Octubre de 2010 pasará a la historia, tal vez, como el mes de las tragedias en la minería de América Latina.
Al final feliz del rescate de 33 mineros en Chile, le sucedió una cadena de accidentes: la muerte de otros dos en ese país, dos más en Colombia, cuatro en Ecuador e igual número en Bolivia.
Parecía una advertencia de que las historias y las vidas bajo tierra no terminan siempre como en los cuentos de hadas o en las películas de acción, una alerta de que los sucesos de Chile fueron sólo la punta de un iceberg inmenso.
En esta parte del mundo, la minería reporta este año más de 200 muertes en la mayoría de los casos por negligencias de compañías y gobiernos, asegura el Observatorio de Conflictos Mineros de América Latina.
La cifra es contradictoria, señalan los analistas, pues muestra una desproporción entre los niveles de ingresos que reporta esta industria a países o compañías y las condiciones de vida y seguridad para sus trabajadores.
De acuerdo con la consultora Metals Economics Group, el 26 por ciento de la inversión minera mundial -la mayor desde 2001- está hoy en Latinoamérica y alcanzará 150 mil millones de dólares hasta 2015, según la Corporación de Fomento de la Producción de Chile.
Reportes del Banco Mundial confirman que la mayoría de los países latinoamericanos obtiene importantes ingresos con la venta de minerales que, para algunos, representa cerca del 70 por ciento de las exportaciones.
De hecho, tras la crisis económica, es el sector con mayor recuperación, con auge en la exploración y compra de proyectos, afirma un informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
Mientras una onza de oro se cotiza actualmente en más de mil 370 dólares en el mercado mundial, el salario promedio de un minero en América Latina es de 10 dólares por día.
En Perú la minería equivale a más del 60 por ciento de las exportaciones y más de 30 proyectos aprobados recientemente inyectarán cerca de 25 mil millones de dólares hasta 2016, sostienen expertos.
Sin embargo, datos oficiales refieren que en este país mueren cada año cerca de 60 mineros y en la década pasada perdieron la vida 620 de ellos.
Chile alcanzó en 2009 un récord de dos mil 851 millones de dólares en ganancias y proyecta para 2015 una inversión de 50 mil millones, en una rama que generó ocho mil nuevos empleos y 32 muertes en 2010.
La minería representa un 25 por ciento de las exportaciones de Colombia, donde ya fallecieron este año 140 obreros, la cifra más alta de la región.
MINAS CLANDESTINAS, MUERTES SILENCIOSAS
Aunque especialistas acercan al millón el número de minas en América Latina, la cifra es imprecisa, pues en casi todos los países existen pequeños socavones clandestinos o se reexcavan las vetas abandonadas.
Solo en Brasil hay más de dos mil 600 reconocidas de forma oficial y analistas estiman que existen otras tantas escondidas, principalmente en la zona amazónica, rica en minerales.
Movimientos sociales señalan que la explotación ilegal reporta mayores ganancias a los dueños, ya que permite evadir los controles, impuestos, gastos en medidas de seguridad o en la contratación de personal calificado.
Es por eso que, de sus trabajadores, más de medio millón son niños, en muchos casos obligados por sus padres, revela el Programa de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).
Según la organización, además de mano de obra por salarios ínfimos, el trabajo infantil permite acceder a lugares que, para un adulto, puede resultar difícil o demasiado riesgoso.
Por otra parte, los accidentes o muertes en labores de extracción informal pasan frecuentemente desapercibidos, señalan los analistas.
Uno de los últimos registrados fue en el sureste de Venezuela, a finales de agosto, cuando un derrumbe causó la muerte a seis personas en un filón abandonado.
Cifras del gobierno indican que en este país las compañías registradas producen unas 192 mil onzas de oro anuales, mientras las informales generan el doble.
En febrero ocho hombres también murieron en una mina clandestina de carbón al norte de Perú.
En Bolivia, cálculos oficiales acercan a 60 mil las personas en estas labores y de acuerdo con el sindicato de mineros, la mayoría lo hace en excavaciones, con pocos -o ningún- equipos de protección.
Según esa agrupación boliviana, en muchos yacimientos existen condiciones de explotación e inseguridad, en uno de ellos, en el Cerro Rico de Potosí, murieron 22 personas desde 2009 hasta la fecha.
DAÑOS COLATERALES
La actividad minera constituye un peligro tanto por los frecuentes accidentes como por la garantía de muerte a gotas que ofrece a sus trabajadores por la exposición a gases y metales.
De todas las actividades económicas en Latinoamérica, la minería es la que ocasiona más secuelas y enfermedades profesionales, indican reportes de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
Dolencias como el llamado “pulmón negro” -por la forma en que deja estos órganos la inhalación de sustancias- o la silicosis -el llamado mal de la mina- pueden reducir la esperanza de vida hasta en 15 años.
A los trastornos respiratorios, alergias e infecciones de la piel, la vista y las mucosas se unen padecimientos renales, gastrointestinales, anemias y afecciones neurológicas, señala la OPS.
En algunos túneles los niveles de oxígeno son un 60 por ciento menor que en la superficie y los trabajadores permanecen hasta 12 horas sometidos a cambios de presión, humedad y temperatura por encima de 30 grados centígrados.
Es por eso que presentan también trastornos causados por enclaustramiento, ruido, falta de ventilación, largas jornadas de trabajo, vibraciones y carencia de aditamentos de seguridad y chequeos médicos.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) asegura que en gran parte de los yacimientos los obreros utilizan únicamente un paño sobre la boca como medida de protección.
El Convenio 176 de ese organismo regula los requerimientos para la seguridad y la salud de los obreros de las minas, una industria que genera el ocho por ciento de los accidentes mortales, informa la OIT. Sin embargo, en América Latina, sólo Brasil y Perú ratificaron el tratado hasta la fecha.
Así, muchos dudan que, dentro de un tiempo, la preocupación de estos días por los mineros no sea otro paréntesis de tragedia en medio de una rutina de explotación.
Queda hora por ver si las compañías mineras y los gobiernos no pasan la página hasta que otro túnel colapse y la muerte de los hombres bajo tierra ascienda hasta la superficie como un grito de alerta.
(*) Periodista de la Redacción Suramérica de Prensa Latina.
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