El ex alcalde de la Capital (Sucre), antes de ser procesado por el delito de que se le acusa, ya está en la cárcel. La sanción se adelantó al juicio. Ya no existe la presunción de inocencia. Lo que se presume ahora es la comisión del delito. “Detención preventiva”, reza el eufemismo. Pero los hechos marcan la realidad. Por lo visto, la justicia politizada actúa no con el criterio de juzgar sino de castigar.
Cuando ocurrió el episodio racista (2008), Jaime Barrón era presidente del Comité Interinstitucional. Y Evo Morales se proponía realizar -en paralelo a la celebración de la fecha cívica de mayo- una concentración de campesinos en el estadio Patria. Por los sucesos de La Calancha y la atmósfera de tensión belicosa, aquella era a todas vistas inoportuna; tenía la apariencia de ser una provocación. En esa circunstancia se produjo la vejación a los indígenas.
Por aplicación de una ley que ni ha terminado de nacer (faltan sus reglamentos), ya hay un ciudadano en prisión. Salvo algunas excepciones especiales, en la República ninguna norma tenía carácter retroactivo. Ahora es posible la cárcel por un delito que cuando supuestamente se cometió, aún no estaba tipificado como tal. Bolivia es signataria de acuerdos internacionales sobre Derechos Humanos, pero la Asamblea Plurinacional- que aprueba leyes que vulneran la propia CPE - parece ignorar.
Se suele nombrar juntos a los dos alcaldes. Sin embargo, hay una diferencia importante. El alcalde potosino está acusado de corrupción. La supuesta compra irregular de vehículos sirve para encubrir la persecución política (“está en manos de la justicia”).
Con Barrón no hay ni esa careta de simulación: es racismo puro y simple. Se le enfrenta con una ley draconiana, cuestionada y cuestionable. Está en el patíbulo del chivo expiatorio. Es víctima del odio racista que viene del otro lado contra una personalidad representativa de Sucre. ¿No se dijo que era de ida y vuelta?
Se muestra con habilidad la faz simpática de la ley (la lucha contra el racismo y la discriminación). Y la otra, tenebrosa y oculta como la de la luna, sirve para arremeter con saña contra el adversario o para hacer propaganda política. No es sólo el doble discurso, como se ha denunciado varias veces; es una estructura de poder que se desdobla en distinta forma y figura con perspicuo sentido de oportunidad.
A cinco años, la tónica dominante sigue siendo la soberbia y la ambición de poder: una combinación que puede ser letal a corto plazo. Contra viento y marea, prosigue la eufórica destemplanza. Igual que un nuevo rico, despilfarran a manos llenas su caudal político; están con el loco empeño de coparlo todo. Las alcaldías arrebatadas a la oposición se las entregan a sus correligionarios, sin miramiento alguno. “Estamos en el poder”. La sola acusación de un fiscal pesa más que el voto ciudadano en las urnas. El “soberano” y democracia no quieren ya decir nada; son palabras vacías.
¿Es una pesadilla? No, pero se parece mucho.
(*) Columnista independiente
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