Discurso de Augusto Dávila Sanabria Premio Nacional de Periodismo 2010
12 dic 2010
Señor presidente de la noble y meritoria Asociación de Periodistas de La Paz; distinguidas autoridades; apreciada concurrencia; queridos colegas.
Un motivo de trascendental significado para mi vida profesional me trae a esta tribuna, ya casi centenaria, soporte y motor del quehacer cotidiano de los medios impresos y audiovisuales de nuestro país, sobre todo de los obreros de la información, vulgo periodistas.
Hoy se nos honra con la otorgación del máximo galardón al que aspira el periodista boliviano: el Premio Nacional de Periodismo.
Por naturaleza y formación los periodistas no somos buscadores de distinciones, mas, cuando llegan, junto con la alegría que nos embarga, nos llaman a reflexión acerca de nuestra vida profesional, si cumplimos con los deberes que nos impone “el oficio más bello del mundo”, si respondimos adecuadamente a los mandatos de su ejercicio y si estamos a la altura del premio recibido.
Un examen de conciencia honesto y leal, que puede tranquilizarnos y, por ende, justificar los presuntos merecimientos que tranquilizan nuestra conciencia o, contrariamente, nos condenan a la duda mortificante.
Y de éste examen surge la historia de nuestro caminar por los vericuetos del diario transitar periodístico. Nos inclinamos para éste propósito -con perdón de ustedes y la condescendencia de esta tribuna académica- por el relato anecdótico en buena parte, apoyados en lo que afirma el escritor Vicente Vega -citado por su colega Max Solares Durán- que sentencia que “la sal de la historia es la anécdota, ya que abarca desde los grandes genios hasta los más humildes obreros y campesinos, pasando por todas la esferas sociales”.
Al incursionar en el “oficio más bello”, allá a comienzos de los años de la década de los cuarenta del siglo pasado, sin saberlo, formamos parte de algo así como una generación “sándwich” en el ejercicio del periodismo orureño y boliviano.
Hasta 1919, año de la fundación del diario “La Patria”, y la realización del Primer Congreso Nacional de Periodistas, patrocinado por el matutino de la tierra de Pagador, el periodismo estaba en manos, en su mayoría, de un selecto grupo de escritores y abogados, vinculados por sus afanes literarios. Era común que en sus tarjetas de presentación social y profesional figurase el rótulo: abogado y periodista, o escritor y periodista. Ya por entonces ser periodista -cierto o falso- concedía alguna jerarquía especial.
En verdad, como intelectuales, declarados y autobautizados, formaban una élite de alto vuelo, con usos y costumbres a tono con tal condición. Sin embargo, estaban un tanto distanciados del calificativo de periodistas, tal como se entendería en su concepto posterior.
En su mayor parte eran también sino militantes activos de alguna tienda política, simpatizantes confesos, tal como afirma Rodolfo Salamanca Lafuente. En el diario “La Patria”, en su edición inicial, su director Demetrio Canelas, expresaba, que no había impedimento para que sus redactores tengan militancia o simpatía política -al igual que el propio Canelas- de manera franca y no encubierta.
Característica de esta comunidad de periodistas, era su sempiterna bohemia que, invariablemente, derivaba en expresivos cenáculos literarios, discutidos entre pocillos de hirviente té con té, teniendo por escenario el mentado bar “Los Tres Osos”.
Allí se presentaban puntualmente, alrededor de la media noche, “comentaristas y reporteros embozados en sus capas de terciopelo negro, para beber ajenjo y declamar los versos de Charles Beaudelaire, Amado Nervo y García Lorca” , escribe el que fuera jefe de informaciones de La Patria, el desaparecido José “Pepe” Gordillo.
De esa época data lo que vino en llamarse la Primera Escuela de Periodismo de Bolivia, integrada en su totalidad, por redactores del matutino orureño. Figuraban entre sus componentes, en diversos años de ese tiempo, periodistas intelectuales de la talla de Rafael Reyeros, Ernesto Vaca Guzmán, Florián Zambrana, Porfirio Díaz Machicao, Fernando Loayza Beltrán, Rafael Ulises Pelaez, Luis Mendizabal Santa Cruz, Casto Quezada Palma, Walter Montenegro, Rodolfo Salamanca Lafuente, Natalio Peña, David Ríos Reynaga, y muchos otros, afirma “Pepe” Gordillo, “etapa del romanticismo y la lírica” del periodismo orureño y nacional, irradiada desde la tierra de Pagador. A este “ambiente intelectual electrizante y de elevado nivel literario”, trascurridos algunos años sucedió una hornada de jóvenes periodistas, preocupados por elevar su profesionalización y mejorar su condición salarial.
Ya no aceptaban, sino a regañadientes, que su aprendizaje y ejercicio periodístico, fuese retribuido con alguna entrada a las salas cinematográficas o algún estipendio poco generoso.
Era el tiempo en que fermentaba la aparición de organismos gremialistas, de características laborales. También sufría sus últimos estertores la presuntuosa bohemia de sus adictos.
La nueva generación de jóvenes periodistas, “trotacalles”, en su mayoría, como afirma Luis Ramiro Beltrán, actor e impulsor de la nueva camada de informadores.
Resabios de la moribunda gitanería, podían apreciarse todavía en las instalaciones del diario “noticias”, cuando ejercíamos funciones de director.
En su oficina principal, a partir de la media noche, no faltaba alguna ronda de té con té, para los que apetecían, o bien una taza de café o chocolate Harasic, y la infalible guitarra, cuya pulsación mantenía alegres y despiertos a los noctámbulos hombres de prensa. Todo bien racionado.
De entonces cambió todo. El acelerado avance de la tecnología en el campo de las comunicaciones, puso fin a la mayoría de los usos y costumbres de la prensa y su gente. Se ganó en velocidad e inmediatez de la trasmisión del acontecer noticioso. Aparecieron nuevos sistemas revolucionarios como los audiovisuales.
En este panorama del vivir del periodismo boliviano, sin embargo, continúa inmutable la fobia de los detentadores del poder, de los políticos enamorados de los arbitrios oficiales, hacia la libertad de expresión de prensa, de información.
Desde la fundación de la República de Bolivia, hoy Estado Plurinacional de Bolivia, continúan los intentos por acallar la crítica pública; de poner cortapisas a la función fiscalizadora de la prensa.
Desde el llano proclaman su adhesión incondicional a los principios de derechos humanos y su irrestricta práctica. Ya en el disfrute del poder se extienden cheque en blanco. Leyes y constitución se ignoran o interpretan y acomodan a sus gustos. Recordemos a Melgarejo, el bolsillo izquierdo de su pantalón y la constitución y su dicho “el que mon, manda y sin discusión”.
Eran tiempos en que se callaba a la prensa con el asalto de sus talleres y la clausura de su puerta de ingreso con el claveteado de una herradura de acémila, como símbolo de la naturaleza de sus ejecutores y mandantes. La coz se reforzaba, con la deportación en masa de director y personal de redacción, tal como sucedió con “La Patria”. La medida sólo surtió efecto en Oruro. El periódico continuó editándose en Antofagasta y con mayor predicamento.
Ya en tiempos relativamente cercanos, los todopoderosos optaron por acudir a medios más sofisticados para eliminar libertades y derechos. Decretos, leyes, alambicados en supuestos beneficios para la población, reposición de derechos o conquistas sociales, siguen siendo manidos pretextos para sus atentados. Conducta que variará ostensiblemente cuando retornen al llano y vuelvan a asumir su hipócrita papel de defensores de la libertad de expresión y melosos aduladores de periodistas.
En este panorama, también surgen encubiertos o francos intentos y acciones de hecho, para anular la Ley de Imprenta muchas veces con la ayuda, sincera o falsa, de ciertos sectores de comunicadores.
Pretextos sobran: Que es una ley caduca, que hay que modernizarla o, finalmente derogarla simple y llanamente. Así las faltas o delitos de imprenta pasan a jurisdicción de la justicia ordinaria.
En 1947, hubo lo que vino en llamarse primer congreso nacional de periodistas profesionales, cuya realización pronto fue borrada de la memoria de la colectividad, la crítica mayor, surgida de alguna gente de prensa fue que asistieron a sus deliberaciones “periodistas que no escribían ni en las paredes”.
Una de sus resoluciones principales fue la elaboración de una Nueva Ley de Imprenta. Presentado al Congreso de la República fue analizado, discutido y aprobado hasta su tercer capítulo, en la Cámara de Diputados. La sorda y a veces bulliciosa protesta de los periodistas, respaldada por importantes sectores de la población determinó su estancamiento y olvido total.
A propósito de la iniciativa del citado Congreso de Periodistas, Octavio de la Soaré, destacado director de la Escuela de Periodismo Marquez Sterling, en la Cuba anterior al régimen castrista comentaba: “Maravilla que sean los propios periodistas los que contribuyan a forjar las cadenas de su profesión”.
Ahora, a medio siglo de entonces, surge la posibilidad de encarar otro intento, a título de corregir anacronismos. Iniciativa tal vez aceptable si se trata de acordar arreglos de forma, mas no de fondo, pues en este caso, sería renunciar a la única protección no inmunidad, con que cuenta el periodista para el cumplimiento de su compromiso con la colectividad.
Para el correcto ejercicio de su profesión, tiene, a parte de la Ley de Imprenta, su propio Código de Ética, que norma el ejercicio de su actividad; además de la auto censura propia que viene a ser una mordaza invisible y coaccionadora de su íntima libertad de pensamiento y expresión.
Para finalizar permítame la amable audiencia recordar a maestros y guías cuyas enseñanzas y ejemplo contribuyeron a forjar mi profesión de periodista “Cuento K´epi”, Luis Gutiérrez Monje, Enrique Miralles Bonecarrere, Huáscar Cajías, Ana María Romero De Campero”.
Soldados sin fusil, soldado inerme. Los diarios “Noticias” “La prensa de Oruro” “presencia”, por años me acogieron y armaron, para ejercer, sin claudicaciones ni subterfugios el “oficio más bello del mundo”. Agradecimiento especial para el diario orureño “La Patria”, sub decano de la prensa boliviana. El afecto de siempre para la familia Miralles, de modo especial para sus conductores Marcelo padre y los hijos Marcelo y Silvia Ximena Miralles.
Reconocimiento para Pedro Glasinovich y todo el personal del matutino de Oruro; y nuestro Premio Internacional Mac Luhan orgullo de la prensa orureña y boliviana Luis Ramiro Beltrán, asimismo, autoridades e instituciones que postularon mi persona a la mayor distinción del periodismo, el premio nacional de la prensa de Bolivia y a la generosa concesión por parte de la Asociación de Periodistas de La Paz.
Gracias
Augusto Dávila Sanabria
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