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Domingo 07 de noviembre de 2010

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Cultural El Duende

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07 nov 2010

Fuente: LA PATRIA

(América) el más reciente libro del escritor chileno Héctor Hernández Montesinos que acaba de ser publicado por LOM Ediciones de Santiago (y que será presentado en nuestro país aproximadamente en febrero del año entrante), reúne a poetas jóvenes de todos los países de habla hispana del continente. Aquí, a manera de invitación a su lectura, un extracto del prólogo

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. ... El fin de la civilización es el fin del lenguaje

Esta frase apareció en mi vida como un susurro del inconsciente, como una obsesión que no dejaba de hacerme delirar. No sabía qué hacer con ella. Era un llamado pero un nudo en lo desconocido. Hasta que volví a este libro y me di cuenta que aquí había nacido la idea o al menos la intuición. Entonces, siendo así, aproveché el chorreo semántico de la palabra ‘fin’ para deshilar un nuevo mito, una historia fuera del tiempo, un oráculo paródico y anárquico.

Para comenzar, podríamos leer en esta frase inicial que el propósito, o quizá, la consecuencia que nos defina como cultura, como homo sapiens, sea la del lenguaje, las múltiples y complejas formas de esos lenguajes, que ciertamente nos separarían del resto de las especies vivas, o dicho de otra manera, la comprobación real de la evolución, o más aún, la transferencia del código genético a un código de signos vivos. De hecho, tan sólo el 2003 se pudo conocer el mapa de la estructura del ADN, del cual el gen HAR1 (Región Acelerada Humana) sería el distintivo de los homininos: la escritura, su sombra, su huella como triunfo de nuestra especie, como su real éxito en la escala de los cambios y adaptaciones a las condiciones de la naturaleza, y luego, a las de la cultura.

La segunda posibilidad en este juego de sustituciones y polisemias sería la que nos propone pensar que el objetivo prioritario de lo que entendemos por historia es acabar con su propia inscripción, con el archivo, con la escritura. En este caso, uno regresa de inmediato a lo que significa, material y simbólicamente, la Guerra en Irak, y específicamente, las invaluables bajas culturales que han resultado ser, por ejemplo, las tablillas cuneiformes de barro, que no sólo han sido destrozadas en los ataques al país, sino que han sido saqueadas por el Imperio. De hecho, el Museo Nacional de Bagdad y la Biblioteca Nacional de Irak calculan en centenas de miles las piezas robadas y luego algunas de ellas encontradas en subastas principalmente en Estados Unidos e Inglaterra. No deja de ser impactante, ni mucho menos sintomático, esta transversal de la Invasión, en la que se arrasa con los primeros vestigios concretos que tenemos de la escritura mediante la fuerza bélica de un sistema enriquecido y hegemonizado desde la virtualidad, el interfaz, el hipertexto, el clic. Exterminio de la escritura, del documento, del libro: grafocidio.

Una tercera tentativa entendería que la extinción de nuestra civilización es lo que se propone el lenguaje, pensando en una irrupción total de lenguas, hablas, decires, jergas, slogans, que se repiten hasta el hartazgo, hasta la náusea, hasta la saturación. Una escena apocalíptica de Babel, pero ya no sólo de idiomas sino que de conjuntos de signos, series de enunciados, mensajes subliminales e incluso señales electromagnéticas, como sería el proyecto HAARP, que colapsarían el sistema central, ya sea el nervioso y el del propio proyecto moderno. En este caso, la publicidad, la prensa, los panfletos políticos, el engaño, entre otros, si bien es cierto no han acabado con la vida, sí lo han hecho con su calidad, tornándola paupérrima, más indigna y servil y sobre todo más objeto de control y manipulación.

Por último, la versión más pesimista, pero a la vez más esperanzadora es la que nos lleva a pensar que la muerte de la civilización es la muerte del lenguaje, y acá volvemos al comienzo. La humanidad es signo, su cultura es palabra. Desde las cuevas donde un primer tentativo hombre o mujer estampaba sus manos pintadas en las paredes de piedra o dibujaba el perfil de animales como una especie de rito, pasando por las complejidades de los miles de sistemas de lenguajes como el mismo cuneiforme, el jeroglífico, el ideográfico, logográfico, el alfabético, entre otros, hasta los actuales terminolectos de la virtualidad, Unicode o incluso el código binario.

Es por eso que ciertamente a pesar de la borradura de la inscripción o de la hiper proliferación de señales comunicativas, es decir, de esa morbosa diferencia que existe entre el incendio y la destrucción de las bibliotecas y museos donde se conservan las primeras escrituras de la humanidad hasta, por ejemplo, la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos que ha comprado todos los mensajes de la red social Twitter, que según se calcula, son más de 50 millones al día, es que, el fin de la civilización, definitivamente, es el fin del lenguaje. O más dramático aun es que el fin del lenguaje es en efecto el fin de la civilización.

Ésa es la máxima ante la cual nos encontramos y ante la cual creemos que el lenguaje poético fue, es y será la principal operación que puede desarticular su propia genealogía, narrar la catástrofe y a la vez construir un futuro. Es el fin de la Prehistoria y el comienzo de la Historia y es posible que sea también el relato molecular de algo así llamado como una Posthistoria, o como señaló Julio Ortega hace unos días en una conferencia: “la memoria del pasado como modelo del porvenir”.

II. Tormenta 7, Oculto Viento 7

No se puede hoy hablar con propiedad de poesía latinoamericana contemporánea, como se ha hecho hasta ahora, sin tener al menos las referencias de obras tan fuera de serie como la de los uruguayos Marosa di Giorgio y Julio Inverso, de los mexicanos Manuel Capetillo y Ulises Carrión, el peruano Gamaliel Churata, los bolivianos Arturo Borda y Jaime Sáenz, el guatemalteco Arqueles Vela, el colombiano Raúl Gómez Jattin, los hermanos Lamborghini de Argentina, el puertorriqueño José María Lima, los ecuatorianos David Ledesma Vásquez y César Dávila Andrade, los brasileños Roberto Piva y Wilson Bueno, ambos fallecidos este año, entre varios otros autores.

O la de algunos poetas vivos que están en pleno trabajo escritural construyendo obras excéntricas, díscolas, rebeldes, únicas, como el salvadoreño Kijadurías, los cubanos Octavio Armand y Lorenzo García Vega, los uruguayos Roberto Echavarren y Eduardo Milán, el guatemalteco Francisco Nájera, el argentino Arturo Carrera, el ecuatoriano Roy Sigüenza, el dominicano León Félix Batista, el cubano José Kózer o incluso los ya casi centenarios Gonzalo Rojas y Nicanor Parra de Chile.

También existen obras que escaparon a todas las expectativas del género lírico, monumentales y fulminantes, encantadas por la magia de la grandilocuencia en momentos en que el sistema quiere acallar toda forma de individuación, anular las posibilidades del genio artístico. Entre estas aventuras poéticas que sobrepasan las centenares de páginas se pueden encontrar Cantico cósmico de Ernesto Cardenal, Ética de Enrique Verástegui, La VidaNueva de Raúl Zurita, El final de los tiempos de Manuel Capetillo, Incurable de David Huerta o Naciste pintada de Carmen Berenguer. Libros que rompen la lógica del mercado, del trueque económico que existe entre un libro de poesía promedio y la desmesura. Libros difíciles de leer en el autobús o en el metro y que se burlan de los tamaños de bolsillo, pues no dudan exceder en todo a ese lector burgués que esconde y muestra el libro como señuelo de clase.

No traigo a colación estos nombres a modo de una pedantería libresca sino con la finalidad de demostrar que cada vez que hablamos de poesía latinoamericana se abre una nueva brecha y un horizonte de lecturas que no teníamos cartografiado, pues estos nombres no sólo responden a un abanico personal de afinidades electivas, sino que ciertamente han pasado a convertirse en una nueva tradición, más bien rizomática y desterritorializada, que ya no se pregunta por biografías o nacionalidades, sino que por territorios en su libre nomadismo. Zonas autónomas de identidad y escritura. Nuevas formas de inscribir el delirio, la violencia, la ruina, el borde, pero también la esperanza, la fraternidad, las nuevas utopías, es decir, el propio mundo.

Este fenómeno se hace mayormente visible tanto por la enorme cantidad de poetas y obras que durante el siglo XX y lo que llevamos del XXI vienen dándose de manera abrupta y total, como también por el hecho de que el conservadurismo y las vanguardias, como casillas nominativas, han operado en una especie de mancomunión que ha excluido a las propuestas que no se corresponden ni a una ni a otra. En efecto, uno podría dudar de la dialéctica negativa entre tradición y vanguardia, pues no se oponen, no se excluyen sino que se complementan, se reclaman y se necesitan mutuamente.

La tradición es un flujo lento y más bien asociado a la concreción del Libro, mientras que la ruptura tiene que ver con una rapidez de la velocidad y se acerca a la idea de Obra. Una y otra son aceleración, a su modo, de las materialidades, de las operaciones textuales, de los tiempos ficcionales, pero principalmente de un nuevo lector, punto clave en la diferencia entre ambas: las escrituras no mutan mayormente y muchas de ellas que habían sido leídas desde la tradición pasan luego a ser leídas como ruptura, y viceversa. De allí que ese nuevo lector que puede hacer una lectura vanguardista del canon o una tradicionalista de las rupturas sea el amanuense que vendrá, o que ya está aquí, incluso llegando a pensar que las vanguardias del siglo XX serán el folclor del XXI, o lo que se pensó era el canon no era más que una construcción política en el fracaso que significa la fama, las altas ventas o el oportunismo.

De hecho, en Latinoamérica se viene dando un proceso sumamente interesante, en el cual no sólo se relee lo anterior sino que además se densifica lo nuevo a partir de estos marcos de recomposición y rescritura, lográndose un cruce de pulsiones que cuestiona las nociones de genealogía y devenir. Recordemos que Borges y Paz vieron a la tradición como un tema de futuro, incluso uno podría pensar que la ruptura se adhiere a la tradición de un mañana, tradicionalismo o canon del porvenir. Es así que se agradece por fin la aparición de estas nuevas formas de leer y entender la ficción, para obras tremendamente complejas, enormes y desestabilizadoras que en su tiempo de circulación fueron negadas o silenciadas por los mainstreams locales. Obras que llegan hasta hoy como reliquias de un delirio soterrado por el conservadurismo y el miedo de las épocas precedentes.

Un ejemplo de esta fisura en la línea del tiempo sería la obra del argentino Antonio Porchia (1885-1968) que poetiza el género del aforismo emparentándolo con la literatura oriental, el venezolano José Antonio Ramos Sucre (1890-1930), precursor del surrealismo y antecedente directo en Latinoamérica de la poesía en prosa, la del chileno Pablo de Rokha (1894-1968) que inaugura el desborde monumental e imprecatorio o la del colombiano Luis Vidales (1900-1990) que con su Suenan timbres en 1926 estrena un sentido del humor ácido y paródico.

Pienso también en lo que fueron las grandes cimas de las vanguardias andinas con el inaudito 5 metros de poemas, el inclasificable El pez de oro o El Loco que suma alrededor de tres mil páginas. Obras que permanecieron en un estado de hibernación a pesar de su genialidad y del grado de radicalidad en su propuesta que, sin duda, pone en jaque lo que la oficialidad literaria llamó como vanguardia en el siglo pasado. El poeta y académico peruano Luis Fernando Chueca ha reunido en dos volúmenes, Poesía vanguardista peruana, a varios de los autores peruanos más experimentales tal como el mismo César Vallejo, Enrique Peña Barrenechea, Emilio A. Westphalen, César Moro, Xavier Abril, Alejandro Peralta o Alberto Hidalgo, entre varios otros.

En las cercanías del 2012 como fecha simbólica y límite de la civilización, la poesía vuelve a pensarse como una voz colectiva, aun numismática, sin la exageración del médium, pero sí con la pre-visión de una crisis que une algo que termina y algo que comienza. En ese sentido, estamos frente a la aparición de una nueva escena de poetas con propuestas radicales que vienen desde distintas tradiciones y lecturas, que de cierto modo, están inventando un horizonte donde podrían aparecer aún nuevas estrategias deconstructivas. Justamente su triunfo es la invención de un nuevo lector para estas escrituras, es decir: usted.

Tal como el encuentro entre el Viejo y el Nuevo Mundo conformó un inédito paradigma, y también paradogma, a la vez creó una nueva forma en lo que significó la idea de lo conocido, el misterio y la aventura que se concretó en la relación del sujeto con el escribir(se). Hoy estamos como humanidad entera en un Nuevo Mundo Global, pero quizá ad portas de un Otro Mundo que podría resumir toda nuestra historia como la historia de la selección natural del artificio que es el lenguaje, y ciertamente no seríamos más que eso, apolíneo y dionisiaco lenguaje. Multiforme y heteróclito. Cambiante y único a la vez. Un crisol de condiciones de posibilidad del pensamiento.

Fuente: LA PATRIA
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