Ahora que las cosas están claras y que tanto bolivianos como venezolanos debemos vivir bajo dictaduras, en este “jardín de los senderos que se bifurcan”, que son la vida y la democracia, hay que distinguir los matices.
Si se nos diera la opción de elegir, en una especie de mancomunidad de dictaduras de Bolivia y Venezuela, con facilidades de intercambio de ciudadanos, creo que yo elegiría vivir bajo la dictadura de Hugo Chávez.
Yo prefiero que el dictador sea franco y no solapado. Es una cuestión de gustos. ¿Quieres que en la cruz tus manos vayan clavadas o liadas? Entre la silla eléctrica y la inyección letal, alguien elegirá la silla, por el ademán señorial y por el cosquilleo final; otros optarán por la aguja, quizá imaginando otras cosas.
Cuando Chávez decide controlar los medios de comunicación, lo proclama a los cuatro vientos; lo repite con ese tono pretendidamente solemne de dictador caribeño, y dice: “Nacionalícese este canal de Tv y envíese a su propietario al exilio”. Y así se hace.
Cuando Chávez quiere arrebatar propiedades a los empresarios o a los ciudadanos, lo anuncia de manera abierta. Ahora, por ejemplo, se ha hecho conceder por sus dóciles parlamentarios la ley “habilitante”, por la cual tiene la capacidad de hacer lo que le venga en gana, en una dosis superior todavía a la actual. Pero hace aprobar una ley con todas sus letras. La república bolivariana, o lo que se llame, le va concediendo licencias según él las solicita. Pero él siempre pone la firma.
Ha llegado el momento en que las inundaciones son una bendición para él, aunque sean un desastre para el resto de los venezolanos. Eso se llama sacar fuerzas de flaqueza. Cuantos más venezolanos estén con el agua al cuello, mayores poderes recibe Chávez. La culpa la tiene San Pedro.
Aquí las cosas son muy diferentes. Nuestro dictador dice, en tono lastimero, que cuando él era niño no tenía nada para comer y que cuando fue elegido diputado, un día fue defenestrado por unos perversos neoliberales. Como compensación, los bolivianos tienen que darle todos los poderes. No manda a nacionalizar los medios de comunicación: los hace comprar con empresarios amigos, no importa cuál sea el origen del dinero que utilizan.
Los poderes que él usa no son directos ni francos como los de Chávez. Él destituye alcalde o gobernadores a través de un enredado sistema de leyes que le dan las facultades para hacer lo que quiere, pero sin admitirlo abiertamente, sino de manera solapada, ladina, disimulada, traicionera.
Nuestro dictador quiso usar este mismo método, de la presión solapada y ladina, en la cumbre de Cancún y le fue muy mal. Quiso decir al resto del planeta que si el resto de los habitantes del mundo no le dan a él la facultad de defender el planeta como quiere, él los declararía neoliberales y traidores. El resto del mundo le hizo un corte de manga y lo mandó a rodar.
Es una cuestión de gustos. Si hay que elegir entre un dictador y otro, yo prefiero a Chávez.
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