El ser humano, esa cumbre maravillosa de construcción natural, y social, ese organismo de cerebro y cuerpo físico, lo que queda de lo que muere a partir del principio, la cúspide de la evolución de la vida desde los primigenios organismos unicelulares; se ha preguntado desde hace muchísimo tiempo en reflexiones no carentes de profundidad sobre la existencia de seres vivos, sean plantas o animales, fuera de nuestro sistema donde se ubica una hermosa esfera azul: ¿Existe vida fuera del Sistema Solar?
Y ese ente, el ser humano, el “homo sapiens” fuera de África, del que se encontraron evidencias óseas en Israel de hace 95 mil años. Las pruebas lo dicen, y hablan, que pasaron homínidos por ese territorio y vivieron. Seres humanos modernos se cobijaron y murieron por vaya a ser qué procesos en una cueva de Jafzeh, Israel, uno de los puntos intermedios de donde se difundió la Humanidad hacia todos los continentes, quizás, y pudo ser otro Norte, nadie lo sabe.
Seres parecidos se encontraron con los astros, los que brillaban en la misteriosa bóveda celeste, los que resaltaron a simple vista. Al principio, el llamado “homo sapiens” no sabía ni quiso explicarse los fenómenos disímiles de la Naturaleza, los que nacieron en mares ignotos y se consolidaron en África difundiéndose más tarde por el planeta Tierra en un largo peregrinar que comprendió todos los continentes contemporáneos. Hubo miedo a los procesos naturales, a los rayos que provocaban fuego, a los fenómenos volcánicos, a las manifestaciones de la tierra expresadas en terremotos, a los maremotos y a toda suerte de circunstancias que se interpretaron como castigo de los dioses, cuando no eran más que esencia de la física. Los “dioses” llegaron, y se quedaron míticamente, para explicar fenómenos tan difíciles de razonar. Al Sol y a la Luna les construyeron monumentos y a los otros astros que podían ver a simple vista los evidenciaron como figuras divinas.
Solamente pareciera que fueron expresiones simbólicas, pero radicadas en civilizaciones pasadas que muestran, además, representaciones de seres diferentes a los terrestres, alados o probablemente parecidos a los habitantes pasados, y de otros tan diferentes, desconocidos en la Tierra. ¿Serían invenciones, o ciertamente producto de la imaginación, de seres del espacio exterior? Esta pregunta es difícil de responder, pero el cuestionamiento queda en el limbo: ¿Existe vida inteligente o no fuera del Sistema Solar? ¿Llegaron, y dejaron semilla, representantes de otros planetas, quizás llegados de otras galaxias?
El desarrollo de la ciencia, lenta al principio, pero consistente en el tiempo, traspasó fronteras y transformó realidades para mostrar evidencias y razones muy ciertas que se anclaban y traducen en la realidad, en la verdad no siempre absoluta pero creíble en el contexto actual. Los astros no son dioses, apenas, o más, realidades materiales, las que se van entendiendo con cada vez mayor profundidad a medida que la especie humana avanza. Nuestro Sistema Solar; constituido por el Sol y 8 planetas propiamente dichos (Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno) más tres planetas enanos: (Ceres, Plutón y Eris), muchísimos asteroides e incontables cometas; es un pequeñísimo espacio ubicado en el borde de uno de los brazos de la Vía Láctea, nuestra Galaxia, la que contiene millones de estrellas parecidas y diferentes al Sol por su tamaño, color y esencia. Existen estrellas azules, rojas y amarillas, astros de gran magnificencia.
O sea, que la certeza de vida rudimentaria o inteligente en el Cosmos es correcta. Solamente, para la existencia parecida a la que subsiste en la Tierra se requieren seis elementos químicos (carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno, azufre y fósforo), los que en el increíble laboratorio del Universo son muy comunes. Además, las condiciones ideales de existencia de agua, oxígeno y ámbito de presencia de temperatura y presión adecuadas, aún cuando sea con diferencias, dan lugar a constituir Tierra-planetas. Sería suficiente y necesario para el surgimiento de la vida aunque sea distinta a la que la conocemos. Esa es la probabilidad mayor.
No estamos solos y si fuera de otra manera sería terrible, no solamente por ir contra las leyes de la Naturaleza, sino contra nuestro propio devenir como especie humana.
(*) Politólogo
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