Como buen albañil, René Joaquino estaba construyendo su casa en Potosí con sus propias manos cuando se enteró de que los jueces de Evo Morales lo condenaron para que no vuelva a ser alcalde.
Un genio en comunicación y propaganda no hubiera podido idear un mejor escenario para desprestigiar al gobierno. Fue más efectivo que el famoso rodillazo.
Por esos días, un consejero masista en Tarija admitía en público que el partido de gobierno controla la justicia y el poder electoral, lo que no es ninguna novedad pero sirve para los incrédulos.
Eran las gotas que faltaban para colmar el vaso del desencanto entre la gente. El gobierno del pobre cocalero se ha convertido en una dictadura.
La Comisión de Derechos Humanos de la OEA y la Alta Comisionada de la ONU, que llegó a Bolivia, están enterados de que lo que viven los bolivianos no es el edén construido por un pobre originario convertido en presidente, sino un régimen totalitario.
La denuncia de Mario Cossío, sobre la conspiración para derrocarlo, no hubiera tenido el mismo efecto hace tres semanas, porque todavía no se habían producido los testimonios de los pueblos originarios aimaras y los periodistas bolivianos en la OEA.
Ese fue el hecho decisivo para quitar la venda que cubría los ojos de la comunidad internacional sobre el verdadero rostro del gobierno boliviano.
El desencanto está muy avanzado. Las encuestas lo detectan dentro del país y los foros internacionales permiten observar que el encandilamiento está pasando.
Estuve en el XI Foro Iberoamérica, en República Dominicana, y allí comprobé que esto de atropellar la libertad de expresión es una corriente en la región.
Los testimonios de los delegados de Brasil y Argentina son para asustar. Los gobernantes de esos dos países están haciendo exactamente lo que hacen los gobernantes bolivianos con los medios de comunicación.
El método es idéntico: compra de medios, creación de un sistema oficialista de medios estatales y de los “amigos”, acoso a los periodistas críticos, incluso en medio de ruedas de prensa y elaboración de leyes que vayan matando a la libertad de expresión. Todo está calcado en Bolivia, aunque Venezuela es donde las cosas son más torpes. En Bolivia el estilo es ladino, como corresponde a sus ideólogos y gestores.
Resulta muy evidente que cuanto más grandes son los medios y más enraizados están en los hábitos de información de los ciudadanos, como Brasil o Argentina, más difícil es para los gobiernos acabar con la libertad. En Bolivia, en cambio, es notorio que los medios audiovisuales, casi sin excepción, se han convertido en los corifeos del gobierno. La lista crece todos los días.
En Brasil los medios están de tal manera identificados con la sociedad, que se podría decir que han dejado de ser empresas privadas y se han convertido en medios públicos.
El delegado brasileño comenzó a mencionar este tema diciendo que su tarea era muy difícil, porque consistía en hablar mal de Lula da Silva, un líder carismático dentro y fuera de Brasil.
Fue un intercambio de decepciones.
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