El desarrollo del primer mundo -y mucho más su progreso- se debe a las inversiones de tres capitales que, especialmente desde el inicio de la revolución industrial, se ha llevado a cabo en los Estados Unidos y países europeos.
Para la mayoría de los países pobres, poca o ninguna importancia tuvo -especialmente en los últimos cuarenta años- la recepción de inversiones, principalmente por una razón: la dependencia; en otras palabras, esperar la comprensión y ayuda de los países ricos y desarrollados. Como compensación a esas políticas “de cooperación”, la explotación y venta de materias primas ha sido el trabajo y esfuerzo permanente de los pobres. La gravedad de estas políticas fue que los precios para esas materias primas fueron fijados, indefectiblemente, por los países ricos en base a cotizaciones internacionales que ellos manipulaban para que sean bajas.
El gran mal de la pobreza para un Cuarto y Tercer Mundo que viven hasta grados extremos de miseria y dependencia (seguramente hasta un 40% de su población) es que existen tres falencias graves: pobre alimentación, carencia de educación y sistemas de salud que permitan preservar la vida de sus habitantes. Si a todo ello se agregan las pugnas o guerras internas (caso del África), el problema adquiere proporciones dramáticas.
Corregir las anomalías que sumen a los países pobres en grados absolutos de miseria en muchos casos, sería simple siempre que se tome conciencia de reconocer realidades y entender que sólo con el propio esfuerzo será posible vencer males ancestrales que se sufren a todo nivel. Entender que la ignorancia y las pésimas condiciones de salud son determinantes para incrementar los males que se padece.
Tanto cuanto los países pobres no vivan realidades, será imposible llegar al desarrollo y, de ahí al progreso, los caminos se harán más intrincados. Diversas mentalidades reinantes en las naciones pobres impiden la adopción de medidas para encarar conjuntamente los problemas que, con ligeras diferencias, son iguales en todo el ámbito pobre. Esas pequeñas diferencias hacen que, en la mayoría de las naciones, no se tome conciencia de realidades, no se encaren soluciones radicales y hasta se prefiere vivir en los extremos de las luchas intestinas, los nacionalismos cerrados o ser objeto de doctrinas socialistas ya obsoletas.
El ámbito pobre no encaja en las políticas del mundo rico porque no se quiere entender que sólo con trabajo, educación, salud, formación en valores y otras condiciones es posible salir de la sima pobre y dependiente; en casos, dependencia de extremos como es la guerrilla, las luchas tribales, los intereses creados de pocos.
La educación podría conseguir entendimiento cabal de realidades, buscar y alcanzar remedios que no sean simples paliativos sino medidas permanentes que tomen en cuenta los valores de los pueblos que tengan el coraje de enfrentar las causas de sus males.
Finalmente, es preciso que los países que “ayudan” y “comprenden” la verdad de los pobres, entiendan que sólo con inversiones en planos de garantías jurídicas, será posible crear riqueza que genere empleo y estas condiciones creen, a la vez, situaciones para la educación, la salud y formación en valores. La riqueza no debe ser cómplice para empeorar la pobreza; debe ser, en todo caso, factor que permita superar todo lo malo que ocasiona la pobreza.
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