El clima de desconcierto en el cual ha degenerado el llamado “proceso de cambio”, está generando reacciones vacías y sin respuestas dotadas de ideales que construyan y no asfixien a los actores que hoy detentan el poder político. Para quienes reciben un mínimo de exigencias, que se da en todo tiempo político como una demanda natural de la sociedad, no les es grato recibir estas expresiones y menos que se les enrostre las diferencias entre los derechos y las obligaciones.
Es, sin embargo, cotidiano escuchar rimbombantes expresiones de “transformación” y “cambios con dignidad”, sin precisar que la “dignidad” que se pregona no responde a la naturaleza del concepto que la humanidad ha construido como doctrina y esencia “intangible, intransmutable y unívoca” del supremo ideal del hombre. Para mejor entender, graficamos el concepto con palabras de José Ingenieros: “Donde falta dignidad, no existe el sentimiento del honor”.
Una de las respuestas a la proposición de mantener el ideal de libertad basada en el derecho a la libertad de expresión, ha sido -por ejemplo- “imponer contra la prensa”, una mordaza con el título de: “Lucha contra el racismo y toda forma de discriminación”, así como, aquellos discursos “con lenguaje que sólo alimenta desencuentros entre sectores y regiones”. Estas observaciones, son parte del mensaje que el ilustre cuerpo de obispos de Bolivia a utilizado para expresar su preocupación por “el actual proceso de dar un nuevo rostro y nueva composición a la patria” y, por el contrario, se “esté dando un clima de desconcierto por la falta de claridad y transparencia”.
“Noble es decir. El que aspira a ser águila debe mirar lejos y volar alto; el que se resigna a arrastrarse como un gusano renuncia al derecho de protestar si lo aplastan”. Tomando siempre el pensamiento de Ingenieros, reiteramos que la sociedad y sus organizaciones representativas salieron del esquema de “la consigna sindical” para retomar la práctica del diálogo y profundizar el “trabajo de construcción comunitaria”, como respuesta a la práctica del poder político de “no escuchar el clamor ni la opinión y menos dialogar con los movimientos sociales”, lo cual significa que en Bolivia, se ha reaccionado frente al papel de “ser gusano que renuncia al derecho de protestar”.
La protesta social que anuncia nuevas movilizaciones y bloqueos en todo el territorio nacional, sin ingresar en el papel de propugnar el desorden y los perjuicios contra todos, debe obligar a propios y extraños a pensar que si el entorno político nacional ha creado las condiciones y contradicciones que hagan posible la eclosión de un proceso de exacerbación social, en medio de confusión y exclusión de personas y sectores que consideran su frustración como un punto de sostenimiento para su protesta.
El principal tema de la frustración social, constituye el inusitado incremento de los precios de los alimentos que forman parte de la “canasta familiar”; el desconocimiento de los derechos fundamentales de las personas, de los derechos humanos e, inclusive, la violación de las libertades ciudadanas personales y democráticas. Es así que la población reclama, como suya, la libertad de expresión; pero, además, el derecho que tienen los pueblos a demandar más atención para desarrollar su región, como medio para lograr el ansiado bienestar social, como ocurre con los “kataristas” de La Paz, quienes sólo reclaman asistencia para fortalecer sus sistemas productivos y mejor atención del gobierno a favor de su Departamento, o los colonizadores de Caranavi, a quienes el gobierno aún no se les dota de una fábrica para el procesamiento de cítricos.
También están con su demanda, los Departamentos de Potosí, Tarija, Oruro y otros, para los cuales, sólo llegan discursos cargados de promesas y mensajes de confrontación. Por el momento, la exhortación cristiana de la Iglesia Católica demanda la atención de gobernantes y gobernados, para abrir las puertas del diálogo con sincera actitud de trabajar por el país, con transparencia.
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