Desde hace algunas semanas los consumidores de la tradicional “Papaya Salvietti” debemos recorrer varios almacenes de barrio para encontrar una botella con la fórmula boliviana más original que nadie pudo igualar. Casi ya no cabe la posibilidad.
La gaseosa verde pasó el siglo XX de obstáculo en obstáculo y de alguna manera reflejó la historia de las industrias nacionales que no contaron con importantes capitales, laboratorios o recursos humanos capacitados y tuvieron que empeñar hasta el alma para iniciar una fabriquita, crear probetas caseras para las combinaciones químicas y contratar personal que no tenía experiencia.
Quizá por esa misma osadía, los resultados fueron únicos y marcaron a una generación de paceños, de bolivianos. El caso que nos ocupa tiene sus raíces, como otros muchos, en el centro europeo empobrecido y violento que expulsó migrantes a Sudamérica y a nuestro país en busca de mejor futuro. El italiano Salvietti se internó en la floresta yungueña y ahí comenzó a ensayar con la fruta que le encantó: la exótica papaya. Desde esos años 20 pasaron décadas con varias etapas de pruebas y de revoluciones, junto con otras factorías de alimentos y de bebidas.
La época de oro comenzó con la botella etiquetada con el famoso enanito y su escalerita y duró hasta casi el final del siglo. El sabor de gaseosas de marcas internacionales no afectó tanto a las ventas como los propios problemas internos para modernizar máquinas, competir con la misma avalancha publicitaria, ampliar mercados. La crisis llegó y los obreros tuvieron que hacerse cargo de la empresa.
La “Papaya” cambió de envase pero siguió conquistando el hogar paceño para acompañar el almuerzo familiar dominguero, o a las salteñas de mediodía, pero sobre todo -como es popular- al descanso del albañil. Proletariado que hoy tiene dificultades para encontrar su bebida amada, el plátano que ya no es tan barato y a veces también falta en el mercado, y la marraqueta que también escasea.
La industria de otros italianos como Ferrari Ghezzi y Figliossi enfrentaron igualmente periodos críticos; en el último caso se llegó a anunciar cierres y quiebras. Ya no es sencillo conseguir esa marraqueta de antaño, por lo menos tener la seguridad que lleva ese sello de calidad.
En el nuevo siglo, la famosísima bebida paceña fue envasada en la Cervecería Boliviana Nacional que dio su espacio para que los consumidores no sufran melancolía colectiva. Ahora, es la CBN la que dijo no va más, por razones desconocidas. Las vendedoras no nos dan respuesta, no nos explican qué pasa, ellas también extrañan a la “Papaya” y ya comentan que los peruanos la quieren patentar. Hay quejas diarias en las tiendas; en los supermercados no nos dan una esperanza, por lo menos “vuélvase mañana”, nada. Es un misterio.
Este año que Stege celebra sus brillantes 100 años, bueno sería comer mortadela “cervecera” en marraqueta embadurnada con mantequilla Pil y un vaso de burbujeante papayita. Parece que es ya imposible y no hay más consuelo que dejar mi testimonio.
Curiosamente, la industria paceña de aquella época que sigue próspera es la industria de nuestros vicios, la de la “Paceña”, que muestra en cifras abultadas que en nuestras vidas puede faltar todo menos una cerveza.
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