Se dice que la Biología no es una ciencia universal, como la Física, debido a que su objeto de estudio es la vida en su manifestación peculiar del planeta Tierra. No sabemos si hay vida en otros lugares del universo, ni siquiera sabemos qué buscar como vida, a tal punto que, si algún día llegáramos a descubrir “vida” en otros planetas, posiblemente se tratará de formas diferentes a las conocidas.
Desde un punto de vista científico, la vida es “materia auto organizada”, que se ha edificado y desarrollado sobre la base de seis elementos fundamentales, de entre los 92 de la Tabla Periódica. Ellos son, en orden de importancia: carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno, fósforo y azufre. Por qué ésos y no otros no lo sabemos a ciencia cierta, pero una característica importante de esos elementos “vitales”, además de su abundancia relativa, es la capacidad de formar compuestos químicos estables, en grado de asegurar la continuidad de las funciones biológicas.
Alguna vez se ha imaginado una vida basada, ya no en la química del carbono (llamada “orgánica”), sino de su pariente, el silicio. En esta línea, lo más sofisticado que se ha logrado es el transistor, tecnología que es la base de las computadoras, las cuales, convenimos, no son formas de vida, aunque logran esclavizar a muchos.
Dos de los elementos “vitales” merecen un comentario a parte. Uno es el oxígeno, un gas muy reactivo y “venenoso”, el cual sin embargo ha sido asimilado por la evolución como combustible (en la respiración) mejorando la eficiencia de las células. Sin embargo, existen organismos elementales, llamados anaeróbicos, que han mantenido la capacidad de los seres vivientes primigenios de prescindir del oxígeno, como muestra de la gran flexibilidad que tiene la vida. El otro elemento es el fósforo, que abunda en los océanos y se usa en los fertilizantes.
Resulta que el fósforo tiene un pariente cercano, el arsénico, que es tóxico e inestable, de modo que se creía que si un organismo tratara de metabolizar compuestos de arsénico en lugar de fósforo moriría por envenenamiento.
Esa creencia ha sido recientemente desmentida por un experimento, realizado por la Dra. Felisa Wolfe-Simonsen del Instituto de Astrobiología de la NASA sobre microorganismos recogidos del Lago Mono, en el Parque Yosemite de California, cuyas aguas tóxicas contienen cantidades importantes de arsénico y fósforo. Esas bacterias han sido inducidas, bajo condiciones artificiales y controladas, a metabolizar arsénico en lugar de fósforo y, para sorpresa de los científicos, han logrado sobrevivir, reemplazando este último elemento en las moléculas clave para la vida, como DNA, RNA y ATP.
A partir de ese logro, se discute si la hallada en California es una forma “extrema” de vida, como las hay en las profundidades de los océanos, o si se trata de una “nueva” figura de vida que habría que incorporar a los criterios de búsqueda de vida extraterrestre. Un poco como sucede con nuestra democracia actual.
Por lo pronto, una “nueva vida” es la que ha recobrado la NASA, gracias al show mediático montado en torno al descubrimiento, con el fin confeso de obtener mayor presupuesto federal en tiempos de guerras insulsas y de crisis económicas.
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