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Sábado 20 de noviembre de 2010

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Revista Tu Espacio

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Tomás el Dídimo

20 nov 2010

Por: El Alquimista

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“Si aquellos que os guían os dijeren: Ved, el Reino está en el cielo, entonces las aves del cielo os tomarán la delantera. Y si os dicen: Está en la mar, entonces los peces os tomarán la delantera. Mas el Reino de Dios está dentro de vosotros y a vuestro alrededor, no en edificios de piedra y madera. Cortad un trozo de madera y allí estaré; levantad una piedra y allí me encontraréis. Yo soy la luz que está sobre todo. Yo soy el universo: el universo ha surgido de mí y ha llegado hasta mí. Cuando lleguéis a conoceros a vosotros mismos, entonces me conoceréis y seréis conocidos; caeréis en la cuenta de que sois hijos del Padre Viviente. Pero si no os conocéis a vosotros mismos, estáis sumidos en la pobreza y sois la pobreza misma”.

Son máximas que Jesús enseñó y que Tomás escribió poco antes de ser asesinado. Constituyen el llamado “Evangelio de Santo Tomás”, que contiene una de las enseñanzas espirituales más hermosas y esclarecedoras que el Cristo viviente entregó a la humanidad.

Tomás fue el octavo apóstol escogido por Jesús. En tiempos posteriores se le conoció como “Tomás el incrédulo”, por el episodio del dedo en la herida de Jesús. Tenía una mente lógica y escéptica, pero al mismo tiempo era de una lealtad tan valiente, que impedía considerarle un escéptico frívolo. Cuando se unió a los apóstoles, tenía veintinueve años, estaba casado y tenía cuatro hijos. Anteriormente había sido carpintero y albañil, pero luego se convirtió en pescador. Tomás tenía la única mente verdaderamente analítica de los doce; era el científico verdadero del cuerpo apostólico.

Mucho disfrutaba Jesús de la compañía de Tomás y tuvo muchas conversaciones largas y personales con él. Su presencia entre los apóstoles fue de gran consuelo para todos los incrédulos honestos y alentó a muchas mentes atribuladas a entrar en el reino, aunque no pudieran comprender completamente todas las fases espirituales y filosóficas de las enseñanzas de Jesús.

Los otros apóstoles reverenciaban a Jesús por algún rasgo especial y distinguido de su desbordante personalidad, pero Tomás reverenciaba a su Maestro por su carácter magníficamente equilibrado. Tomás admiraba y honraba cada vez más a aquel que era tan amorosamente misericordioso y al mismo tiempo tan inflexiblemente justo y equitativo; tan firme pero nunca obstinado; tan calmo, pero nunca indiferente; tan socorrido y tan compasivo, pero nunca entrometido ni dictatorial; tan fuerte y al mismo tiempo tan manso; tan positivo, pero nunca áspero ni rudo; tan tierno pero nunca vacilante; tan puro e inocente, pero al mismo tiempo tan viril, enérgico y fuerte; tan verdaderamente valiente, pero nunca temerario ni imprudente; tan amante de la naturaleza pero tan libre de toda tendencia de hacer un culto pagano de ella; tan lleno de humor y tan jovial, pero tan libre de ligereza y de frivolidad. Era esta inigualable simetría de la personalidad de Jesús lo que tanto encantaba a Tomás. Probablemente disfrutaba él de la más elevada comprensión intelectual y apreciación de la personalidad de Jesús entre los doce. Al despedirse de él en la última cena Jesús le dio la siguiente admonición:

“Tomás, muchas veces te ha faltado la fe; sin embargo, cuando tuviste temporadas de duda, nunca te faltó el coraje. Yo bien sé que los falsos profetas y los maestros impuros no te engañan. Después que yo me haya ido, tus hermanos apreciarán más aún tu forma crítica de ver las nuevas enseñanzas. Y cuando todos vosotros estéis dispersos por los confines de la tierra, en los tiempos venideros, recuerda que sigues siendo mi embajador. Dedica tu vida a la gran obra de mostrar cómo la mente material crítica del hombre puede triunfar sobre la inercia de la incertidumbre intelectual, al enfrentarse con la demostración de la manifestación de la verdad viva, tal como opera en la experiencia de los hombres y mujeres nacidos del espíritu, que rinden los frutos del espíritu en su vida, y que se aman unos a otros, como yo os he amado a vosotros. Tomás, me alegro que tú vinieras a nosotros, y sé que, después de un corto periodo de perplejidad, seguirás en el servicio del reino. Tus dudas han producido perplejidad en tus hermanos, pero a mí no me han preocupado jamás. Tengo confianza en ti, e iré delante de ti aún a los rincones más alejados de la tierra”.

Tomás pasó momentos difíciles durante los días del juicio y la crucifixión. Estuvo sumido en profunda desesperación por un tiempo, pero recobró su coraje, se quedó con los apóstoles y estaba presente con ellos para dar la bienvenida a Jesús en el mar de Galilea, después de su resurrección. Sucumbió por un tiempo a la depresión de la incredulidad, pero finalmente supo recuperar su fe y su valor. Aconsejó sabiamente a los apóstoles después de Pentecostés y, cuando la persecución dispersó a los creyentes, fue a Chipre, a Creta, a la costa norafricana y a Sicilia, predicando la buena nueva del reino y bautizando a los creyentes. Siguió predicando y bautizando hasta que fue arrestado por los romanos y ejecutado en Malta. Solo unas pocas semanas antes de su muerte había comenzado a escribir sobre la vida y las enseñanzas de Jesús.

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