
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Era una tacita blanca y redonda, de porcelana, que vivía en una vitrina junto al resto de la vajilla. En ambos lados de su cuerpo tenía pintadas flores amarillas y rosadas, y se pasaba la vida entre la mesa y la vitrina. Sucedió entonces, que llegó un florero presuntuoso, fino y delicado. Comenzó a decir que él había nacido en el Japón y vivido en casas lujosas, había conocido finos cristales de roca y reposado en elegantes tapetes. Dijo además que el florero no era un utensilio cualquiera, pues depositaban dentro de él las mejores azucenas, lirios, begonias…
–Pero al llegar a esta casa –dijo–, qué pena, a lo más que puedo aspirar es que me coloquen unas tristes margaritas…
Sus palabras causaron gran revoltijo en la vitrina. Los platitos se quejaban:
–Y a nosotros nos ponen cosas fritas en lugar de flores.
–No aguanto más –dijo la tetera– estoy nerviosa, el café me hace daño…
Pero la tacita blanca permanecía tranquila y no comentaba nada. Eso no era extraño, no oía nada, pues le faltaba su oreja de porcelana.
Fuente: LA PATRIA