En el bloque de las denominadas leyes sociales está la de la reforma educativa. Después de hacer “colita” bastante tiempo, con resignación y paciencia, en la fila de los asuntos no muy importantes, parece que al fin le ha de tocar el turno. Más tardará en entrar que en salir del picadero plurinacional. El mecanismo operativo es simple: En paquete desde el Palacio Quemado, un simulacro de debate y arriba las manos. Eso es todo. El marco normativo de la nueva reforma “Avelino Siñani – Elizardo Pérez” se promulgará el rato menos pensado.
El silencio de que está rodeado el proyecto y la crónica indiferencia colectiva por la educación encubren un desafío al que nunca hemos podido dar respuesta. No es porque se sabe que no vale gran cosa sino porque hay poca conciencia acerca de su valer e importancia. Como en otras épocas, ha renovado hoy su condición de cenicienta.
No vamos a redescubrir la pólvora, ni sería razonable partir de cero. Es tan importante estudiar las experiencias del pasado como conocer la nueva ruta a seguir. No son muchas. Las tres grandes reformas del siglo XX corresponden a otros tantos cambios estructurales del país: la de 1909 durante el periodo liberal; la de 1955, con el nacionalismo revolucionario del MNR, y la de 1994 bajo la égida del neoliberalismo, la otra faceta del mismo partido.
Al comenzar el siglo, el liberalismo proyecta su permanencia en el poder. Para ello se considera clave la educación. Una delegación estudia varios sistemas escolares en Europa. A su retorno se funda la primera Escuela Normal de Maestros en la Capital, bajo la dirección del pedagogo belga Jorge Rouma. “Es el primer intento de sistematización del régimen educativo boliviano”. Es de entonces (1910) La Creación de la Pedagogía Nacional, libro todavía actual y polémico de Franz Tamayo.
La revolución de abril en 1952 promueve varios cambios estructurales, uno de ellos es la reforma educativa. Pedagogos de diversa filiación política diseñan el proyecto del Código de la Educación Boliviana (1955). La Reforma se propone “extender la educación a las mayorías y darle una orientación predominantemente técnica”. En el acto inaugural el Ministro de Educación declara: “Podemos y daremos todo el apoyo material y técnico para la ejecución de la reforma, pero si fracasa el factor humano, el maestro, habrá fracasado Bolivia”.
La crisis no superada, vuelve a motivar otra reforma en 1994. Se basa en las conclusiones del Congreso Nacional de Educación (1992) y la propuesta técnica del Equipo Técnico de Apoyo a la Reforma (Etare). Allí ya está la visión plural del país. La interculturalidad y la participación popular son sus ejes vertebrales, orientadas hacia un cambio profundo y radical. La dirigencia sindical la combatió con saña, sin comprenderla. En 2003 se interrumpe su aplicación. Desde entonces la educación marcha a la deriva.
Si se contrastan los proyectos teóricos con la realización en el terreno práctico, se diría que los resultados son magros, incluso se habla de fracasos. Pero si se compara la realidad de donde se partió con la que luego se pudo observar, es indudable que hubo avances importantes. Los elementos negativos persistentes son la injerencia política y la falencia de los recursos humanos.
Ahora el guante del desafío está en manos del MAS. La élite de los partidos tradicionales fue reemplazada en el poder por los dirigentes sindicales. La otra Bolivia actúa en el primer plano del escenario público. Se tiene la visión de que el poder total se halla concentrado en la imagen mesiánica de un caudillo. En este contexto se aplicará la nueva reforma educativa. El proyecto tiene las mismas características ambiguas, contradictorias y cuestionables de la Constitución Política del Estado Plurinacional.
(*)El autor es columnista independiente.
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