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Domingo 21 de noviembre de 2010

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Cultural El Duende

Del placer y la muerte

21 nov 2010

Fuente: LA PATRIA

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El placer del fuego

Cuando le hablaron de interpretar la “Danza del Fuego” de Manuel de Falla se sintió como si realmente le hubieran encendido algo interior con un fuego sutil. Aceptaría. El fuego había sido en su vida, desde ignotos momentos, una presencia completamente atrayente. Era calor, misterio, crepitación, naranjas, rojos, peligro, belleza, inconstancia, transitoriedad, pertenencia al territorio de lo intocable.

Todo ese mundo debía ingresar en su cuerpo, poco a poco. Así la danza y el fuego se apoderaron completamente de ella. Era el rito de pedir a sus pies, sus caderas, sus manos, la apropiación de una sensación de fuego y un profundo sentimiento, también de fuego. Buscarlo al iniciar la danza en los dedos, para que luego siguiera subiendo a las rodillas, a las piernas, al ombligo. Oyó en su interior la música de Falla y se lanzó a conquistar el espacio con su cuerpo.

Aparecieron más allá de lo imaginado inicialmente otros mensajes del fuego, que iban visitando su cuerpo: brujería, el fuego de los Dioses, Prometeo o el fuego para los hombres contra los dioses, la purificación con la quema por el fuego, la cremación de los judíos en los campos de concentración, la quema de las brujas medievales, el incendio de Roma, cartas de amor quemadas para siempre, la fragua en que se templan los aceros, el fuego del hogar, Juana de Arco en la hoguera, el fuego de los ritos de hechiceros, la flechas encendidas, los misiles que incendiaban ciudades.

Pedía a su cuerpo que fuese la historia del fuego entre los hombres.

Después de cada ensayo quedaba exhausta porque su cuerpo había atravesado por todos los placeres y los horrores del fuego. Era un milagro del arte poder expresar el fuego entre las carnes de la Doncella de Orleans y de las palabras de amor hechas cenizas.

En el primer ensayo con la orquesta, todos quedaron sorprendidos por la belleza alcanzada por aquel cuerpo. Nadie supo el secreto de todas las búsquedas para lograr la exactitud del fuego.

El día del estreno, ella arrojó su cuerpo al escenario y atravesó los siglos de la historia del fuego. Manuel de Falla ardió en la orquesta, vibrante, excelsamente, mientras el cuerpo de brujas, de niños y de soldados quemados en las guerras crepitaban ardiendo en cuerpo de mujer. Fue un éxito estupendo.

Nadie supo que la noche anterior la bailarina se había quemado la palma de la mano con el propósito de sentir mientras bailaba, las huellas y los enigmas del fuego.

La muerte por el fuego

Ese maldito sueño le perturbaba desde niña. Empezaba en el corredor. Algo muy grave sucedía en la cocina. Se oían los gritos. No se podía abrir la puerta. Dentro estaba su madre. Le provocaba tanto sufrimiento que despertaba gritando.

El sueño recurrente iba tomando cuerpo en las celdas del alma. Algunas noches tenían que llevarla al cuarto de su madre para tranquilizarla, para que constatara que estaba bien.

Los psicólogos construyeron explicaciones que no alejaron los sueños. Los yatiris indígenas le frotaron el cuerpo con hierbas misteriosas, traídas de los bosques, sin ningún éxito. El cura le pasó la frente, los sentidos con agua bendita y le pidió que rezara, pero siguieron los sueños agitando sus noches.

La mamá le cantaba canciones para dormirla y la besaba en la frente, en las manos, pero los sueños volvían vengándose de todas las ceremonias realizadas para arrojarlos al silencio.

Algunas noches no quería dormir. Tenía miedo a sus sueños, al pasillo, a la cocina, a la puerta cerrada, a los gritos de su madre, al calor y cuando llegaban sus propios gritos, se quedaba temblando, sin que nadie pudiera hacer nada más que el cansancio.

Decidieron alquilar la casa y cambiarse a otra. Los sueños con el corredor, el calor y la madre fueron disminuyendo y la niña soñó cada vez menos los sueños tormentosos. Llegó la adolescencia y con ella, los primeros amores, las cartas, los viajes de promoción.

Sólo una vez habló de sus sueños a una amiga como si se tratara de una peligrosa caja, una prohibida puerta. Su voz se tornó distinta, opaca. Palideció. Cerró sus ojos moviendo la cabeza como si negara su existencia, como si tuviera miedo de haberlos despertado.

Estuvo esperando angustiada el día entero la prueba de la noche. No sucedió nada. Los sueños no salieron de su recinto del olvido.

Tampoco la atraparon la siguiente noche. Las semanas pasaron sin el retorno del sueño y fue definitivamente arrinconado en la nada.

Aquella mañana cuando levantó el tubo del teléfono y oyó lo que decían supo de la venganza de los sueños. ¡Su madre! Su madre había muerto quemada en la cocina de la antigua casa, la ropa se le había encendido en el cuero. No se sabe por qué había cerrado la puerta con llave. Nadie pudo ayudarla mientras gritaba enloquecida.

Había sucedido hace muchas horas, hace mucho tiempo, desde siempre. Nadie quiso mostrarle el horror de sus sueños.

Gaby Vallejo Canedo. Cochabamba.

Académica de la Lengua.

Fuente: LA PATRIA
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