Loading...
Invitado


Domingo 05 de diciembre de 2010

Portada Principal
Revista Dominical

La lucha contra la erosión en las montañas de Tapacarí

05 dic 2010

Fuente: LA PATRIA

El cambio climático en las altas montañas andinas de Bolivia amenaza la subsistencia de muchos pequeños productores agrarios. Un párroco alemán, tres ingenieros agrónomos y nuevos métodos de cultivo ayudan a paliar estas dificultades. • Por: Alexandra Endres - Publicado por el semanario alemán Die Zeif el 7 de octubre de 2010 - Traducido del alemán por V. Hugo Miranda Quiroga

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

Compapinki es un hombre tranquilo y sosegado. No suele ser frecuente que un forastero lo visite en su tierra ubicada en los Andes de Bolivia (Tapacarí, Cochabamba), pues su “Ayanoq’a” (terreno en rotación) está ubicada en una montaña a la que se puede acceder sólo a pie.

Compapinki, apodo que significa “compadre Quena”, es un hombre de 40 años. Su nombre verdadero es Ignacio Condori, pero le llaman así porque es delgado y mantiene su cuerpo siempre erguido. Para recibir a sus visitas se puso una gorra tejida de lana de vistosos colores, de diversas tonalidades de rojo, lleva puesta una chaqueta roja bordada con muestras tradicionales

Hoy está de cuclillas, sin moverse, al borde de un depósito de agua y concentrado mirando la oscura lumbre del agua. Sólo cuando se le pregunta cómo funciona la construcción, él explica: “En el depósito, amurallado con piedras, confluyen acuíferos provenientes de manantiales de aguas subterráneas de las pendientes que hay en el lugar, aguas que luego son encausadas a los campos de su comunidad mediante tuberías. Compapinki prefiere hablar quechua, porque no se siente seguro cuando habla español. “Ya llevo construidos aquí 11 sistemas de riego” dice orgullosamente. "Como ya sé cómo se construye, pronto construiré el número 12, pero para mi huerta”.

Detrás de él se encuentran las áridas pendientes de las altas montañas bolivianas. En Tumuyu, el pueblo de Compapinki, sin embargo, crecen verduras, se encuentran en flor unos pequeños manzaneros y están en crecimiento plantaciones de maíz y papas. “Antes aquí no crecía casi nada. Estos lugares se parecían a los que ves al frente” dice indicando las pendientes corroídas por la erosión. Lo que recogía su familia apenas alcanzaba para el autoabastecimiento.

Pero un día aparecieron en el pueblo vecino Germán Vargas, Ricardo Crespo y Serafín Vidal, ingenieros agrónomos que ayudaron a los comunarios del lugar a obtener mejores cosechas. Compapinki, si bien quería llevarlos también a su pueblo, al principio no se atrevía a tomar contacto con ellos. En lugar de ello les siguió paso a paso durante todo un año, cuando ellos estaban en las cercanías. Pero un día entraron en contacto y empezaron a conversar. “Fue difícil entablar contacto con ellos”, dijo Compapinki.

Todo ello valió la pena. Los campos ahora son más fértiles que antes. Más aún: La cooperación de los ingenieros ayuda también a paliar los efectos del cambio climático. Desde hace años el clima en la región viene tornándose rudo, a tal extremo que constituye una amenaza para las bases de la agricultura. Esto es lo que está ocurriendo en toda la región andina. El mismo Einstein Tejada, experto en clima de la FAO, estima que 6.5 millones de bolivianos – es decir la población rural completa – padece los efectos del calentamiento de la tierra, un fenómeno que afecta no sólo las bases de subsistencia de los habitantes de las costas en todo el mundo, sino también las de los que habitan las altas montañas – sean éstas el Himalaya o Los Andes.

Las condiciones climáticas en la región de Tapacarí, donde vive Compapinki, nunca fueron agradables: desde hace siglos el sol proyecta durante el día sus quemantes rayos sobre las montañas, de noche se siente un frío penetrante. Escasea el agua, en muchos lugares el viento se llevó el magro suelo y sus nutrientes. Según datos estadísticos oficiales el 98% de los aprox. 30.000 habitantes de Tapacarí vive en condiciones de pobreza. Con los indicadores usuales no se pueden hacer levantamientos exactos, pues lo que cosechan los comunarios de subsistencia, no se comercializa en los mercados, por tanto no es mensurable en términos de dinero. Pobreza en Tapacarí significa que hay carencia de lo más mínimo: de vivienda, agua, corriente eléctrica, asistencia médica básica y de escuelas.

El calentamiento de la Tierra viene complicando más la situación desde hace algún tiempo, hace que el tiempo sea imprevisible e incalculable. Como a menudo no caen lluvias los agricultores ya no pueden calcular el tiempo de siembra. Y como en Bolivia los glaciales se desvanecen, el agua dulce muy pronto escaseará aún más. En forma paralela crece el factor erosión. A lo largo de la carretera que une con Tumuyu, por ejemplo, hace unos meses toda una superficie en declive se vino abajo llevándose consigo un bosquecillo completo.

En toda Bolivia, según expertos de la FAO, aparecen con más frecuencia fenómenos extremos como heladas, granizadas, inundaciones, desbordes u olas de calor. Einstein Tejada organiza desde la ciudad de La Paz las campañas de ayuda para paliar estos efectos. Su gente se desplaza cuando fuertes olas de frío destruyen cosechas en Los Andes y provocan neumonías en las llamas ocasionándoles la muerte – o cuando en la parte tropical del país, el ganado se queda aislado durante semanas en lugares inundados por los desbordes de ríos y lluvias. En cada intervención el equipo de Tejada asiste a un número de familias necesitadas de socorro que oscila entre 6.000 – 9.000. “Los más pobres son los que más padecen”, dice Tejada. Añade que los pequeños agricultores que explotan sus tierras para su autoabastecimiento corren peligro. “Los fenómenos extremos no sólo destruyen las cosechas, hacen también que estos hombres, al sucumbir sus siembras pierdan también las bases para poder sobrevivir en el futuro”.

Compapinki, es uno de estos pequeños productores. La parcela de su familia compuesta de siete personas está situada en Tumuyu, a unos 3.300 metros de altura sobre el nivel del mar, en las faldas de una montaña con fuerte pendiente. Ondulantes muretes de piedra fijan las terrazas que llevan el ancho de una toalla, aquí crecen manzaneros y durazneros, cebada, papas, maíz y verduras, uno al lado del otro, o en desorden. Un par de gallinas raspando la tierra. Al fondo la casita de la familia, de adobes de barro y tapada con paja brava. Desde la lejanía la mujer de Compapinki hace tímidas señales y envía con su hijo mayor la comida del mediodía: en un plato de fierro enlozado, un cocido de verduras, a ser devorado con cuchara al aire libre y acompañado con una limonada casera.

La jornada de trabajo de la familia empieza cuando nace el sol y dura unas 12 horas. A diferencia del pasado, ahora sí tienen ganancias. “Con todo lo que cosechamos nos hartaremos durante todo el año”, dice Compapinki. “Lo que sobre lo venderemos”. Con la venta de sus productos él y su esposa pagan la formación de sus hijos, compran ropa y los alimentos que ellos mismo no pueden producir, como por. ej.: aceite, azúcar y fideos. Otros agricultores montan paneles solares sobre sus techados para así al menos poder calentar el agua fría disponible hasta el mediodía. Y hasta algunos tienen emprendimientos exitosos, pues pueden darse el lujo de tener una casita en la capital de la provincia como albergue para sus hijos durante el periodo escolar.

Poco a poco este humilde bienestar se propaga de aldea a aldea. En la misma vecina comunidad de Palca Molino, conocida como la comunidad más pobre de la provincia, ya crecen maíz, altramuces, (legumbres), cebollas y locotos. La cosecha de papas se ha multiplicado. Antes cuando un agricultor ponía un quintal de semilla de papa, apenas cosechaba la misma cantidad. Ahora ya extraen de 9 a 17 quintales de la tierra. En Huacallavini, una comunidad vecina más alejada, los agricultores se disputaban las escasas reservas de agua. “No abastecía para regar todos los campos”, cuenta el ingeniero Vargas. Acota que desde que sus colegas y él operan también en Huacallavini hay suficiente agua. Se logró zanjar el conflicto.

Estos resultados - la mejora en el abastecimiento de agua, el creciente bienestar social, la protección de los suelos ante la erosión – tienen su origen concreto en una persona: el Padre Axel Gerling, de 65 años, enviado a Bolivia hace 37 años por la diócesis de Würzburgo, (de Franconia, Alemania), quien fijo su residencia en estos lugares andinos. El Padre Alejo, así lo llaman en español, vive en Aramasi, un pueblo situado en una hondonada de valle circundada y protegida por árboles, no lejos de Tumuyu. Aramasi es el centro de la Parroquia - o mejor dicho – la comunidad está formada sobre todo por las sólidas edificaciones de la Parroquia blanqueadas con cal. El que llega a esta comunidad apenas percibe la existencia de las otras casitas del color de la tierra, hechas de adobes. En tiempos pasados Aramasi era la hacienda de un señor feudal. Hoy se reúnen bajo la sombra del gran árbol ubicado delante de la Casa Parroquial unos comunarios que participarán de un cursillo.

Si el Padre Alejo no fuera de tez blanca, no llevase gafas, si sus cabellos cenicientos y su barba no fuesen ondulados, bien podría pasar por un boliviano. De noche se protege del frío con un poncho y un chulo tradicional. Cuando se pone a hacer bromas con los lugareños, lo hace en español y quechua. Desde que sale el sol hasta su puesta el Padre Alejo no cesa de empujar e impulsar a su gente. De noche cuando se distensiona en su terraza lo hace p’ijchando coca – tal y como aquí lo hacen todos.

Cuando el párroco alemán llegó a esta región, aquí no había caminos transitables. P. Alejo se organizó con un caballo y se puso a cabalgar por su nueva Patria adoptiva. Se había propuesto pasar un año conociendo la nueva tierra. Pasado este periodo todo le quedó claro: quería ser un Párroco de y para los campesinos, agricultores. Sus lenguas, el quechua y el aymara, fue lo primero que aprendió. Hoy en día lee y predica en la misa en estas lenguas. 11.000 personas constituyen su feligresía: los del pueblo quechua hasta una altura de 3.500 m. y los aymaras que viven a más de 4.000 m., en la meseta altiplánica, donde el calor y el frío son más extremos. Entre los pequeños poblados que hay en la región existe mucho espacio libre, en 1 km. de tierra se asientan en promedio unas 13 personas. Su hábitat es muy simple, a sus asentamientos se puede llegar muy difícilmente.

Los nuevos protegidos son diferentes a los agricultores alemanes que P. Alejo conocía antes de partir. Los agricultores franconios, conscientes de sí mismo, actuaban con aplomo, robustos, mostraban sus logros y celebraban sus fiestas gustosamente, cuenta Alejo. Aquí, en Bolivia, es diferente. “Aquí los agricultores caminan agazapados”. El Padre demuestra cómo lo hacen: esconde su cuerpo, oculta la cabeza entre sus orejas, encoge sus hombros y se tapa el pecho con los brazos. Dice que es difícil lograr cambios ante estas posturas miedosas

Los hombres de estos lugares poco a poco captaron que con propio esfuerzo y trabajo se puede lograr un pedazo del cielo – tal y como lo hizo Compapinki que cierra sus explicaciones diciendo: “Lo tengo en mis propias manos”

Todo empezó hace décadas cuando los colaboradores de P. Alejo plantaron árboles para combatir la erosión. Las colinas de la región estaban deforestadas - y todavía lo están hoy - debido a que los lugareños necesitaban leña como fuente de energía. Hoy en día los eucaliptos, con el ciclo rápido de crecimiento que tienen, cubren sus necesidades energéticas. “A los comunarios, les decimos que los corten para hacer leña”, indica el agrónomo Vargas. “Ello ayuda a que árboles y arbustos típicos de la región se regeneren, vuelvan a ambientarse, es decir a que se recuperen las especies nativas”.

Y posteriormente los agrónomos Vargas, Crespo y Vidal intentaron transmitirles a estos hombres del campo conocimientos de agricultura, en forma sistemática para que los citados asumieran el asunto con sus propias manos. De ello ya transcurrieron 15 años. Hoy ellos están a cargo de jardines ecológicos localizados junto a la Parroquia y enseñan a los productores campesinos, por ejemplo, a producir abonos ecológicos, en base a los medios más simples. Asimismo salen al campo a enseñar a 500 familias, las mismas que ya trabajan aplicando los nuevos métodos que cuidan el suelo y aseguran las cosechas. Los puestos de trabajo de los citados agrónomos se financian con la ayuda de la organización católica Misereor

De la conservación de los suelos se encarga Ricardo Crespo. Hoy está en las faldas de una colina de fuerte pendiente, situada sobre la parte central de la Parroquia, laborando duramente junto con un grupo de hombres, en su mayoría jóvenes, que se están formando para ser líderes de sus comunidades. Éstos, conforme al plan de formación, aprenden a calcular y escribir, y todo lo relacionado con la práctica de la agricultura.

El primer paso es establecer terrazas agrícolas. Hoy Crespo tiene que proteger el terreno de una comunaria ubicado en una pendiente. “Ella vive sola y no tiene fuerzas para hacerlo”, explica. En consecuencia, él y sus alumnos -en pleno sol de mediodía- cargan piedras, levantan una muralla de contención, fijan bien la tierra y finalmente emplean una agronivel, construida por ellos mimos para constatar si la parcela está bien nivelada, en posición completamente horizontal. Con un sol que quema, aire extremadamente liviano, muchos de los hombres llevan las mejillas abultadas, pues mascan coca para así poder sobrellevar el esfuerzo que significa trabajar en estas alturas.

El montaje de sistemas de riego es el segundo paso. En Aramasi, Huacallavini y Palca Molino un depósito circular semisubterráneo, capta las aguas de manantial y de lluvia. Los depósitos generalmente están casi llenos. “El agua está ahí”, dice Serafín Vidal. “Sólo hay que aprovecharla útil y eficientemente”. A través de tuberías llegan las aguas a los campos.

En lo posible muchas de las actividades deben funcionar sin aplicar de técnicas modernas, además, aprovechando los materiales locales que hay en el entorno; los productores deberán poner lo más que puedan de su rendimiento propio. Este principio hace que los costos se mantengan a un nivel bajo – además, hace que los beneficiarios mismos mantengan bien sus depósitos, tuberías y terrazas. Y están interesados en lograrlo, pues su propio dinero está invertido en la infraestructura. Nadie, además, está obligado a lograr su propia felicidad, quien no crea en los métodos de los ingenieros, que siga cultivando sus campos tal y como lo hacía antes.

Este apoyo que damos no es un simple acto de beneficencia, dice P. Alejo. Él quiere empoderar a los hombres para que ellos mismos se autoayuden. "Muchos bolivianos están muy acostumbrados a recibir asistencia de parte de terceros, muy fácilmente se convierten en mendigos profesionales. Todo esto es horriblemente denigrante - y ello va contra mi convicción religiosa. ¡Todo ser humano es un sujeto de mi ayuda, no es sólo objeto de mi ayuda!", dice Alejo. Por ello su Parroquia concentra toda su labor social en la agricultura, sin ocuparse paralelamente de guarderías ni de hospitales. “Sólo la producción es la clave para combatir la pobreza”, dice el Párroco. Él y sus colaboradores también quieren apartarse de los monocultivos, que son muy frecuentes en la región. Allá donde sea posible, los agricultores deberán plantar diversas especies. Esto también ayuda a adaptarse al cambio climático. Así por lo menos parte de la cosecha puede sobreexistir ante los extremos climáticos que puedan presentarse.

En casa de Compapinki, en Tumuyu, Germán Vargas se pone a hacer cálculos y a soñar con otro negocio más. Pues el pequeño agricultor ya posee 113 manzaneros: “Cada uno produce entre 3 y 6 cajas de fruta. Cada caja se puede vender en el mercado en a lo menos Bs 200. Esto rendiría mínimamente Bs. 67.000., como ingresos extra por año”, dice. Calculando al cambio actual, representarían unos € 7.600. Una buena ganancia adicional.

Fuente: LA PATRIA
Para tus amigos: