Domingo 05 de diciembre de 2010
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¡Qué nimiedad, qué pequeñez basta a veces para cambiar por completo el humor de la persona!
Sumido en profundas meditaciones, caminaba yo un día por una carretera.
Tristes pensamientos me oprimían el pecho, y la tristeza me embargaba.
Levanté la cabeza… La carretera, recta como una flecha, se perdía a lo lejos, entre dos filas de altos álamos.
A través de aquella misma carretera, a unos diez pasos de mí, brincaba en fila india, bañada en el oro del vivo sol estival, toda una familia de gorriones. Brincaba viva y cómicamente, con suma petulancia.
Sobre todo uno de ellos, que saltaba de costado, siempre de costado, abombando el buche y piando atrevidamente, como si no temiera al mismo diablo. ¡Un verdadero conquistador!
Mientras, en lo alto del cielo revolaba un gavilán que tal vez estuviera predestinado a zamparse precisamente a aquel conquistador.
Miré, me eché a reír, me sacudí, y los pensamientos tristes huyeron al punto: sentí valor, audacia y deseos de vivir.
No importa que encima revuele mi gavilán…
Fuente: LA PATRIA