Era un amigo entrañable. Esposo y Padre. Joven. Lleno de vida.
Un paro cardiaco se lo llevó hace un año. Haciendo lo que más le gustaba, correr…
Vivió sonriendo. Y se fue sin apenas llorar. Con cuarenta y pocos años cerró sus ojos y entró en el cielo.
En esta orilla queda su familia. Y un montón de amigos. Todos unidos por unos mismos sentimientos: amor, agradecimiento, dolor, sensación de vacío, tristeza inmensa...
Eran muchos los que lo querían. Había amado mucho.
Había sonreído mucho. Había ayudado mucho. Silenciosamente.
Había tenido un corazón muy grande.
Había dado su vida alegremente para hacer felices a todos los que encontraba en su camino.
Había sembrado alegría y felicidad de un modo natural y espontáneo.
Había sembrado lo que llevaba dentro. Casi sin darse cuenta.
Tenía un rinconcito en muchos corazones. Sabía que tenía amigos.
Pero había muchos otros que lo querían sin él saberlo.
Muchos lo vimos una sola vez en la vida y quedamos prendados de su sonrisa, de su alegría, de su sencillez, de su simpatía, de su capacidad natural de hacer la vida agradable a los que estaban a su lado...
Muchos lo vimos una sola vez y lo seguimos recordando como una luz que nos alumbra y que nos hace ver la vida más hermosa.
Y él nunca supo el bien que nos hizo.
Nunca supo el bien que nos sigue haciendo aún después de haberse ido al cielo.
Nunca pensó que éramos tantos los que lo queríamos.
Nunca pensó que seguiría vivo en tantos corazones.
Vivió pocos años. Pero su vida fue intensa.
Y valió la pena. Fue una vida llena de sentido. Una vida generosa.
Su cuerpo murió. Pero él sigue viviendo en el corazón de los que lo conocimos.
Sigue vivo en el bien que hizo. Y seguirá siempre vivo.
Porque las personas buenas no mueren nunca: viven eternamente en el bien que dejan detrás de sí.
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Quique, somos muchos los que damos gracias a Dios por haberte conocido.
La mayoría lo hacemos en silencio, desde el fondo del corazón.
Pero algunos no podemos aguantar la fuerza que nos revuelve el alma y nos ponemos a escribir.
Tus amigos sinceros han puesto una esquela en la que se lee: "Vivirás en el corazón de tus hijos y esposa. Eres nuestro campeón, el número uno en nuestros corazones".
Está claro, amigo, tu cuerpo nos ha dejado, pero el rastro generoso de tu vida perdurará eternamente.
Gracias por haber existido y por haber sido así.
Gracias por haber dado tanto.
Gracias……Gracias………Gracias………
Mary Ann, Diego Antonio, Edwin Edgar, Edgar y Mary
Fuente: LA PATRIA
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