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Domingo 07 de noviembre de 2010

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Cultural El Duende

Desde mi rincón:

Vivir en la verdad

07 nov 2010

Fuente: LA PATRIA

En este mundo vives bajo un alud permanente de materiales escritos que te llegan por cualquier medio, lo que hace tanto más difícil separar el grano de la paja. Otorgando al texto que sigue una particular excelencia (la de expresar y plantear verdaderos problemas de la Historia presente) y descartando cualquier probabilidad de que textos de esa naturaleza pudieran publicarse en el país, he considerado que valía la pena traducirlo y buscarle cierta difusión. Melancólica constatación, ahora que el tema de la libertad de expresión está sobre el tapete…TAMBOR VARGAS • Libertad religiosa y misión católica en el nuevo orden del mundo

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CHARLES J. CHAPUT

Arzobispo de Denver (EE. UU.)

(Segunda y última parte)

Pero la indiferencia por nuestro pasado cristiano favorece la indiferencia por la presente defensa de nuestros valores e instituciones. Y esto me lleva a la segunda gran mentira en la que hoy vivimos: la mentira de que no existe ninguna verdad inmutable. El relativismo es hoy la religión civil y la filosofía pública de Occidente. Nuevamente, los argumentos aducidos para sostener este punto de vista pueden parecer convincentes, Dado el pluralismo del mundo moderno, puede parecer sensato que la sociedad quiera afirmar que ningún individuo o grupo tenga el monopolio de la verdad; que lo que una determinada persona considere bueno y deseable, no lo sea para otra; y que haya que respetar como igualmente válidas todas las culturas y religiones; pero en la práctica constatamos que, sin una creencia en principios morales estables y de verdad transcendentes, nuestras instituciones políticas y los lenguajes se convierten en instrumentos al servicio de nuevas barbaries. En nombre de la tolerancia llegamos a tolerar la más cruel de las intolerancias; el respeto por otras culturas llega a imponer el desprecio por la nuestra; la enseñanza del ‘vive y deja vivir’ justifica el vivir de los fuertes a costa de los débiles.

Este diagnóstico nos ayuda a comprender una de las actuales injusticias fundamentales de Occidente: el crimen del aborto. Ya sé que el permiso de abortar es materia legislada en casi todos los países de Occidente. En algunos casos este permiso refleja la voluntad de la mayoría y está sancionada por instrumentos legales y democráticos. Y soy consciente de que a muchos, aun dentro de la Iglesia, les parece raro que los católicos de los Estados Unidos sigamos poniendo la santidad de la vida prenatal tan en el centro de nuestro espacio público. Permítanme decirles por qué creo que el aborto es la cuestión central de nuestro tiempo.

En primer lugar, porque también el aborto tiene que ver con el vivir en la verdad. El derecho a la vida es el fundamento de cualquier otro derecho humano. Si este derecho no es inviolable, no se puede garantizar ningún otro derecho. O por decirlo más claramente: el homicidio es homicidio, por más pequeña que sea la víctima. Hay aquí otra verdad a la que muchas personas en la Iglesia no prestan la debida atención: la defensa del recién nacido y de la vida prenatal es un elemento central de la identidad católica desde la época de los apóstoles. […] Lo prueban los más antiguos documentos de la historia de la Iglesia. En nuestros días –cuando la santidad de la vida está amenazada, no sólo por el aborto, el infanticidio y la eutanasia, sino también por la investigación con embriones y por las tentaciones eugenésicas de eliminar a los débiles, a los minusválidos y a los ancianos enfermos– este aspecto de la identidad católica se hace todavía más vital para nuestra condición de discípulos.

Cito el aborto por esta razón: su amplia aceptación en Occidente nos muestra que, sin un fundamento en Dios o en una verdad altísima, nuestras instituciones democráticas con gran facilidad pueden convertirse en armas contra nuestra misma dignidad humana. Los valores que más apreciamos no pueden defenderse con la sola razón o, simplemente, por sí mismos. No poseen ninguna autosostenibilidad o justificación ‘interna’. No existe ninguna lógica intrínseca o razón utilitaria por la que la sociedad deba respetar los derechos de la persona humana. Todavía hay menos razones para reconocer los derechos de aquéllos cuya vida impone pesadas cargas a otros, como son los casos de los niños en el vientre, de los enfermos terminales o de los inválidos físicos o mentales.

Si los derechos humanos no vienen de Dios, entonces dependen de convenciones arbitrarias entre hombres y mujeres. El estado existe para defender los derechos de los hombres y mujeres y promover su expresión. El estado no puede ser fuente de estos derechos. Cuando el estado se atribuye este poder, también una democracia puede convertirse en totalitaria. ¿Qué es el aborto legalizado sino una forma de violencia sustancial encubierto de democracia? A la voluntad de potencia del fuerte se le da la fuerza de la ley para matar al débil.

Ésta es la dirección en que actualmente se mueve Occidente. […] En los años 60 Richard Weaver, estudioso y filósofo social estadounidense, escribió: “Estoy absolutamente convencido de que el relativismo acabará llevando a un dominio de la fuerza”. Tenía razón. Es una especie de ‘lógica interna’ que lleva el relativismo a la represión. Y esto explica la paradoja de cómo las sociedades occidentales pueden predicar tolerancia y respeto de las diversidades y, a la vez, destruir y castigar agresivamente la vida católica. El dogma de la tolerancia no tolera la convicción de la Iglesia de que no deben tolerarse algunas ideas y conductas, porque nos deshumanizan. El dogma de que todas las verdades son relativas no puede aceptar el pensamiento de que algunas verdades puedan no serlo.

Las convicciones católicas que irritan más profundamente a las ortodoxias de Occidente son las que se refieren al aborto, a la sexualidad y al matrimonio entre un hombre y una mujer. Esto no es casualidad. Estas convicciones cristianas dicen la verdad sobre la procreación, el significado y el destino del hombre. Estas verdades son subversivas en un mundo que quiere que creamos que Dios no es necesario y que la vida humana no tiene naturaleza o fin intrínseco alguno. Por esto hay que castigar a la Iglesia: porque, a pesar de los pecados y debilidades de sus miembros, sigue siendo la esposa de Jesucristo; sigue siendo un manantial de belleza, de sentido y de esperanza que se niega a morir; es, en fin, el más irreductible y peligroso hereje del nuevo orden del mundo. […]

Ni podemos ni debemos abandonar el duro trabajo de un diálogo honesto. Lejos de ello. La Iglesia siempre necesita buscar amistades, áreas de consenso y vías para llevar argumentos positivos y razonados al espacio público; pero es absurdo esperar gratitud o incluso respeto de las corrientes culturales y políticas que actualmente prevalecen. La imprudencia ingenua no es una virtud evangélica. La tentación de la Iglesia en cualquier tiempo es tratar de ponerse de acuerdo con el César. Y es verdaderísimo: la Escritura quiere que respetemos y recemos por nuestros gobernantes. Hemos de tener un amor robusto por el país que llamamos patria; pero nunca podemos dar al César lo que es de Dios. Lo primero es obedecer a Dios; las obligaciones de la autoridad política siempre vienen en segundo lugar. […]

Vivimos en un tiempo en que la Iglesia está llamada a ser una comunidad creyente de resistencia. Hemos de llamar las cosas por sus verdaderos nombres. Hemos de combatir los males que vemos. Y, todavía más importante, no debemos autoengañarnos con la idea de que, poniéndonos de acuerdo con las voces del laicismo y de la descristianización, podremos de alguna forma aliviar o cambiar las cosas. Sólo la verdad puede hacer libre al hombre. Hemos de ser apóstoles de Jesucristo y de la Verdad que Él encarna.

Fuente: LA PATRIA
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