Cuando los filósofos griegos reflexionaron sobre el modo de pensar nació la democracia, afirmando muy entrañablemente: “Es el sistema político en el que el pueblo ejerce la soberanía”. En la “polis griega” nació la institución democrática, la que estaba basada en el voto, en la definición del poder soberano. La representación había radicado en el pueblo y tenía su definición en él. Este instrumento se consolidó en Roma y decayó en la Edad Media donde la Inquisición mató la moral a nombre de Dios y nació la burguesía en la pléyade de las comunas. Locke y Rosseau transformaron la idea de la democracia y la concibieron moderna, la que hasta ahora nos deforma, en sus insentateces y barbaridades, en su estulticia determinante, la que decide nuestro futuro, y lo clasifica falso.
Pero, ¿qué implica este proceso denominado democracia? la definición del líder, el que debe decidir el curso de la Nación, el futuro del Pueblo, la secuencia de la Patria. No obstante, cada proceso democrático debe caracterizarse por rasgos comunes a no ser que muera en su perfidia. Y consiste en una constitución que garantice a los ciudadanos libertad de pensamiento y de reunión, expresión y organización. Así era la filosofía griega. Además, ella debe garantizar elecciones libres y sufragio universal secreto, aparte de la independencia entre los poderes ejecutivo y judicial.
El desarrollo de la filosofía ha permitido el nacimiento de distintas corrientes democráticas. La democracia cristiana plantea es conservadora y afirma la idea de que la “Doctrina Social de la Iglesia prima sobre la podredumbre humana” y fue fuerza política en Italia y Alemania. Y la democracia liberal parte del principio de que los ciudadanos participan en la vida política a través de determinados órganos. Los regímenes constitucionales constituyen la esencia de su formación y devenir.
En cambio, la democracia orgánica se basa en la participación política de los ciudadanos a través de sindicatos y municipios, la forma más aberrante de gobierno. Y la democracia popular, tan difundida en la ex Unión Soviética en teoría es liberal, más se entierra en su inconsistencia. Se muere en su ineficiencia porque, por obra y gracia de Stalin se mató el pensamiento rebelde.
Pero, la democracia, la auténtica, debe ser algo más, es el derecho a vivir en paz, el deber partir de la idea de que todos los seres humanos nacen libres y garantizados con un futuro noble. Esa irredenta forma de existencia pasa por el entendimiento de la igualdad, aquella que nos asoma a la divinidad, a la afirmación de nuestros atributos. La historia nos permitió concluir, a costa de grandes tragedias, que “El Amor nos hace invencibles” y que “nadie puede ser impudentemente poderoso”.
Y cuando los revolucionarios de la Unión Soviética, ya no existe, pero es necesario ratificarlo, congregaron el 34 congreso de la Unión de Partidos Comunistas-Partido Comunista de la Unión Soviética (UPC-PCUS) reconstruyeron a Lenin en la convicción de sus forjadores: Marx y Éngels. El nombre mismo de este escenario deja bien a las claras que en el trabajo de los partidos marxistas pervive la idea de continuidad de las tradiciones del PCUS (el expartido comunista soviético) en la tradición mejorada de la democracia griega. A pesar del agresivo anticomunismo de las élites gobernantes y de los medios de comunicación, los comunistas de los países de la CEI y las repúblicas bálticas no contemplan renunciar a un glorioso pasado. El escenario de Gorbachov de la exURSS no puede, ni debe, significar el fin de una época, contradictoria pero pletórica de logros fundamentales. Los griegos concibieron la democracia modera y es pertinente mejorarla.
El congreso anterior de los revolucionarios de la extinta Unión Soviética, el que defendió las condiciones plenas de la democracia representativa comunista, tuvo lugar hace cinco años, por lo que era especialmente importante tener la oportunidad de volver a juntarse, intercambiar experiencias, compartir planes y simplemente sentir el apoyo de los amigos. En el trabajo del congreso estuvieron representadas las delegaciones de los partidos fraternos de Rusia, Bielorrusia, Ucrania, Moldavia, Prednestrovie, Georgia, Osetia del Sur, Abjasia, Armenia, Azerbaiyán, Kazajistán, Kirguizistán, así como los partidos que trabajan en la clandestinidad en Turkmenistán, Uzbekistán y Repúblicas Bálticas.
Se hizo evidente, en el curso de las deliberaciones, hasta qué punto son diferentes las condiciones en que los partidos revolucionarios han de trabajar. Por ejemplo, el Partido Comunista de Bielorrusia colabora activamente con el presidente Lukashenko, el único fiel a la idea del socialismo, aunque no carente de debilidades, en la realización de los programas sociales y económicos del gobierno popular.
En lo que respecta al resto de partidos revolucionarios, todos ellos se encuentran en la oposición. Los partidos de Rusia, Ucrania, Moldavia, y Kirguizistán mantienen representación parlamentaria. Hay una serie de partidos que no han conseguido obtener representación (Georgia, Armenia, Azerbaiyán, y Kazajistán), mientras que otros siguen estando prohibidos. En Ucrania la situación es especialmente dura.
Solamente queda por decir que nuevos tiempos, optimistas, se ciernen sobre el movimiento revolucionario después de 31 años de ostracismo. Como lo entendió Marx: “Los proletarios no tienen nada que perder más que sus cadenas”. Y Demócrito, el más fiel representante del pasado de la “Elliniki Dimocratia”, nos legó una forma de pensar nueva y auténtica, la que se enfrentó a los demonios de la esclavitud.
(*) Politólogo
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