LA MÁQUINA DEL TIEMPO

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Julio Lucas Jaimes (Brocha Gorda). Potosí, 1840 – 1914. Escritor, poeta, periodista y parlamentario. Unido en matrimonio con la escritora peruana Carolina Freyre, es padre de los poetas Ricardo Jaimes Freyre y Raúl Jaimes Freyre, que descollaron en la escuela modernista. A la caída de Melgarejo, el poeta tuvo que fijar su residencia en Lima, donde, en contacto con Ricardo Palma, comenzó su labor periodística como redactor de La Broma. Luego de su retorno a Bolivia, continuó ininterrumpidamente su labor combinándola con la docencia como profesor de Literatura y Filosofía. En ese periodo fue elegido Munícipe hasta que se produjo la invasión chilena al Litoral boliviano. Concurrió a la Guerra del Pacífico y permaneció en Chile cayó prisionero permaneciendo en Chile cerca de un año y medio.

Durante la presidencia del General Narciso Campero, se desempeñó como Director de Estadística hasta 1888, año en el que elegido diputado por Potosí.

Su obra poética es un legado de juventud, de ahí que son característicos los poemas amorosos, de sutil galanteo en sus madrigales. Es más conocido por su obra en prosa y considerado como un clásico del siglo XIX junto a René-Moreno, Vaca Guzmán y Nataniel Aguirre. La Villa Imperial de Potosí: su historia anecdótica, sus tradiciones y leyendas fantásticas, su grandeza y opulencia fabulosas fue publicado en 1905 en un volumen ameno y enjundioso. Delia es una novela de costumbres porteñas escrita durante su residencia en Buenos Aires. También destacan Morir por la Patria (1882), Un hombre en apuros (1885) y Epílogo de la Guerra del Pacífico (1893). En edición póstuma apareció Galería de Hombres Públicos de Bolivia: Dr. Juan Crisóstomo Carrillo, su fisonomía moral y su vida pública, un primer volumen de sus estudios biográficos.

Su obra poética se halla dispersa en antologías, periódicos y revistas de Argentina, Bolivia y Perú. A continuación dos poemas que datan de 1883.

¡Siempre! ¡Siempre!

Para calmar la dolencia

que el rebelde amor procura,

yo imaginé en mi locura

que era un remedio la ausencia:

y no sufrí el aguijón

de tus desdenes y enojos,

“Pues lo que no ven los ojos

no lo siente el corazón.

Mas, cuán cierta

es que no muerta,

sino sólo adormecida

Pasión que fue bien sentida,

y bien guardada;

con nuevos bríos despierta

al rayo de una mirada.

Ojos claros, serenos

¿Tanto os ofende, señora,

el pesar que me devora,

que con desdén, casi airada,

así apartáis la mirada

del ser que tanto os adora…?

Mas, no temáis se desaten,

ni que inhumanos maltraten,

el alma vuestros enojos;

mire al menos yo esos ojos;

aunque esos ojos me maten.

Fuente: LA PATRIA