Winston Churchill solía criticar a los norteamericanos por el mal uso que hacen del inglés. Alguna vez dijo que llamar “top secret” a algo muy secreto es un error; debía decirse “bottom secret”. Si es un secreto especial, no hay que ponerlo muy encima, sino muy abajo. Elemental.
Churchill, por supuesto, se refería a secretos contenidos en papeles. Este maestro de la oratoria no sospechó que llegaría un tiempo en que los secretos no estarían contenidos en papeles, sino en señales electromagnéticas dentro de unas computadoras, las que, además, estarían conectadas, con o sin consentimiento de los propietarios, en una red universal.
Hace diez años la policía de Estados Unidos, previendo en parte lo que se venía, hizo su primera contratación de expertos en computación. Buscó a los más hábiles, pero sobre todo a aquellos capaces de extraer información de una computadora, incluso si está apagada, mediante el Internet (todavía se usaba el sistema dial up).
Se sabe que algunos fabricantes de los virus venden las vacunas, muy caras. En el mundo creado por la red hay de todo, como en las viñas del Señor. Hay, por ejemplo, delincuentes y también policías corruptos.
Se ha creado una nueva realidad, una nueva dimensión de la realidad, que es la red.
Lo que ha hecho el WikiLeaks ahora es cumplir el sueño de todo periodista: saber lo que realmente pasa entre bambalinas. Tengo un muy querido colega que cierta vez se ocultó en el despacho presidencial del Palacio Quemado, detrás de unas cortinas, para escuchar lo que se decía en una reunión de gabinete. Con una treta similar yo logré en 1967 una primicia sobre la presencia del Che en Bolivia, que se publicó en Presencia.
Los periodistas del mundo electrónico no necesitan ocultarse detrás de las cortinas o pretender estar dormidos en un avión militar para lograr las primicias. Los colegas que descubrieron el caso Watergate tuvieron que acudir a un soplón para saber lo que pasaba en el gobierno de Richard Nixon.
Ahora todo es diferente. Eso que George Orwell predijo en su “1984”, la existencia de un gobierno universal, con paredes espías en cada habitación, se ha hecho realidad: no son paredes sino computadoras, pero la idea es la misma.
En este mundo, organizado de esa manera, ha surgido ahora un Robin Hood, decidido a entregar a todos los habitantes del mundo virtual y real, los secretos de los poderosos. Si hay real hambre por la verdad, pues aquí están los secretos de quienes manejan el mundo real.
Julian Assange, el rebelde, ha recibido la simpatía de todo el mundo y el apoyo directo de algunos gobiernos, como el de Brasil, a pesar de que uno de los “bottom secrets” filtrados dice que su gobierno tiene un doble juego frente al terrorismo.
Nuestro gobierno está anonadado. Tanto ha hecho porque las cosas estén ocultas, porque los medios estén bajo su mando, que no sabe cómo reaccionar ante esta nueva fuente de información. No podrá comprarla ni intimidarla, como ha hecho con los medios, hasta doblegarlos.
Algunos periodistas hemos comenzado a exiliarnos en el Internet. No estamos atrapados sin salida.
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