Los miedos en Oruro se ven en las rejas que circundan el faro de Conchupata, el abandono del teatro al aire libre, donde la música parece romper el silencio del escenario en un auditorio de gentes contadas, que no llenan nunca las graderías, ya no es tan sólo el polvo, también la basura danza con el viento. Una suerte de sed se asocia con las fuentes de agua sin agua, cuencos vacíos en la ciudad.
Nos preciamos de los títulos, pero no ejercemos el derecho y la obligación que dan estos títulos, por ello es necesario volver a ver con otros ojos lo que queremos de Oruro, soñar un poco, un poquito o mucho, demasiado.
En el Conchupata están varios puntos de referencia de Oruro, El Faro, el Teatro, el Parque Avaroa, La Cruz Roja, el Museo Sacro, es decir la Iglesia de San Miguel cuyas puertas traseras dan al parque, más allí la Plazuela de la Ranchería y desde ella, hacia el norte, los artesanos que trabajan los bordados, si vemos en conjunto, veremos una especie de complejo cultural cuyo movimiento puede ser permanentemente, una referencia no sólo histórica, sino parte de un circuito turístico. Pero no sólo son lo mencionado, también las delicias culinarias se dan desde ese complejo cultural, los chorizos de la Ranchería, bajando del Conchupata hasta el mercado Fermín López, el thimpu y el api orureño.
Sin embargo de ello es preciso delinear este conjunto con una visión de futuro, el monumento no puede estar rodeado de rejas y fosos que nos devuelven el miedo y la angustia de estos tiempos, deberán ser los artistas y los arquitectos los que den una visión de verdadero monumento donde flamea la libertad que corría por la pampa, ahora corre por la ciudad.
El teatro deberá ser rediseñado no sólo en el edificio sino en su manejo y funcionamiento, una planificación anual de eventos culturales que congreguen no únicamente a la gente estate y habitante de la ciudad, sino del país entero. Los pilares de estos eventos culturales serían las referencias del solsticio de invierno y verano, las fiestas de la primavera y el carnaval mismo. Soñemos un poco, un teatro con una concurrencia de más de tres mil personas, festivales durante estos cuatro puntos de referencia, puede y con razón, traer gentes de Bolivia. El festival de Carnaval, folklore de Bolivia, con premios donde los artistas no puedan dejar de asistir, convirtiéndose en uno de los mejores festivales. Folklore y Poesía en invierno, juegos florales y música del mundo entero.
En diciembre los villancicos y la música chicha, en primavera música sacra y clásica, eventos donde nadie sustraería su concurso. Pero para ello el escenario deberá reunir condiciones de teatros de nivel mundial, se tiene en invierno el gas para la calefacción y el teatro al aire libre se convertiría en teatro cerrado por las noches, un techo retráctil, abierto en el día, cerrado en la noche, aquí y no en otra parte, vendrían los folkloristas de Bolivia y el mundo para hacerse ver para ser artistas.
El parque Avaroa abierto siempre, con domingos de ferias culturales, y la calle Tupiza empedrada con adoquines de piedra correrán hasta la Ranchería, ésta, la Ranchería, desde donde subían a las minas de Oruro, ahora subirían con un sándwich de chorizos. Una especie de prado, los árboles rumbosos que conversaban con las parejas de enamorados, van cayendo uno a uno, los setos de pinos ya no están, sólo polvo y cemento, no hay ya palmeras, ni las sábilas en el parque cercano de Oruro donde las promesas, los ayes y lamentos de juramentos y desamores convivían en las noches y los días. Ayer se decía que no podía florecer nada, el parque puede cobrar vida, un oasis en medio de una selva de cemento, un lugar donde siempre exista gente, los de ayer que estudiaban, los enamorados con sueños de vida, con promesas de amor eterno, el parque con sus olores y colores.
Nadie conoce, o casi nadie, o muy pocos, a la cuenta da lo mismo, la iglesia de San Miguel, no conocen por que se llama hasta hoy la plaza de la Ranchería y no Pantaleón Dalence como dice la plaqueta, ya nadie se interesa del por qué es la única calle, la 1ro de Noviembre, que remata en las puertas de la Iglesia de San Miguel, hoy el Hogar Penny.
Y más todavía hemos olvidado las historias del Conchupata, como que allí había un tanque de agua y existía el sereno, que por allí se chachaba Raúl Show Moreno, que no ha mucho existían cuentos de sirenas y lamentos en la explanada, que existía historias de amor y desamor, que desde allí desde el faro se soñaba con Oruro pujante y desarrollado.
Las circunstancias han creado una suerte de complejo cultural, soñar no cuesta nada, el llevarlo a cabo quizá uno o dos millones de los verdes, pero total quizá mañana podamos ingresar en una noche de invierno a un evento de música y poesía, donde los vates de Bolivia estén en un mano a mano con los mejores músicos de Bolivia y el mundo. Donde los futuros artistas se habitúen a uno de los míticos escenarios del mundo.
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