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Domingo 07 de noviembre de 2010

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Revista Dominical

Parcos años de vida

07 nov 2010

Fuente: LA PATRIA

Por: Márcia Batista Ramos - Escritora

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Sesenta años para un mal es mucho, para un bien es poco. Eso, porque vivimos en un mundo dual, donde todo es relativo. Con certeza, la muerte es una realidad que nadie pone en duda. Nadie discute. Es totalmente axiomática. Y aflige mucho a la vida humana, de modo que la sensatez invita a plantearse la vida teniendo en cuenta la realidad intrínseca e irrefutable de la muerte.

No obstante la muerte es nuestra única certeza, pues, lo demás es una incógnita, ella envuelta en sus vestes de miedo y tristeza, siempre llega sorprendiendo. Es absolutamente normal. También es cruel en sí misma. Minúscula eternidad la que nos corresponde vivir cuando los nuestros ya partieron. El dolor permanece disfrazado de nostalgia. Ni modo. Hay que seguir adelante, hasta el momento en que la noción de tiempo y la materia, cedan el paso para que ingresemos a la verdadera eternidad.

Esta semana, él aún joven, ex presidente de la República de Argentina murió. La noticia conmocionó a propios y extraños. Es normal, que en el mundo occidental la muerte sea encarada con profunda tristeza, pues deseamos conservar la vida. No obstante, la muerte preocupa menos a quienes saben que después de su paso hay otra vida; hay una continuidad en el proceso de evolución. Si se piensa en lo que se deja, surge la tristeza; si se piensa en la vida que espera en el más allá del cuerpo, el agobio disminuye. La pena por las posibles cosas buenas que el occiso no podrá realizar y el dolor flagrante para su gente más cercana, que se verá privada de su compañía, deberá ser substituido por la confianza en Dios.

Así, viene la muerte. Tan asegurada esta para todos, y sin embargo, tan sorprendente a la vez. Es difícil establecer una relación de tranquila normalidad con la muerte, mientras ella arrebata a los nuestros. Pero, la relación latente permanece. La muerte, es la extraña compañera de labios azules, sobre la que tenemos conciencia todo el tiempo e invariablemente escabullimos en las conversaciones de cada día. Pero, no hablar de la muerte no la hace menos eminente en nuestra frágil y pasajera existencia.

Esta semana la primera mujer a ser Ombudsman de y en Bolivia murió, dejando atrás una nebulosa de obras a favor de los derechos humanos. Ella, como Defensor del Pueblo, sirvió de mediadora entre los ciudadanos y la antigua República de Bolivia. Esta periodista, que ocupó un importante cargo, cuya legitimación democrática es indudable, dejó su marca indeleble como ejemplo para muchas mujeres y ciudadanos en general; asimismo, señalando la importancia del cuarto poder en la democracia y en nuestra sociedad. Ese es nuestro destino. Vivir, después, ser solemnemente enterrados. Lo sabemos, por lo mismo, generalmente, comentamos que no tememos nuestra propia muerte, pero, tememos la muerte de los nuestros; quizás, es el preciso momento en que dejamos patente nuestro egoísmo y miedo al sufrimiento, precisamente, detrás de la muerte de los demás. Pero, son estas horas las que nos recuerdan que lo intangible se queda, y se transforma en memoria, recuerdo del bien que encarnó.

Esta semana otro tsunami cobro vidas en Filipinas. Otros tantos miles perecieron en las conflagraciones diseminadas por el planeta; también, el hambre, las enfermedades y las drogas entre otros, abrieron paso para que la muerte aparte a muchos que estaban abrazados a solo unos días, y ya no están.

Quizás, como humanidad nos falta conocimiento y fe, para encarar la muerte sin tanta conmoción; para entender y asimilar todo lo que ya sabemos sobre la fatídica muerte, que llegará para arrebatar a los cuerpos, jamás las almas. Somos humanos, por esto sabemos que un día cualquiera todo termina en el cuerpo. Aún así, nos olvidamos con frecuencia la eternidad de nuestras almas y sufrimos lo indecible con la muerte.

Cuando la muerte se aproxima me faltan las palabras. Yo sé que una oración sabe a poco para las madres que entierran a sus hijos. Mis sentidos pésames, no me parecen suficientes para una nación que pierde un poco de su esperanza. Mis condolencias, no logran expresar lo que siento. Por eso, esta semana busqué, en los pocos idiomas que conozco, y no encontré las palabras adecuadas para decir por teléfono lo que siento para mí amiga cuya madre murió. Espero encontrar a Norma en mi próximo viaje, abrazarla y expresar lo que no dicen las palabras.

Fuente: LA PATRIA
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