Lunes 27 de diciembre de 2010
ver hoy
El voluntario se forma y desarrolla una sensibilidad, un respeto y la aceptación del otro como es. No se trata de cambiar a nadie, sino de ayudar a que lo haga quien lo desee, desde su propia realidad en la maduración de sus señas de identidad.
Los que vivimos a pie de obra sabemos que no importa la edad ni la salud que tenga el que se “conmueve” ante tanto dolor e injusticia para que aporte regularmente una contribución, más cuando esto le convierte en socio de pleno derecho dentro de una organización de voluntariado social.
Dentro de la actitud fundamental del voluntario, aceptamos el término curar desde su significado más auténtico: cuidar, que conlleva consolar, acompañar, simpatizar, empatizar, compadecer, compartir, vivir-con. De ahí compañero (copain): el que comparte el pan.
Se trata de conocer al otro no sólo como alteridad, sino como reciprocidad que supera la tolerancia como postura de posesión de la Verdad, algo que nadie puede tener en propiedad.
Esta actitud es un activo irrenunciable ante tanto reduccionismo, fanatismo, fundamentalismo, falso espiritualismo, antropocentrismo, con un alienante perfeccionismo que tiene mucho de cátaro, de calvinista y de pelagiano. Nadie es más que nadie. Por lo tanto, se trata de ser consecuentes y adaptarnos a la realidad. Un necio, el que no sabe, calificaría esta actitud como sincretismo, relativismo, materialismo o panteísmo.